No es una cosa ni mucho menos perfecta, o acabada, es hasta irritante, pero ahí reside parte de la gracia. Un tipo busca un significado en la maraña demencial que es el mundo frío, absurdo y volátil en el que vive. Y lo busca también el espectador, perdido igual que él en una película jeroglífica, desafiante, donde quizá la respuesta al supuesto enigma sea lo de menos. Borrachera-fumada referencial, auto-consciente y demás pollas en vinagre, donde esa referencialidad (Hitchcock el primero y más explícito) supone la inevitable razón de ser de semejante propuesta. Ella, objeto de deseo soñado, más la promesa infantil de algo maravilloso que alguien de carne y hueso (en realidad, una cualquiera)... frente a un desfile de estímulos de todo tipo y de deseo material que conduce a la insatisfacción y a la incerteza, al todo vale y me da todo igual; todos se miran (nos miramos) el ombigo de nuestra propia (y supuesta) originalidad y molonidad, de ahí el sexo por todas partes y las pajas de un protagonista retratado de forma entre patética y entrañable (al fin y al cabo compartimos su punto de vista). La “denuncia”, vistazo a una generación, o lo que sea que haga el director, no parece tanto una reprimenda moralista como un viaje contado “desde dentro”, con acidez y bastante auto-crítica, de semejante farándula, donde la constante rebeldía y novedad ocultan un plan maestro de los de arriba frente a los de abajo; quien fuera alguien cool en el pasado ahora vive en precario, su futuro es incierto a más no poder... hay una cruda realidad, pese a todo, tras tantas capas de irrealidad y tontería.
En en fondo tampoco es una cosa tan rara en cuanto al esquema, que es muy del “noir” clásico con un tío buscando pistas en sitios y hablando con gente variopinta. Mi problema: que después de un momento tan potente, tan climático a todos los niveles, como el de la casa del compositor (los pelos como escarpias)... la trama sigue dando vueltas durante media hora más y ya tal (también es cierto que el típico enfrentamiento final con villano sería muy facilón). Por buscar otras influencias, yo veo bastante de Eyes wide shut, no solo lo formal y lo atmosférico muy pulido, sino ese aire de comedia picantona salpicada de onirismo, incluyendo el tema conspiranoico. El séptimo cielo, la idea ingenua de un Hollywood clásico de lo más inocentón, imposible de recuperar, al lado del panorama actual. Un trasfondo como de leyendas urbanas (la mujer-búho, el asesino de perros), de cuentos (el rey de los medigos), sin explicación aparente. Conclusión final, la respuesta está en lo que tienes al lado, aunque esté pasado de moda y sea de las generaciones anteriores (la señora hippie), asumir que no eres nadie, ni serás como ellos, sólo eres otro juguete roto; otro final triste de la adolescencia según A24. Un desenlace abierto y donde todavía todo puede pasar, creo yo. Mitchell nos desafía a descifrar el significado de un ñordo y se ríe en nuestra puta cara, pero es una risa tristona, helada, otro juego frívolo más. Más que contarnos una historia, nos cuenta lo que le angustia, algo que entiende tan poco como nosotros; la realidad de un vacío que tal vez sea el único gran relato posible del siglo XXI.