Todo sobre mi madre
Un Almodóvar maduro y crepuscular, por cuyos personajes irreverentes y excesivos han pasado los años hasta el punto de convertirse en parias, en seres olvidados, marginales y enfermos, heridos por el tiempo; él se encarga de darles voz, de revelar lo que llevan dentro, destapándose como un humanista de los pies a la cabeza. Un homenaje, además, a las mujeres de toda condición, tan diferentes pero tan iguales, en plena sintonía con lo que suele decirse de Almodóvar como gran conocedor del universo femenino; con compasión, respeto, admiración y profunda empatía que busca contagiar al espectador. Maneja bien los hilos de una trama donde nada queda descolgado, en la que Roth es protagonista y detonante, siendo su trágica pérdida y su búsqueda vital lo que evoluciona y se ramifica en una historia muy coral, sobre la puta vida, así en general, sobre cómo nos jode y cómo sobrevivimos a ella, cómo siempre queda lugar para la esperanza y el futuro (mucha autenticidad tras un argumento, otra vez, inverosímil, disparatado y melodramático como el que más). La ambivalencia sexual, el colorido de los escenarios, acaba por descubrir una realidad sumamente viva, ajena por completo a blancos y negros, con la distancia justa y con una calidez muy característicamente almodovariana.
Memorable la Agrado, contrapunto tragicómico muy bien escrito y mejor ¿interpretado? por Estela Reynolds, que casi parece un retazo de la época más gamberra del director; una especie de criatura mágica, entre la aparente idiotez y la sabiduría callejera. Cuestiones de transexualidad, lesbianismo, etc. son tratadas con naturalidad, curioso que nadie aquí sea completamente hetero ni “normal”; más que quedarse en la simple reivindicación, nos están hablando de lo complicado, de lo imprevisible de las relaciones humanas y del amor, creando individuos poliédricos que esquivan hábilmente el topicazo (por ejemplo, la Sardá como hombre de la casa, ante la senilidad de su marido). Una vez más, tiene un peso importante la representación (la actuación, la doble cara de cada uno) y las referencias tanto teatrales y del cine como artísticas en general (Capote, Gaudí, Chagall, etc.). Me ha pasado con Pene lo mismo que con Banderas en ¡Átame!, no sé si estoy ante un fenomenal director de actores, o es que ella es un ser absolutamente monjil; igual es mi problema, pero su personaje es tan abiertamente adorable, tierno y virtuoso que sí que me empalaga… el tono de cuento (mal imitado por gente como Médem) es otra cosa que, de igual manera, puede convencer más o menos, según cada uno.