Stereo
Mediometraje primerizo que supone un muy rudimentario esbozo del imaginario cronenbergiano. Está hecho en blanco y negro, con los amiguetes y en un edificio enorme y de arquitectura ultramoderna para la época, finales de los sesenta (supongo que la facultad donde estudiaba este hombre). Sigue las andanzas de un grupo de telépatas que forman parte de un experimento llevado a cabo por la “academia canadiense para la investigación erótica”, según el cual las capacidades mentales de estos individuos están de alguna manera relacionadas con la sexualidad… como puede verse, el amigo David apuntaba maneras y demuestra desde el principio sus particulares obsesiones; una lástima que semejante ejercicio amateur carezca por completo de interés, tratándose de una pseudo-película sin una trama definida y carente de sonido excepto por una voz en off que ejerce de hilo conductor pero que poco contribuye a hacer más comprensible lo que vemos, embrollándose en una jerga cargada de conceptos psicológicos, científicos (o al menos con aparencia de serlo) y filosóficos que parece fruto de haberse tomado más de un tripi en mal estado (de hecho, no esperaría menos).
A destacar las impagables pintas que se gastan los implicados, concretamente el protagonista, un tipo grimoso, asexuado y de turbadora presencia, de quien nada más se supo (una pena), que va paseándose por ahí con capa y bastón cual vampiro hippiesco-modernuqui. Seguro que se lo pasaron todos estupendamente haciendo ésto, con alguna secuencia algo subidita de tono y haciendo bastante el cabra. Si bien no existe el menor atisbo de cine narrativo o convencional, el caso es que como propuesta vanguardista tampoco encontramos nada donde rascar, pues no existe ningún juego “sensorial” con montaje, planos, etc. al que aferrarse, o que pueda resultar mínimamente sugerente. Aún así, entre el insoportable fárrago que ilustra (o al menos lo intenta) las dispersas imágenes, uno encuentra cosillas que sorprenden, como el concepto de la “omnisexualidad” de los telépatas; no sé si influido por la contracultura de la década, o bien de una modernidad asombrosa… ideas, con todo, que tampoco van a ningún lado. Recomendable, en definitiva, para los muy completistas del director y únicamente bajo su propia cuenta y riesgo (lo bueno es que no dura mucho).
Crimes of the future
El mismo esquema (sucesión de situaciones con voz en off de fondo) se repite en ésta, con la salvedad de ser en color y hacer acto de presencia una banda de sonido formada por ruidillos desconcertantes y un punto siniestros, con un mayor protagonismo si cabe del tipo que protagonizaba la anterior, dando incluso más grima aún. El joven Cronenberg nos lleva a un futuro apocalíptico en el que las mujeres han desaparecido, víctimas de una enfermedad venénea provocada por un cosmético para la piel que ahora también afecta a los hombres, ahora reducidos a un grupo de sujetos pervertidos y sexualmente ambivalentes que ingieren ciertas sustancias lechosas (que brotan de los cuerpos afectados por la enfermedad), acarician esferas de cristal y realizan curiosas terapias relacionadas con tener los dedos de los pies unidos por membranas. O algo.
A primera vista, un festival de la más truculenta bizarrada... pero no nos engañemos, es otra patochada amateur rodada por cuatro cenutrios en un parque (me atrevería a decir que sobre la marcha). Puede dar la impresión de que al menos hay un punto de humor y de que nos intentan contar algo parecido a una historia (fracasando en el intento). El final, todo sea dicho, tiene cierta fuerza, pero es un crimen lo poco perturbador que resulta teniendo el cuenta el peliagudo asunto que llega a insinuarse (nada menos que un rollo pedófilo). Asoma por ahí el típico científico demente y visionario, al igual que un torpe intento de situación conspiranoica, destacándose la escena del tipo melancólico al que le crecen órganos extraños por el cuerpo, cosa que apunta ya a una poética de la deformidad y de las transformaciones más inciertas.