Releo esta historia de varias generaciones de mujeres en la Estonia del siglo XX, o un país entre el dominio ruso, la influencia cultural finlandesa y la “occidental” de la vecina Alemania. Desde la época soviética posterior a la guerra hasta los años 90, poco después de la independencia del país, la novela entrelaza diferentes tiempos y puntos de vista; como epicentro, el encuentro no tan casual entre una anciana estonia, habitante del interior rural del país, y una joven prostituta rusa que viene huyendo de sus proxenetas. Descubrirán, en un juego de suspicacias y de precaria confianza mutua, un legado compartido, que no es sino el del miedo, la violencia y la mentira.
Entre un régimen totalitario, bajo el que impera la delación y el disimulo, y una moderna reconversión al capitalismo donde los dueños son las mafias y el tráfico humano, que engañan y reducen a las chicas a pura mercancía sexual, apenas ha cambiado algo para que todo siga igual; para que la persecución y el acoso no terminen jamás, parece decirnos la autora, contraria a todo idealismo, tanto el de los nuevos tiempos como el propio de la histérica propaganda comunista. No es casual, por lo tanto, que se sirva de una compleja estructura narrativa en forma de rompecabezas, con saltos y elipsis que desentierran unas verdades dolorosas, olvidadas, o bien silenciadas. Un culebrón familiar que también es un thriller sosegado, pero tenso y a punto de estallar, en el que van de la mano los horrores políticos y los horrores estrictamente personales, impulsados a veces por unas motivaciones rastreras pero muy humanas, de animal herido, cuando no relacionadas con el más elemental instinto de supervivencia, cuyo alcance es trágico y difícil de discernir.
Aliide Truu es una mujer hermética, una víctima de la peor mierda a la que sin embargo debemos juzgar por sus actos, que son atroces y propios de alguien envenenado de rencor, poseído por un amor irrealizable; parece condenada a ser una paria en todo momento de su vida… es, de nuevo, esa “banalidad” del mal, como lo son unos mafiosos que se nos presentan como personas, pese a su monstruosidad. La herencia pasa de madres a hijas, y es la herencia del odio y la tortura interior, del silencio, la vergüenza, la carencia de voz, de afecto. El tiempo y la distancia nada significan cuando quedan cuentas pendientes que resolver, como la tierra natal que sigue latiendo en el recuerdo. Y aquí es donde entra el destino, las casualidades, la suerte y los augurios, tan del mundo rural y no tanto del racionalista y socialista, la consumación de ese amor terrible sólo como acto redentor. Y la memoria, los lazos, que es lo único que permanece con el desmoronamiento del sistema, en un instante de confusión y cambio, con la juventud buscando un mejor porvenir en el extranjero.
El estilo narrativo se componen de frases cortas, es impresionista, cargado de descripciones de objetos, entornos físicos, sensaciones olfativas y del gusto; es ágil, aún así, y muy fluido, con predominio del ambiente rural, atrasado, mísero pero aún lleno de vida, así como de escenas muy crudas, que incluyen tortura y vejación sexual. Y una metáfora que es central, la de la mosca, que lo mismo expresa la podredumbre moral que la pequeñez, la tenacidad de quien puede ser liquidado en un segundo. Me sigue fallando el apéndice documental y su encaje con lo demás... tal vez porque se limita a rizar el rizo y apenas añade nada más a la trama, creo yo.