Harkness_666
Son cuatro
La casa sin fronteras, de Pedro Olea
Un joven de pueblo recién llegado a la ciudad (Tony Isbert) es abordado por un desconocido, quien le promete un empleo a cambio de realizar un encargo para una misteriosa organización, relacionado con la desaparición de una mujer (Geraldine Chaplin). Inclasificable y poco conocido título del irregular Olea, que pretende ser nada menos que una crítica al Opus Dei, disimulada en forma de thriller sobre una influyente organización que persigue oscuros fines, reclutando nuevos miembros entre gente humilde a cambio de un trabajo, controlándolos férreamente y liquidándolos mediante un terrible procedimiento si dan muestras de rebeldía... cuando entras en “la casa sin fronteras”, no puedes escapar.
El desarrollo narrativo es especialmente confuso y atropellado, sobre todo al principio cuesta seguir el hilo, ya sea por torpeza de guionista y director (visualmente no es que sea la pera limonera, precisamente), ya sea porque el argumento es un menjunje digno de estudio, como de no saber muy bien qué estas queriendo contar; intriga paranoide, terror (con momentos oníricos incluso), denuncia social, un drama romántico incrustado al final, un humor muy raro, subtramas con una vaga relación con lo central (lo del hijo suicida de la casera es de traca)... un conjunto de ideas que no encuentran pleno sentido, ofreciendo un resultado desde luego curioso, pero cuya alquimia no funciona.
Los peces rojos, de José Antonio Nieves Conde
Obra maestra del cine negro español, realizada en plenos años 50 y lamentablemente poco conocida... ya que estamos ante un título de una modernidad apabullante, de esos que demuestran que todo está inventado en cuanto a sorpresas locas y piruetas narrativas. Cine negro, digo, sobre unos individuos que huyen de ser unos perdedores mediante la fantasía (la de ser actriz, la de triunfar con la escritura). Sobre un hombre atrapado por su propia red de mentiras. Y además, una película de tesis que propone la superación del neorrealismo, ya cultivado por el director (Surcos); nada de plasmar la realidad mediante un realismo facilón y aparente, hagámoslo mediante el puro artificio, más auténtico, que permite hablar con mayor acierto si cabe sobre los sueños y fracasos de los parias urbanos. Una forma que tiene Nieves Conde de pedir perdón al régimen, pero obteniendo con ello una obra de altura, filmada, montada y especialmente guionizada como los ángeles.
Salvo alguna interpretación más teatral de la cuenta, algún diálogo más explicativo de lo necesario, nada echo en falta. Como muchas veces ocurre en el género, el desenlace suele ser lo más criticado, pero yo sí que veo una imprescindible, coherente, negrura, una historia de amor trágica y muy bonita cuyos protagonistas asumen, finalmente, que sus destinos están unidos en la derrota, desembarazándose de ilusiones vanas de riqueza, de máscaras de ficción. De ficciones que, al fin y al cabo, terminan repercutiendo en la realidad, pues las emociones que las guían (esos “peces rojos” del título) siguen siendo muy verdaderas. Un recepcionista de hotel inventa lo que vio ante la policía para hacerlo más interesante. Un espectáculo cutre de revista musical encuentra la popularidad gracias a la inclusión... de un ilusionista. Los verdaderos ilusionistas se llaman Carlos Blanco y José Antonio Nieves Conde. Corro de inmediato a por el remake (Hotel Danubio).
Un joven de pueblo recién llegado a la ciudad (Tony Isbert) es abordado por un desconocido, quien le promete un empleo a cambio de realizar un encargo para una misteriosa organización, relacionado con la desaparición de una mujer (Geraldine Chaplin). Inclasificable y poco conocido título del irregular Olea, que pretende ser nada menos que una crítica al Opus Dei, disimulada en forma de thriller sobre una influyente organización que persigue oscuros fines, reclutando nuevos miembros entre gente humilde a cambio de un trabajo, controlándolos férreamente y liquidándolos mediante un terrible procedimiento si dan muestras de rebeldía... cuando entras en “la casa sin fronteras”, no puedes escapar.
El desarrollo narrativo es especialmente confuso y atropellado, sobre todo al principio cuesta seguir el hilo, ya sea por torpeza de guionista y director (visualmente no es que sea la pera limonera, precisamente), ya sea porque el argumento es un menjunje digno de estudio, como de no saber muy bien qué estas queriendo contar; intriga paranoide, terror (con momentos oníricos incluso), denuncia social, un drama romántico incrustado al final, un humor muy raro, subtramas con una vaga relación con lo central (lo del hijo suicida de la casera es de traca)... un conjunto de ideas que no encuentran pleno sentido, ofreciendo un resultado desde luego curioso, pero cuya alquimia no funciona.
Los peces rojos, de José Antonio Nieves Conde
Obra maestra del cine negro español, realizada en plenos años 50 y lamentablemente poco conocida... ya que estamos ante un título de una modernidad apabullante, de esos que demuestran que todo está inventado en cuanto a sorpresas locas y piruetas narrativas. Cine negro, digo, sobre unos individuos que huyen de ser unos perdedores mediante la fantasía (la de ser actriz, la de triunfar con la escritura). Sobre un hombre atrapado por su propia red de mentiras. Y además, una película de tesis que propone la superación del neorrealismo, ya cultivado por el director (Surcos); nada de plasmar la realidad mediante un realismo facilón y aparente, hagámoslo mediante el puro artificio, más auténtico, que permite hablar con mayor acierto si cabe sobre los sueños y fracasos de los parias urbanos. Una forma que tiene Nieves Conde de pedir perdón al régimen, pero obteniendo con ello una obra de altura, filmada, montada y especialmente guionizada como los ángeles.
Salvo alguna interpretación más teatral de la cuenta, algún diálogo más explicativo de lo necesario, nada echo en falta. Como muchas veces ocurre en el género, el desenlace suele ser lo más criticado, pero yo sí que veo una imprescindible, coherente, negrura, una historia de amor trágica y muy bonita cuyos protagonistas asumen, finalmente, que sus destinos están unidos en la derrota, desembarazándose de ilusiones vanas de riqueza, de máscaras de ficción. De ficciones que, al fin y al cabo, terminan repercutiendo en la realidad, pues las emociones que las guían (esos “peces rojos” del título) siguen siendo muy verdaderas. Un recepcionista de hotel inventa lo que vio ante la policía para hacerlo más interesante. Un espectáculo cutre de revista musical encuentra la popularidad gracias a la inclusión... de un ilusionista. Los verdaderos ilusionistas se llaman Carlos Blanco y José Antonio Nieves Conde. Corro de inmediato a por el remake (Hotel Danubio).