Los seis cuentos de este autor argentino, aunque afincado en España desde hace dos décadas, fácilmente se pueden incluir en el género de terror. Se desarrollan en ambientes angustiosos y al límite, bordeando zonas turbias de lo humano, y sobre todo, se sugiere desde el principio la interpretación sobrenatural de lo contado sin aclararse por completo, imponiéndose cada vez más conforme avanzan las historias como una suerte de maldad inexplicable que extendiera sus tentáculos. Se establecen tenues vínculos argumentales y se alternan los puntos de vista; en las impares, un narrador omnisciente repite idénticas estructuras, comentando y anticipando lo que (fatalmente) va a ocurrir… en las pares, una primera persona autobiográfica y limitada relata lo que le ocurrió, sin tener todas las claves. Además, cada cuento empieza con citas tanto de canciones como de la biblia. Empezamos fuerte con
Treinta monedas de carne, quizá lo más crudo del volumen, con dos chicas antagónicas y perdidas en mitad del monte que van a caer en la boca del lobo; por medio hay odio, celos soterrados, el tema es la traición, relacionada con Judas ya desde el título, la supervivencia cuyo precio es una transgresión moral castigada en forma de estigma físico, o de culpa que puede ser incluso peor. En
Una mala luna, la conflictiva hermana adolescente del narrador se adentra en una perniciosa oscuridad que puede ser fruto de unas relaciones familiares que no funcionan bien, o bien de un influjo que desde luego no es de este mundo… el caso es que el cuento es casi una carta de amor desde la distancia, al mismo tiempo de temor, la afirmación de un vínculo filial inquebrantable para bien o para mal.
Espléndida noche es otra aportación a una temática que suele poner pelillos de punta, la de los relatos de carretera; un camionero se enfrenta a incidentes no tan nimios y a desconocidos de dudosa intención en un arriesgado viaje por la montaña… una vez más, el pacto con el diablo, el pobre tipo tan puteado como resentido y deseoso de una existencia mejor para sí y lo suyos. Y finalmente, la tentación que encierra la trampa de un negro destino. Aparecen en
El vínculo inquietudes juveniles, una carga erótica en torno a la “vecina de al lado”, aqui compañera de trabajo, las máscaras de lo cotidiano y los extraños que un día reaccionan tan inesperada como horriblemente, cosa que quiebra unas vidas hasta entonces normales y con mucho que ver con el retorno de un pasado que estaba mejor olvidado, que amenaza con los peores presagios. Un cuento de fantasmas más a la vieja usanza lo encontramos en
La chica de la banda de folk, con aparentes apariciones en el marco de unas fiestas de pueblo, con el componente mágico y de misterio de rigor, un misterio de la feminidad que cautiva a un chaval inexperto y con picores. De nuevo huellas de una tragedia pasada, cosas que no debieron ocurrir, que no deberían estar ahí, ni saber lo que saben, pero… Y para finalizar tenemos
Más oscuro que tu luz, casi a modo de epílogo y de un carácter un tanto diferente, más optimista y revelando esa “claridad” del título que brilla entre lo más oscuro, tratándose aquí de un relato confesional, fantasmagórico de nuevo, en torno a lo terrible de perder a un ser querido, pero también de la superación de ese duelo.