Menos que cero, de Bret Easton Ellis
Releo el debut literario de quien fuera un niño terrible de la narrativa moderna, uno de esos autores jóvenes, provocadores, que lo tienen todo para generar un fenómeno de culto; frescura, precocidad, voluntad de transgresión... y especialmente, la capacidad para dar voz a una época, a la angustia de toda una generación. Me dejó un tanto indiferente la primera vez, como de no cumplir del todo unas expectativas de novela cruda, sórdida y con escenas fuertes, que en el fondo son lo de menos. No es una lectura sencilla ni complaciente, pues el argumento brilla por su ausencia y el protagonista (Clay) invita a cualquier cosa menos a la empatía del lector... precisamente porque la empatía es lo que le falta, y de eso va el asunto. La novela no hace sino describir una espiral de degeneración humana. Y tira de morbo, de efectismo, porque no oculta nada, porque Ellis hunde el dedo en la llaga con tal de mostrar el peor rostro de esa sociedad glamurosa, adinerada y perfecta, de lujos y de fiestas, de niños ricos cuyos padres son gente famosa, profesionales del cine. Jóvenes cuyas vidas no van a ninguna parte, sin proyecto vital más allá de la satisfacción de los impulsos más inmediatos, incluyendo los más oscuros. No hay verdaderas relaciones interpersonales, ni familiares, ni amor, ni amistad. No hay contacto con la realidad tras la bruma de las drogas, duras y blandas, frágiles sustitutos de algo que llene ese vacío. Postmodernidad; no hay valores más allá del puro materialismo; burguesía decadente y espíritu punk van de la mano. Grupos musicales, películas, marcas comerciales, locales de moda, restaurantes; diversiones volátiles, aburrimiento. Los Ángeles, con una América telúrica y desértica a la vuelta de la esquina... un escenario como de ciencia-ficción, tan irreal como la propia ficción dorada que es Hollywood, en plenos años ochenta, máxima expresión del sueño capitalista que deviene en pesadilla, que ¿estalla? al final de la breve peripecia de Clay. Además, una novela escrita en una primera persona glaciar, clínica, con esa ingenuidad, esa pasividad y extrañamiento del personaje, a través de cuya voz (incluyendo flashbacks en cursiva) descubrimos sus propias circunstancias, lo turbio que ocurre alrededor suyo, así como un vago malestar y paranoia creciente (y vaya, esa es toda su toma de conciencia...). Que hay una época y un ambiente reflejados, cierto es, pero todo esto podría trasladarse a la actualidad sin mayor problema; Ellis no hace sino testimoniar una realidad conocida... si le añade más o menos wasabi de la cuenta, ya es otro cantar. Que lo haga libremente, sin moralizar, sí que es meritorio. Gente como Larry Clark y José Ángel Mañas me da que no existirían sin
Menos que cero. Y otros como Ballard y Palahniuk son parientes cercanos.
“Había una canción que oí cuando estaba en Los Ángeles, interpretada por un grupo local. La canción se llamaba “Los Ángeles” y la letra y las imágenes eran tan duras y amargas que la canción me resonó en la cabeza durante días. Las imágenes, descubriría más tarde, eran estrictamente personales y ninguno de mis conocidos las compartía. Las imágenes que yo tenía estaban llenas de gente que se volvía loca por vivir en la ciudad. Imágenes de padres que estaban tan hambrientos e insatisfechos que se comían a sus propios hijos. Imágenes de jóvenes, adolescentes de mi edad, que levantan la vista del asfalto y quedan cegados por el sol. Esas imágenes permanecieron conmigo incluso después de que me hubiera ido de la ciudad. Unas imágenes tan violentas y malignas que parecieron constituir mi único punto de referencia durante mucho tiempo después. Después de que me hubiera ido”.