El cine es cosa de risa
- Una nueva generación de cineastas españoles ha encontrado la llave del humor que abre las puertas de la taquilla.
- El coguionista del éxito ‘Ocho apellidos vascos’ reflexiona sobre lo que hoy nos hace gracia y explica por qué el género parece encontrar nueva vida.
Borja Cobeaga
Cada español es un comediante. Incluso tu primo soseras que en las celebraciones familiares se queda marginado en una esquina tiene un Facebook plagado de fotomontajes sobre Froilán, Isabel Pantoja y Sergio Ramos. A tu madre no le has oído contar un chiste en tu vida, pero ha descubierto en WhatsApp una combinación de emoticonos cachondos que hacen las delicias del chat familiar. Te encuentras con un compañero de clase de colegio y te comenta que es “psicólogo en paro y tuitstar”: tiene 50.000 seguidores que ríen sus ocurrencias de menos de 140 caracteres.
Gracias a la tecnología la comedia está por todas partes. También podría decirse que los tiempos de recesión agudizan el ingenio, que la risa es la mejor receta contra la crisis, que para llorar ya está el Telediario. Asimismo se podría afirmar que la natación es el deporte más completo, que la dieta mediterránea es la más sana o que el mejor cine se hace en televisión. Total, todo son tópicos. ¿Necesitamos la comedia para sobrevivir a la dura realidad? Más bien la realidad ya nos proporciona la comedia preparada para consumir. No hace falta darle la vuelta a las cosas para ver su lado cómico. Lo que nos rodea ya es humor en sí:
el Pequeño Nicolás y su romance con la
Pechotes,
las tarjetas black y los gastos en clubes de dudosa reputación (o el precio desorbitado de las aspirinas, o Arturo Fernández facturándose a sí mismo… este tema tiene buen material), Pujol echando la bronca a los diputados que le interrogan sobre su dinero en Andorra,
Esperanza Aguirre jugando al GTA San Andreas en plena Gran Vía madrileña, la imagen de Pablo Iglesias asomándose detrás de un árbol…
Cada español, incluidos los políticos, es un comediante. El humor no es un arma para huir de la realidad, lo que pasa cada día y leemos en la prensa es una fuente cómica de primera. La realidad imita los titulares de
El Mundo Today o
Mongolia, dos publicaciones que intentan hacer sátira en un país que se ha vuelto una sátira en sí mismo. Tratas de hacer una parodia de los
correos electrónicos de Urdangarin y no te salen así de bien.
Nos lo ponen difícil a los que nos dedicamos a la guasa. Tienen mejores ideas que nosotros y aun así no sé muy bien por qué le ha dado a la gente por ir a ver nuestras comedias. Intento encontrar una explicación, pero no quiero hacer sociología barata, porque para eso ya están también las redes sociales, que además te proporcionan hilarantes
Memes de Julio Iglesias. Sólo sé que en los últimos meses se habla con insistencia de una nueva comedia española, sobre todo a cuenta del estreno de
Tres bodas de más,
La gran familia española,
Gente en sitios y
Ocho apellidos vascos. Los que estamos detrás de alguna de esas películas no tenemos la sensación de formar parte de un fenómeno novedoso. Llevamos años practicando el género con mayor o menor fortuna. Allá van un par de chascarrillos para ilustrar nuestros inicios.
Acabábamos de sacar
Pagafantas cuando mi media naranja profesional desde los tiempos del programa
Vaya semanita, Diego San José, se encontró con un amigo de la infancia. Éste le dijo que le había encantado la película que Diego había escrito. Diego asintió orgulloso, pero su gesto se torció cuando su colega le dijo que sobre todo le había gustado “la escena de cuando llegan a Oxford”. No sé si ha visto usted
Pagafantas, pero juro que el protagonista no sale de Bilbao y alrededores. Obviamente, el amigo estaba confundiendo nuestra película con
Fuga de cerebros. Se habían estrenado dos comedias juveniles españolas en un escaso espacio de tiempo. Ambas con éxito. Bueno, es verdad que
Fuga de cerebros con mucho más éxito, pero las confundían. Y eso podía significar que algo se estaba moviendo en la comedia española, más dada desde los tiempos de la comedia madrileña a los casos aislados, como los de David Serrano, Manuel Gómez Pereira, David Trueba o Joaquín Oristrell.
Los comienzos de esta nueva generación también fueron duros. El público no nos lo ponía del todo fácil. Javier Ruiz Caldera es el realizador de
Tres bodas de más y de
Anacleto: agente secreto, que se estrena el próximo año. Javi es probablemente el mejor director de comedia que tenemos en España. Sabe narrar los
gags visuales con gracia e imprime a sus pelis un ritmo endemoniado, y las productoras se lo rifan. Y además tiene pelazo. Su segunda película,
Promoción fantasma, gustó a todo el mundo, a público y a crítica. Gustó tanto que un espectador se le acercó para comentarle lo “buena e inteligente” que era, “no como esa bazofia de
Spanish Movie. Javi intentó frenar a su interlocutor, pero no había quien le parara: “No sé por qué se hacen pelis así, que intentan hacerte gracia todo el rato y son patéticas…”. Finalmente Ruiz Caldera le interrumpió algo apurado: “
Spanish Movie también es mía. Es mi primera película”. El espectador se quedó en silencio. Largamente. Imagino que se oirían grillos y una bola de heno pasaría delante de ellos.
¿Y por qué
de repente estas comedias tienen éxito? Una de las razones podemos encontrarla en la incorporación de cómicos procedentes de la televisión o del monólogo. No se puede entender la comedia reciente en España sin
La hora chanante, sin Buenafuente o sin Dani Rovira y Hovik Keuchkerian. El precedente de este fenómeno es claro: ya lo hacían los estadounidenses. Los cómicos más populares del
Saturday Night Live empezaron a hacer cine y se les daba muy bien. Lo mismo que a Carlos Areces, Joaquín Reyes, Julián López, Raúl Cimas, Silvia Abril, Yolanda Ramos o Berto Romero. Ya habrá quien le dé a Ernesto Sevilla el papel de galán romántico que merece ese Cary Grant de Albacete. Directores de comedia experimentados como Pedro Almodóvar, Álex de la Iglesia, Santiago Segura o Nacho García-Velilla lo han visto claro: si en un sketch de
Muchachada Nui Areces o Julián López lo petan, lo mismo pasará en una película.
Muchos de los guionistas de estas comedietas venimos también de la tele. De series, de programas de sketches. Solemos aparearnos con un guionista más brillante que nosotros para enmascarar nuestras carencias. Ya he hablado de mi pareja, el talentoso Diego San José, pero conociéndole supongo que estará contento de ver de nuevo su nombre bien escrito. Nada de Daniel San Juan o David San Martín. Ni tampoco lo que pasó en un reportaje sobre
Ocho apellidos vascos, que por el parecido de sus nombres lo mencionaron como “el hijo de Ana Belén y Víctor Manuel”. Juntos hemos escrito tres películas, una novela (
Venirse arriba) y muchos programas de la tele. El año que viene también lo tenemos liado, porque andamos con la secuela de
Ocho apellidos vascos y la adaptación de Superlópez, que dirigirá Ruiz Caldera. Sí, el del pelazo. Para él, precisamente, han escrito otras parejas de guionistas de recopetín. Cristóbal Garrido y Adolfo Valor le dieron un buen repaso a la comedia de corte fantástico con
Promoción fantasma, y Pablo Alén y Breixo Corral escribieron todas las maravillosas chanzas de
Tres bodas de más. Repiten con Javi en Anacleto: agente secreto, donde colaboran con Fernando Navarro. Y se está rodando
Ahora o nunca, de María Ripoll con guion de Jorge Lara y Francisco Roncal, que debutaron en el cine con Zipi y Zape y el club de la canica. Pablo y Daniel Remón (
Casual Day, 5 metros cuadrados) practican una comedia negra maravillosa y Montero & Maidagán desarrollan su brillantez sobre todo en la televisión, pero pronto tendremos noticias suyas en el largometraje.
Esta comedia será nueva, pero en ningún caso supone una ruptura. No se entiende el cine que hacemos sin Berlanga, Ozores, Colomo o Almodóvar. Por mucha serie cómica americana que hayamos visto y por muchos vídeos de poshumor en YouTube que nos traguemos, al final seguimos la estela de
Vente a Alemania, Pepe,
Ópera prima o
Todo es mentira. Nacho Vigalondo escribe y dirige
Extraterrestre y nos hace pensar en
Mujeres al borde de un ataque de nervios. O alguien que lleva décadas haciendo comedias románticas como Emilio Martínez-Lázaro consigue conectar con el público actual gracias a una vuelta de tuerca al “chico conoce chica” en versión “andaluz conoce vasca”. ¿No sigue Torrente arrastrando a los espectadores al cine? Pues la saga de Santiago Segura es deudora de las películas de Alfredo Landa, Tony Leblanc y José Luis López Vázquez. Todo puede sonar a nuevo, pero es más viejo que el TBO.
Ojalá la televisión llegue a reflejar la variedad que sí existe en el cine o Internet. Las películas de Juan Cavestany, los espectáculos de Miguel Noguera o los vídeos de Venga Monjas quizá tengan una difusión limitada, pero para aquellos que practicamos la comedia son la avanzadilla, los que exploran terrenos cómicos más atrevidos. Lo bonito sería que convivieran series de éxito arrollador como La que se avecina con propuestas como Qué fue de Jorge Sanz o la reciente
El fin de la comedia, los cuales, son, desafortunadamente, fenómenos aislados. Mientras las salas de cine y los ordenadores están atestadas de ficciones cómicas, éstas no terminan de encontrar su hueco en la pequeña pantalla.
Otra cosa que necesitamos para que esta nueva comedia española no decaiga es el desbloqueo del corto hacia el largo. Hace años lo normal era hacer un corto de éxito y poco después debutar en el largometraje. Muchos de los cineastas del género procedemos de esa cantera: desde Javier Fesser hasta Daniel Sánchez Arévalo, pasando por Álvaro Fernández Armero o Vicente Villanueva. Pero en los últimos años hay un tapón. Un puñado de cortometrajistas están haciendo comedias estupendas y no lo tienen tan fácil como nosotros para dar el salto. Álex Montoya, Óscar Bernàcer, Natalia Mateo, Sergio Barrejón, Oriol Puig y Esteban Crespo son directores que deberían estar haciendo comedias en formato largo ya. Algo de esperanza hay, porque Manuela Moreno, directora de algunas de la mejores comedias en corto recientes como
Camas o Pipas, debuta en el largometraje con Cómo sobrevivir a una despedida. Que sea el principio del desatasque, por favor.
Una de las cosas maravillosas de la comedia es que nadie puede predecir qué hará gracia al espectador. Huid despavoridos si escucháis a alguien empezar una frase con “lo que hace reír al público es…”. Será mentira, porque eso no se puede saber. Podría haberse anticipado el éxito de
Ocho apellidos vascos a cuenta de que hay otros referentes en Europa de comedia regional que arrasaron. Pero nadie, repito, nadie, vio venir semejante repercusión. ¿O es que alguien sabía que una película con la madre de Paco León como protagonista revolucionaría la comedia nacional? Puede que los productores españoles busquen una fórmula, que casi sólo nos demanden escribir el próximo Intocable o el
Resacón en Las Vegas patrio, pero al final nos acaba saliendo algo diferente, porque siempre lo llevamos a nuestro terreno. Un terreno muchas veces conocido, pero con destellos de novedad, de personalidad propia. La nueva comedia española tiene mucho de la vieja, pero si en las líneas anteriores he citado nombres como para llenar un listín telefónico (y me he dejado muchos) es porque hay risa para rato.