Si la de Scott era una cosa muy de sus tiempos, esto no deja de ser igualmente otro blockbuster de la nueva ola nostálgica, un producto sin duda muy bien acabado que además reivindica un concepto de espectáculo clásico, con “corazón”, medios más artesanos y comandado por la estrella. Por otra parte, peca de ser algo impersonal, controlado por Cruise con mano de hierro y confeccionado para su lucimiento nada disimulado; lo que otrora fue caspa es la salvación del cine en nuestro triste panorama actual. Se dice que la trama es mejor y que ahonda más en los personajes, pero es que la original estaba bajo mínimos en este aspecto y no era difícil superarla ahí, aunque en el fondo sigue siendo una tontería muy gorda, encubierta por su potente empaque visual.
Poca o nula la distancia irónica de Tom hacia su Maverick, que bajo un disfraz de tipo curtido y crepuscular cuyo momento ha pasado y que es expulsado del bar, de unos tiempos y de una gente que no son los suyos, continúa siendo el eterno adolescente, aunque cincuentón, que se fuga de casa de la chica para que no le pille… la hija adolescente de esta última. Romance ñoño, aventura, espectáculo, todo ello regado con una buena dosis de fan service como corresponde y mucha nostalgia en forma de referencias a la de 1986, que no son simple homenaje sino diálogo en forma de insertos.
“No es el avión, es el piloto”, “no pienses, actúa” y banalidades por el estilo, son sin embargo parte de esa reivindicación “old school” frente a lo actual, o más bien de la alianza de lo viejo y lo nuevo (Cruise y el chaval) que se necesitan mutuamente, igual que la tecnología y los medios actuales deben ponerse al servicio de un arte “con alma” (pretenciosillo aquí nuestro amigo el devorador placentario). Con la secuencia inicial del Mach 10 no tengo dudas: impresionante, espectacular y lo mejor de la peli, imbuida de un sentimiento de maravilla, de una tensión y de una épica, por qué no, que cuesta encontrar. Por lo demás, lo que sale ganando no es el romance carca ni los dramitas; es una trama de equipo en misión suicida bastante bien construida, lo bastante al menos como para generar expectativas suficientes y que, cuando al fin llega el tramo de acción pura, nos pueda golpear, subir la adrenalina, o al menos importar algo lo que ocurre. De nuevo el enemigo es anónimo, aunque parece que asoma tímida la patita de la reciente geopolítica y las naciones “díscolas” con su propio armamento nuclear (el Tío Sam puede tener las armas que le salgan de su libérrimo nabo).
Buen y sentido homenaje tanto a Tony, con esos primeros compases, como a Val Kilmer, cuya cuestión de la enfermedad está tratada con discreción y elegancia, sin aspavientos.