Promesas del este
La mafia como nueva gran enfermedad del siglo XXI. Otro mundo dentro de éste, un oscuro cuerpo parásito (y extranjero) dentro de nuestra querida civilización, corruptor y destructor de toda inocencia, brutal pero regido por códigos propios y jerarquías, que no comprende otro lenguaje más que el de la carne, otra realidad más que la violencia y el sexo. Los dos mundos no están tan separados como parece. Los personajes tienen identidades híbridas; el mafioso psicópata y arrogante (Cassel) es en realidad un niño a la sombra de un padre (Stahl) que viene a ser el diablo en persona, de apariencia familiar y venerable. La trama relata, con la excusa un tanto folletinesca del bebé, la metamorfosis paulatina de un hombre que puede ser un funcionario de la muerte o un tipo piadoso y con buen fondo, que realiza un último gesto redentor antes de dejarse engullir sin remedio por el lado oscuro (en una reminiscencia final a El padrino o Centauros del desierto), cosa que enturbiará ahora más que nunca cualquier distinción posible entre el bien y el mal.
Las claves de la filmografía de Cronenberg siguen ahí, aunque un poco escondidas. Más visible, si acaso, la dirección, con un tratamiento sobrio y distante de la imagen, aunque con estallidos puntuales de crudeza (los dos asesinatos gore, y cómo no, la inolvidable pelea en la sauna), aprovechando al máximo un estimable guión ajeno; todo muy físico, directo, sin concesiones... por no haber no hay ni disparos, haciendo uso básicamente de armas blancas. En el fondo, cine más psicológico que de acción, con una interpretación inquietante muy lograda del Mortensen, todo presencia y acento. Tal vez ella (Watts), mujer íntegra y madrastra-coraje, sea lo más convencional de la función, o guiño al espectador en medio de la mugre... por otra parte, la motivación profunda y visceral que impulsa semejante cruzada moral (no llama a la policía en ningún momento) es la de no haber podido ser madre. Cuento navideño, en definitiva, que no hace sino acentuar ese contraste de buenos sentimientos frente a incómodas realidades ocultas.
Un método peligroso
Historia del enfrentamiento entre una idea materialista de la sexualidad, basada en causas y efectos, y la idea del subconsciente como gran misterio aún por descubrir. Entre el maestro, con una legión de fieles adeptos, en posición de clara superioridad, limitado a la fría práctica médica, y el idealista y apolíneo redentor del género humano, cuyo “método peligroso” consiste en involucrarse personalmente con quien sería el objeto de análisis, lo cual puede llevarle a descubrir lo peor de sí. Nos pone Cronenberg ante un mundo al borde del gran desastre, marcado por diferencias de clase, religión, nacionalidad, género... diferencias entre médico y paciente, discípulo y maestro. Sin embargo, nada es lo que parece en una relación a tres bandas (gran interpretación de todos, especialmente una Knightley moviéndose del histrionismo a la contención) donde el amor y la amistad, la admiración y la rivalidad, entran en conflicto, y las posturas de dominante y dominado no siempre parecen evidentes. El final, cualquier cosa menos tranquilizador; América, como el psicoanális, bien puede ser una nueva tierra prometida, pero se avecina el reinado de los impulsos más destructivos y no la liberación espiritual tan anhelada por el gran humanista.
No estoy seguro, pero juraría que la disposición de las figuras en plano (a veces con espejos y otros objetos de por medio) no está dejada al azar, ni es teatral sin más, sino que hay un trabajo invisible de puesta en escena tras semejante atracón de diálogo psicoanalítico (dentro y fuera del diván). Como siempre, muchos contrastes y dobleces, una trama retorcida de relaciones (no siempre sencilla de seguir) y los instintos más elementales exteriorizándose (la violencia, esta vez, reducida al mínimo -el potente ataque psíquico de Jung mientras debaten sobre Akhenatón-). No engaño a nadie si digo que prefiero otros títulos cronenbergianos, pero aplaudo el enorme riesgo de la propuesta, el radical ejercicio de funambulismo por parte de un cineasta maduro que supone; una pura contradicción en imágenes, una fusión de teoría y praxis, de intelectualismo y pulsión en pantalla, de tensión entre una escenificación perfectamente pudorosa, estética... y el volcán interior que mueve a los tres protagonistas y apenas vislumbramos... pues si el canadiense siempre ha mostrado sin tapujos lo visceral, irracional, etc. tanto como ha teorizado sobre ello, ésto en cierto modo no supone ninguna excepción.