Apocalypse now
Enorme la megalomanía de semejante propuesta, fruto de unas difíciles y caóticas circunstancias que parecen contagiarse a una película que no es sino la representación, certera, brutal, surreal por momentos, tanto del Vietnam como de las guerras, así en general; del absurdo, la locura y la violencia común a todas ellas. La coyuntura del momento (años 60, hippismo, contracultura…) ayuda a entender el tinglado, y aún así, hay algo que va más allá de lo meramente generacional. Gran manejo del “grupo hawksiano”, con sus personalidades, su evolución (de la inocencia al colapso mental, siendo llevada la cordura de todos al limite de su resistencia), conforme van adentrándose en un río que va directo al averno; un viaje épico en toda regla, tras el que nada será igual. La locura de Kurtz (gran protagonista ausente) no es más que una atroz lucidez; una filosofía asentada en los valores del guerrero y de la tribu, en asumir la guerra como pura matanza, con todo su horror innegable, sobreponiéndose a la menor consideración ética con tal de vecer… ésta sería la única forma (tan terrible como coherente) de afrontar la situación sin mentiras ni autoengaños, pues en una guerra no hay salvajes ni civilizados: todos pertenecen a la primera categoría. ¿El precio a pagar? Ser un hombre destruido, desengañado, devorado por la oscuridad, que sólo con su propia muerte puede completar su “misión”.
El mismo camino (físico y espiritual) emprende Willard y las mismas conclusiones obtiene, siendo la conexión casi telepática que tiene con Kurtz lo que le convierte en su mayor amigo y enemigo a la vez. Recordaba la narrativa más dispersa de lo que en realidad es, pues hay una clara progresión; al principio permanecen parte de los valores del ejército yanki (caricaturizados con mucha sorna y mala leche), de los que nos vamos alejando progresivamente. En la psicodélica secuencia introductoria (inmejorable para meternos en situación), el bombardeo operístico (ni la Riefenstahl), el asedio al puente fronterizo… por citar lo más recordado, encontramos una mezcla de comedia negra (con acoso y derribo al mito de las pin-ups incluido), tragedia muy dura (de una crueldad sin precedentes cierta muerte con una grabación de fondo), secuencias de acción, ramalazos de puro terror… que ofrecen una perspectiva compleja, nada facilona ni complaciente, del conflicto. Y en cuanto a la parte visual, poco que añadir; digna de un cuadro de El Bosco o de Brueghel, visiones casi pictóricas de un universo de tarados, de ruido y destrucción, vapores y luces, de fuerte presencia de los elementos (fuego del napalm, agua del río, tierra, vegetación…), con el apoyo de una banda sonora inclinada hacia los sonidos más inquietantes (con los Doors y Wagner yendo de la mano).
Vista la versión “redux”, eso sí, me temo que lo añadido no hace sino empeorar el resultado, entre lo redundante (el tramo final, cargándose el misterio en torno a Brando, que mejora cuanto menos aparece) y lo excesivo (lo del Kilgore y el robo de la tabla, que me termina por sacar del asunto, y eso que el personaje es una genialidad). Precisamente lo de la plantación, tan debatido, aún con el riesgo de perjudicar la narrativa (es difícil no verlo como un pegote) sí que creo que tiene su interés: una isla en medio del caos, fuera del tiempo y habitada por espectros (bruja incluída); los últimos estertores del colonialismo europeo en un mundo que ya no existe (difícil de asumir algo así), o un sueño en mitad de la pesadilla que, como la parte “racional” de Willard, acaba extinguiéndose definitivamente.