Pues el caso es que me he vuelto a leer
La carretera, de Cormac McCarthy, libro que en su momomento no me convenció pese a las alabanzas, y ahora sí lo ha hecho. Libros que en su momento te dejan más bien indiferente, pero en los que encuentras algo nuevo cuando vuelves a ellos, para mí éste es uno de ellos.
McCarthy lo escribe, se supone, inspirado por su hijo. Es una parábola terrorífica sobre la fé y la inocencia en un mundo sin esperanza, o donde la esperanza es imposible y ha perdido todo su significado, como tantas otras cosas. Sobre mantener una llama en la oscuridad. Y un dios que no escucha, o incluso odia. Los dos protagonistas se ven abocados a un esfuerzo estéril, sin sentido, cuando lo más sensato o inteligente sería pegarse un tiro y dejar de sufrir ¿qué les impulsa, cuando si siquiera hay razones para seguir viviendo? La humanidad.
Pues el panorama es desolador, se mire por donde se mire. “Somos los buenos”, le repite el padre al niño, en un intento por alimentar su maniqueísmo infantil, cuando el bien y el mal ya carecen de sentido en un mundo inhabitable, donde sólo la supervivencia y la ley del más fuerte representan una mínima garantía. Incluso ellos deben matar o morir. No hay aventuras trepidantes, ni violencia espectacular, tan sólo la huida hacia ninguna parte de estos dos desgraciados. Los “malos” son una presencia o amenaza latente, más que tener protagonismo. Al final se abre una puerta a la esperanza ¿o no? En cualquier caso, no se nos ofrecen soluciones fáciles ni tranquilizadoras.
La narración es pura descripción externa, no conocemos mucho a los personajes, salvo por lo que hablan, o lo que sueñan. Quedan algunos recuerdos del pasado, medio borrados. Individualidades en un vasto mundo de horror, figuras en un paisaje. “Llevamos el fuego”, una metáfora demasiado evidente. Me parecía una historia demasiado simplona, sensiblera y maniquea, o un cuento alargado... pero es más compleja de lo que parece, en su descripción de caracteres y ambientes. La película, al contrario, siempre me ha parecido lacrimógena (en el mal sentido) cuan anuncio de Intermon Oxfam y sin pasar del topicazo (ya puestos a desvariar, veo un material digno de “Stalker” o una cosa parecida y realmente jodida).
Y el lenguaje, magistral. Muchas descripciones físicas, de objetos, etc. y de entornos de desolación y ruina componen la mayor parte del relato, en forma de párrafos cortos. Supongo que es arriesgado hablar de ello en el caso de McCarthy, puede que el mérito se encuentre también en la traducción, pero por momentos la novela parece prosa poética, con el estilo grave, barroco, como “a la antigua”, marca de la casa.
“Se quedó escuchando el goteo del agua en el bosque. Lecho rocoso, éste. El frío y el silencio. Las cenizas del mundo difunto trajinadas de acá para allá por los crudos y transitorios vientos en el vacío. Llevadas, esparcidas y llevadas de nuevo. Todo desencajado de su apuntalamiento. Sin soporte en el viendo cinéreo. Sostenido por una respiración, temblorosa y breve. Ojalá mi corazón fuese de piedra.”
“La carretera atravesaba un lodazal seco donde tubos de hielo sobresalían del fango congelado como estalagmitas. Restos de un fuego antiguo junto a la carretera. Más allá un largo paso elevado de hormigón. Un pantano muerto. Árboles muertos surgiendo del agua gris con colgajos de una turba gris y residual. Las salpicaduras de una ceniza sedosa en el encintado. Se apoyó en el arenoso antepecho de hormigón. Tal vez en su destrucción sería posible al fin ver cómo estaba hecho el mundo. Océanos, montañas. El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio.”