Enigmax
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Con el paso del tiempo, he notado cómo el cine, una de las grandes pasiones de mi vida, ha dejado de tener ese poder que antes me conmovía tan profundamente. A mis 56 años, me encuentro en una encrucijada emocional, donde el entusiasmo y la conexión que solía sentir con las películas han desaparecido, dejando en su lugar una sensación de apatía que nunca pensé que llegaría a experimentar. No estoy seguro si esto se debe a una transformación en el cine actual o a un agotamiento personal, pero lo cierto es que prácticamente ninguna película logra emocionarme o impactarme como antes.
Es como si todas las historias que se presentan ante mis ojos fueran una repetición de algo ya visto, un eco distante de una creatividad que, en mi opinión, ha perdido frescura. Los mismos esquemas narrativos, las mismas fórmulas predecibles, los mismos arcos argumentales. La sorpresa, ese elemento tan esencial en el arte cinematográfico, se ha desvanecido por completo para mí. Todo lo que veo me resulta plano, sin vida, y en vez de emocionarme, me encuentro anticipando cada giro, cada desenlace, sin ninguna chispa de entusiasmo.
Lo más desalentador es que esta pérdida de conexión no solo afecta mi relación con el cine como espectador, sino también como creador. La pasión por hacer cine, esa fuente inagotable de creatividad y energía que antes me impulsaba, ha sido reemplazada por una sensación de estancamiento. Ya no siento la inspiración fluir, y cada proyecto que imagino se ve ensombrecido por una especie de resignación, como si estuviera condenado a repetir los mismos patrones una y otra vez, atrapado en un ciclo que no puedo romper. Las herramientas y técnicas que antes me ofrecían infinitas posibilidades ahora me parecen limitadas, monótonas, casi como un peso que me obliga a seguir los mismos caminos trillados. Mismos principios una y otra vez porque son los que gustan y aparentemente están instalados a perpetuidad en la industria técnica.
Hay una falsedad inherente que percibo en el cine de hoy, una suerte de prefabricación que me aleja de cualquier tipo de autenticidad. Todo parece artificial, como si se hubieran perdido las capas más profundas de la narración en favor de una superficialidad diseñada para complacer en el momento, pero que carece de verdadera sustancia. No sé si esto es algo que ha cambiado en la industria o si es una percepción que ha crecido dentro de mí, pero lo cierto es que el cine ya no logra tocarme el alma como solía hacerlo. Todo lo siento artificial, impostado, excesivamente "perfecto", sintético y aséptico. Es como si una profunda melancolía por las técnicas y flujos de trabajo de los tiempos del celuloide me anudara el estómago. Tiempos donde siento que todo tenía un aire más artesano y auténtico.
Tal vez todo esto sea parte de un cambio personal, una evolución en mis propios gustos y expectativas, o tal vez sea el reflejo de una industria que ha perdido su capacidad de innovar y sorprender. Pero lo que sí sé con certeza es que la conexión emocional que alguna vez tuve con el cine se ha desvanecido, dejándome con una sensación de vacío y desencanto que nunca imaginé sentir por un arte que tanto significó para mí.
Es como si todas las historias que se presentan ante mis ojos fueran una repetición de algo ya visto, un eco distante de una creatividad que, en mi opinión, ha perdido frescura. Los mismos esquemas narrativos, las mismas fórmulas predecibles, los mismos arcos argumentales. La sorpresa, ese elemento tan esencial en el arte cinematográfico, se ha desvanecido por completo para mí. Todo lo que veo me resulta plano, sin vida, y en vez de emocionarme, me encuentro anticipando cada giro, cada desenlace, sin ninguna chispa de entusiasmo.
Lo más desalentador es que esta pérdida de conexión no solo afecta mi relación con el cine como espectador, sino también como creador. La pasión por hacer cine, esa fuente inagotable de creatividad y energía que antes me impulsaba, ha sido reemplazada por una sensación de estancamiento. Ya no siento la inspiración fluir, y cada proyecto que imagino se ve ensombrecido por una especie de resignación, como si estuviera condenado a repetir los mismos patrones una y otra vez, atrapado en un ciclo que no puedo romper. Las herramientas y técnicas que antes me ofrecían infinitas posibilidades ahora me parecen limitadas, monótonas, casi como un peso que me obliga a seguir los mismos caminos trillados. Mismos principios una y otra vez porque son los que gustan y aparentemente están instalados a perpetuidad en la industria técnica.
Hay una falsedad inherente que percibo en el cine de hoy, una suerte de prefabricación que me aleja de cualquier tipo de autenticidad. Todo parece artificial, como si se hubieran perdido las capas más profundas de la narración en favor de una superficialidad diseñada para complacer en el momento, pero que carece de verdadera sustancia. No sé si esto es algo que ha cambiado en la industria o si es una percepción que ha crecido dentro de mí, pero lo cierto es que el cine ya no logra tocarme el alma como solía hacerlo. Todo lo siento artificial, impostado, excesivamente "perfecto", sintético y aséptico. Es como si una profunda melancolía por las técnicas y flujos de trabajo de los tiempos del celuloide me anudara el estómago. Tiempos donde siento que todo tenía un aire más artesano y auténtico.
Tal vez todo esto sea parte de un cambio personal, una evolución en mis propios gustos y expectativas, o tal vez sea el reflejo de una industria que ha perdido su capacidad de innovar y sorprender. Pero lo que sí sé con certeza es que la conexión emocional que alguna vez tuve con el cine se ha desvanecido, dejándome con una sensación de vacío y desencanto que nunca imaginé sentir por un arte que tanto significó para mí.
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