Picnic en Hanging Rock
Nada que añadir sobre una media hora inicial que es atmósfera pura y dura, ejercicio de estilo sublime, magistral anuncio de compresas... historia del cine, sin más. Un cuento de hadas, de misterio (sin solución) y de terror gótico a plena luz del día, combinando inquietud y belleza a partes iguales. E inmejorable carta de presentación de un cineasta primerizo, cuyo eco resuena en gente como Lynch y la Coppola. Gran ojo para captar la naturaleza salvaje australiana, tan peculiar. Notable conjunción con lo musical (si acaso chirría un poco el soniquete electrónico del momento). Cada imagen, cada movimiento de cámara, parece primorosamente escogido (ciertos recursos videocliperos quedan hasta bien) tanto para plantear el mcguffin como para definir a los futuros implicados en el drama que está por llegar (maestras, fuerzas del orden, testigos… y un pueblo entero). El lugar en cuestión es una “zona” que respira, con vida y reglas propias, donde el tiempo permanece inmóvil y un paisaje prehistórico parece engullirlo todo. Ésto recuerda al realismo mágico, tan propio de tierras ajenas a lo europeo, donde lo natural, lo cotidiano, puede convertirse fácilmente en extraordinario, como si otros mundos muy antiguos, remotos, estuviera por descubrir y aguardase a la vuelta de la esquina.
Lo que sigue a partir de ahí (aunque volvamos a Hanging Rock intermitentemente) es la meticulosa disección de una sociedad y de las consecuencias de un hecho trágico, terrible y que nos deja impotentes, que obsesiona, que cambia las vidas de todos (nada será igual… ni siquiera para una de las chicas al volver del “otro lado”, ya adulta y vestida de rojo). El puritanismo, la confianza en la razón cartesiana, en jerarquías y disciplina, queda en nada ante los instintos más atávicos (dos mundos que chocan y contrastan vivamente, lo habitual en Weir). La desaparición tiene algo de ritual, de sacrificio pagano (San Valentín, año 1900, - el último año del siglo XIX-) donde una suerte de inocencia perversa despierta en unas adolescentes guiadas por un raro instinto (¿sexual?), como volcanes dormidos pero que empiezan a despertar, a dejar la infancia atrás (los demás sigue un camino similiar, como la directora; de antipática bruja a mujer vulnerable cuyas certezas se desmoronan). Más de un enigma hay, incluso, como lo de los dos hermanos, a un paso el uno del otro… y sin saberlo (lo cual resulta fatal). Y desigualdades fundadas en lo económico (la situación de los huérfanos), pero que pueden anularse gracias a una sana camaradería masculina (entre el joven amo y el criado).
Una cosa inabarcable del todo.