Magnolia dijo:
A mí Spider me pareció el principio de un declive importante. Convencional hasta la médula y francamente indecente. Vista y olvidada. Revisionada hace poco y definitivamente condenada.
No puedo estar más en desacuerdo con ese disparate.
Rescato una crítica que hice de SPIDER con motivo de su estreno en el 2001. Se incluía en una web que dediqué a Cronenberg pero que ya ha dejado de estar en la red. Aún así, y si hay ganas, se puede recuperar algún análisis más de otros títulos de él en la web que coordino:
Saco de mentiras. Por ejemplo
Naked Lunch y
eXitenZ.
En sú día escribí esto de SPIDER (perdón por el tocho). Sigo pensando lo mismo:
Escribamos desde la emoción.
Se suele decir que los grandes autores, ya sea en literatura o cine, están rehaciendo siempre, a cada nuevo trabajo, la misma historia, vuelven sobre los mismos temas. Este factor es el que hace reconocible la mano y la personalidad de algunos artistas tras sus obras.
Ante esta consideración, no es disparatado afirmar que David Cronenberg es uno de esos autores. Su actitud reincidente a la hora de realizar una y otra vez lo que llamo "obras eco" u "obras siamesas" lo confirman como un director de cine obsesivo, empeñado una y otra vez en filmar su obra definitiva —o una nueva pieza de su "filmografía puzzle"— con la que lograr explicar la pulsión recurrente que impulsa su arte. En la sinfonía que compone Cronenberg a cada nuevo trabajo cambia la letra pero la música se mantiene.
La obra de Cronenberg, como consecuencia de manejar unos resortes próximos a los postulados del género fantástico y de ciencia-ficción tan fácilmente etiquetable, ha visto reducida su lectura a niveles de producto menor, de mera evasión —incluso sus admiradores le han hecho un flaco favor al etiquetarle prematuramente como paladín de lo que llamaron "la nueva carne"—, pero su filmografía, a día de hoy, trasciende ya cualquier acotación genérica, siendo casi creadora de un nuevo género cinematográfico según los deseos del propio director:
«Creo que el único tema verdadero de mi cine es la condición humana, algo que está vinculado a la misteriosa relación entre la mente y el cuerpo; ¿qué es estar vivo, a partir de qué punto se deja de ser humano?». Una afirmación que adquiere todo su sentido si contemplamos su cine en toda su perspectiva: su obra está repleta de imágenes que trasmiten el perpetuo enfrentamiento del hombre contra un trastorno —mental o físico— que destruye su identidad.
Aún así, hay muchos que aún marcan diferencias entre unas y otras películas de su filmografía, buscando separar la obra del "autor de cine de evasión" y la del "autor de cine adulto", de una manera similar a lo que se hace con la de otros realizadores, como Clint Eastwood, eludiendo la coherencia interna que subsiste en sus trabajos.
Considero esta actitud totalmente equivocada, una actitud que demuestra una mirada errónea ante la obra total del cineasta, ya que, a poco que nos esforcemos descubriremos una coherencia manifiesta —evolutiva a la vez que reincidente— en la trayectoria artística del canadiense:
Spider no podría existir si antes Cronenberg no hubiera filmado obras tan "aparentemente dispares" como
Cromosoma 3,
La Zona Muerta,
Videodrome,
Inseparables,
Naked Lunch o
M.Butterfly (por citar los títulos que presentan sus conexiones más evidentes, tanto en historia como en puesta en escena).
Pero las virtudes de
Spider no se reducen sólo aquellas que le unen a las otras obras de cineasta. Es indudable que
Spider es perfectamente disfrutable y valorable por sí misma —y así ha de ser juzgada sobre todo—, ya que méritos no le faltan, pero para los que hemos seguido la trayectoria de su autor y descubrimos en este último trabajo las reminiscencias de obras anteriores, el goce es absoluto al encontrarnos de nuevo inmersos en el universo que nos lleva hechizando durante años.
Reconocemos el cine plagado de metáforas. Reconocemos la misoginia hacia la anómala condición femenina que tantas veces ha retratado Cronenberg: un ser nocivo, generador de una sexualidad ambigua, enfermiza y malsana: un agente hostil perturbador de la psique; reconocemos al protagonista masculino, castrado y destruido mentalmente por esa influencia; reconocemos esa inclinación a la perdida de la identidad y a la metamorfosis, ya sea psíquica o física; reconocemos la "amenaza", el horror, que surge del interior del individuo, y que alimenta su propia autodestrucción; reconocemos ese pantanoso terreno de la subjetividad alterada, en la que los personajes ven transformada su percepción del mundo, hasta el punto de que realidad y alucinación conviven en un mismo decorado; reconocemos ese interés obsesivo y fatalista por adentrarse en las tinieblas de la naturaleza humana.
Spider es, para mí, una nueva prueba de la admirable trayectoria artística que ha caracterizado hasta la fecha la obra del cineasta canadiense; es la confirmación de una manera maestra de utilizar el arte y el lenguaje cinematográfico; es la confirmación de una nueva negativa de Cronenberg a realizar un título acomodado, de planteamiento fácil o premeditadamente tramposo.
Spider confirma a Cronenberg como un caso singular y sin parangón entre sus coetáneos —yo ya ni me permito compararlo con Lynch—. El artista es y se muestra dueño de una puesta en escena a contracorriente de las modas: su narrativa prescinde voluntariamente de virtuosismos y pirotecnias visuales para devenir en clásica y casi minimalista, haciendo de su sencillez una progresista concepción cinematográfica. Incluso se leen y se escuchan calificativos como "estilo bressoniano" a la hora de enfrentarse con el análisis de esta última obra —aunque las referencias que cita Cronenberg en sus entrevistas son más literarias: Beckett y Kafka—. El propio Angel Quintana, en la revista "Dirigido" destaca la encomiable opción del director, a la hora de decantarse por un cine sobre la miseria y sobre los desahuciados, en una época donde el exhibicionismo cinematográfico y las vicisitudes de la clase media acomodada son el centro de las ficciones.
A pesar de la historia que se narra en
Spider y del gran riesgo asumido por el realizador en la elección del punto de vista elegido para hacerlo —la mente de un enfermo esquizofrénico—, Cronenberg consigue de la simplicidad de su puesta en escena su mayor virtud, haciendo gala al mismo tiempo de un gran conocimiento del lenguaje metafórico aplicado a la imagen cinematográfica.
Todo lo que vemos en
Spider es un estado mental y todo lo que se nos muestra lo hace pasando por el filtro de la mente de Dennis Cleg. Esto ya lo había utilizado antes Cronenberg en
Naked Lunch, película con la que
Spider guarda varios paralelismos argumentales, estéticos y narrativos (en aquella, el protagonista también huía a un estado mental para negarse la ejecución de un crimen compulsivo, y también allí las mujeres adquirían los mismos rasgos).
Las simetrías de las manchas que acompañan los créditos iniciales ya apuntan hacia una conciencia dual, hacia una simetría, hacia un reflejo que no es otro que la mente de Dennis Cleg (en un eco de la "sintonía bífida" de
Inseparables ). Esta dualidad espejada sumerge la historia en un clima onírico donde la realidad y la alucinación que la evoca se confunden constantemente, compartiendo también el mismo plano. No obstante, Cronenberg se muestra respetuoso y objetivo con la puesta en escena. Allá donde otros habrían recurrido a virtuosismos escénicos, el autor recurre a la sencillez más cristalina para mostrar esa irrealidad evocada: integrar en el mismo plano al protagonista como testigo del recuerdo que se rememora (un recurso semejante al utilizado para plasmar las visiones de John Smith en
La Zona Muerta o para sumergir a los protagonistas de
eXistenZ en los escenarios virtuales).
Todo es sencillez y honestidad en
Spider, y esta honestidad y respeto que demuestra Cronenberg hacia el espectador a la hora de narrar y de filmar la locura no despierta más que admiración. Porque admirable es el adjetivo que define la inventiva en el uso de unos recursos narrativos de extremada simpleza que consiguen impresionantes resultados:
— Dennis Cleg confunde hechos y situaciones, divaga; y el diario que escribe con una caligrafía ininteligible y confusa, sus murmuraciones entre dientes, son el equivalente a la representación en imágenes que le acompañan.
— Los pequeños flashbacks que inserta Cronenberg para explicar la relación entre madre e hijo los precede mostrando a Dennis buscando entre las primeras páginas de su diario.
— Dennis no logra hacer casar en su mente todos los elementos de su autoengaño, y Cronenberg nos muestra a éste perdiendo el control y destrozando enfurecido el puzzle que estaba construyendo cuando no logra encajar las piezas.
He citado la palabra honestidad. Sorprendentemente para los tiempos que corren, Cronenberg no necesita acudir a las trampas de guión. Más bien al contrario: la cinta está plagada de evidencias que corroboran la confusión de los recuerdos: el texto confuso, los murmullos de Dennis, la repetición de nombres —la puta y la casera se llaman igual y comparten idéntico abrigo—, el cristal roto y reconstruido que asemeja una tela de araña —con la mancha de sangre que anuncia el crimen—, etc... Todo apunta a una representación esquinada de la verdad.
He citado la palabra sencillez. Cronenberg usa el lenguaje del cine, de la representación, de manera simple, efectiva ... y contundente. Una muestra: el director nos lanza un mensaje alertándonos sobre la verdadera naturaleza de "los" crímenes y de la identidad de "sus" ejecutantes, y lo hace dos veces por si hay algún despistado en la sala:
—Cronemberg repite dos veces un mismo plano: En dos escenas distintas (en aquella en la que el padre de Dennis mata a su esposa, y en la que Dennis-niño "teje" su trampa), hay dos movimientos bruscos de ambos personajes alzándose y superponiendo su rostro al de Dennis-adulto que los contempla al fondo del encuadre. No hace falta añadir nada más.
El espectador mínimamente atento intuirá también desde un principio que el crimen del padre no existe como tal, sino que es una representación gráfica y delirante de Dennis-hijo de la desaparición de la figura materna amada por él cuando éste es incapaz de asumir la sexualidad de sus padres (obsérvese su reacción cuando los ve besarse o cuando descubre a su madre probándose el camisón que le ha regalado su esposo). A partir de entonces, su madre pasa a ser vista por él como una puta a la que culpabilizará también del "crimen":
"Asesinos los dos", exclamará en cierto momento.
Desde entonces, todas las mujeres adquirirán a sus ojos los rasgos de su madre y se mostrarán ante él como entes hostiles y de sexualidad enfermiza. Sumergido en esa locura, viendo que su madre ha sido "asesinada y sustituida" por una puta entregada al sexo y al vicio con su padre, Dennis planificará el asesinato de estos, acabando entonces con la vida de su madre. En ese momento, Cronenberg volverá a mostrar una situación-eco que automáticamente evoca a otra anterior (un recurso plástico recurrente en el cineasta): aquella en la que el padre arrastra el cuerpo sin vida de la madre fuera de la casa (una imagen espejada de aquella en la que Dennis imaginaba el asesinato de ella a manos su padre, y ésta yacía sin vida, en un plano similar, sobre el suelo del huerto).
Como ya viene siendo habitual, en
Spider, Cronenberg vuelve a depurar el guión de su película de tal manera que apenas necesita un reducido número de actores —con un trabajo impresionante— y de un mínimo escenario para narrar con mano maestra este drama psicológico; el número de personajes es reducido a su mínima expresión; el lugar donde transcurre la acción se reduce prácticamente a unos pocos escenarios, siempre desolados y transitados por lo irreal, con ciertos ribetes de atemporalidad que sitúan la trama en tierra de nadie (un diseño de producción que recuerda en muchos momentos al de
Naked Lunch); los diálogos son mínimos a la vez que precisos; la puesta en escena es impecable a la vez que calculadamente sencilla; todos los acontecimientos que se nos muestran son necesarios para la coherente comprensión de la historia, sin tiempos muertos (no se echa en falta ni sobra un mínimo plano), haciendo que la narración avance con una precisión matemática y sin fisuras; la elegancia y la inteligencia se apoderan totalmente de la obra; y una vez más (y van...) la mirada pesimista del autor de Inseparables nos muestra lo que somos, libera el horror y nos niega cualquier escapatoria que no sea el suicidio o la locura.