Re: INGLORIOUS BASTARDS
mirad lo que ha escrito Nacho Vigalondo sobre un reciente visionado de Reservoir Dogs, desde luego esta es la diferencia que marca entre gustarte el cine y vivirlo
Planazo
Anoche me fui al New Beverly Cinema, a una sesión de medianoche, ponían Reservoir Dogs (no, el doblete Hitchcock era inalcanzable). Es un cine que, en lo precario, provoca un sentimiento de complicidad entre los pocos asistentes muy dulce. La sala tiene una programación fantástica, un pequeño bar con paredes agrietadas y, si ganas una lotería, te dejan confeccionar tu propia sesión doble.
Estoy aprendiendo a amar la vida en Estados Unidos a partir de los detalles: Uno de ellos es el aspecto de la comunidad cinéfila: Nada de ceños fruncidos, miradas acusadoras, murmullos vengativos ni perillas con caspa. Mucho tatuaje, mucho pelo alborotado, mucha sonrisa y mucho cigarrillo ladeado. Y mucha gente atractiva. No soy nada exigente con la belleza física, excepto cuando acudo a actos estrictamente cinéfilos. En esos casos, la ausencia de chicas, por ejemplo, me deprime bastante.
Ver Reservoir Dogs en estas condiciones ha sido cerrar un círculo con el pase en los Cines Azul hace dieciséis años, en Vitoria, también una sesión intempestiva, pero en un sala vacía. La soledad se compensaba con el sentimiento de exclusividad: En el 92, Reservoir Dogs era un tesoro compartido entre los pocos que la habían visto y les había emocionado.
Anoche fue la primera vez que la veía en mucho tiempo: Es curioso, en los noventa, la película transcurría en Norteamérica y punto, cuando ese país era, en un nuestro imaginario, un planeta homogéneo. Ahora la película transcurre en Los Ángeles, una ciudad inconfundible. Los Ángeles puede ser una ciudad infernal, pero, con un mínimo esfuerzo por parte de uno, no deja de ser fascinante, con esa arquitectura y proporciones tan aplastadas, con esos horizontes tan insistentes: Si hay ciudades modeladas en función de cuestiones industriales, religiosas, políticas o medioambientales, esta ciudad está diseñada en base al formato panorámico.
Nunca me había fijado en hasta qué punto Tim Roth disparata su interpretación: Atentos a las muecas inexplicables que hace con su boca en el prólogo. En cualquier caso, nosotros no podemos olvidar el delirante recital de su doblador al castellano: Los “Me estoy muriendo” que le grita al policía tras la secuencia de la tortura son el ejemplo de doblaje más extraño que recuerdo. Por cierto, esa entonación es una broma habitual entre Velasco Broca y yo.
No me había fijado jamás en la cantidad de ataudes que hay diseminados por el escenario principal de la película. Me gustaría decir que los conté, y que hay uno por cada cadáver, pero no soy de esos.
Al dia de hoy, el tributo a los setenta es algo más o menos consensuado y presente. Sin embargo, cuando esta película salió a la luz, su obsesión por el cine y la música de aquella década era una extravagancia absoluta. La película ha perdido, en ese sentido, cierta agresividad. Pero sigue siendo una película esquiva, insolente y dificil de observar en conjunto.
El mundo se ha acomodado más a Reservoir Dogs que Reservoir Dogs al mundo.