El Gobierno de Mariano - Parte II

¿Cómo que Baleares y Canarias? Ni hablar. Empezamos mal con esos privilegios. Islas del este e Islas del sur y a cascarla.

¿Los de La Gaceta no han empezado aún una campaña de alistamiento al ejército?
 
Cómo que no. No hace falta diferenciarla porque sencillamente ya forma parte de la Comunidad Autónoma del Sur. Igual que Ceuta y Melilla.
 
Yo no quiero compartir mi administración con los pobres de Ciudad Real, Toledo y Cuenca.
 
¿Decíamos de hacer el ridículo internacional? Aquí los tenéis

La verdad, es el mejor gobierno de las historia, best ever :palmas
 
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Ellos tres se liarían a ostias con el gobierno actual.No iba a quedar títere con cabeza.¡Ortega,Pacheco y Bud Spencer! :atope
 
Gibraltar es el punto de invasión, no se que espera la gran reina a tomar lo que es suyo y hacernos ingleses, previa ejecución de nuestros gobernantes
 
Si Rajoy quiere justicia, que se vaya al ribunal de la Haya y que este decida de una vez por todas sobre Gibraltar. O que se pregunte a los gibraltareños que es lo que quieren.
 
Ser británicos coño... Lo que no quieren, seguro, es ser como sus primos al lado de la verja.
 
Si Rajoy quiere justicia, que se vaya al ribunal de la Haya y que este decida de una vez por todas sobre Gibraltar. O que se pregunte a los gibraltareños que es lo que quieren.


Hombre...consultar a quienes viven "del cuento" en un paraíso fiscal. Poco tiene de legítimo por obvia que será la respuesta.

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Qué os parece este mapa de la nueva España, con vistas a las reformas de las Administraciones del gobierno?

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de 17 a 9 :pensativo

no sé porqué para el absurdo con Canarias y Baleares, siguiendo podría llamarlas Extremo Sur y Extremo Este.. o Nuevo Rif y Próximo Oriente y ya los metemos con Líbano y Siria.

(pd. veo que ya lo dijo milsatch)

España siempre lo ha sido con sus regiones históricas nos guste o no, la realidad no se puede cambiar a golpe de administración.
 
Última edición:
Pedro J. dice en su Twitter que mañana sacan un documento indignante para entretener el fin de semana. A ver qué es ahora....
 
Sostres escribe sobre la cuestión de Gibraltar dándonos de hostias.

Ninguna inteligencia

Me pregunto por qué se empeña España en hacer el ridículo con Gibraltar. Me pregunto cómo cae tan bajo, argentinizándose, buscando un imaginario enemigo exterior para disimular las propias incompetencias. Gibraltar es británica porque los españoles la cedieron en un tratado típicamente español: o sea, desastroso. Pero Gibraltar es británica, sobre todo, porque los gibraltareños en su práctica totalidad así lo desean y lo expresan siempre que se lo preguntan. Y yo les comprendo, por supuesto. ¿Qué otra cosa se puede preferir a ser británico? God save the Queen.

Los británicos no van a ceder jamás la soberanía del Peñón: ni les interesa hacerlo, ni están obligados a ello. Si alguna obligación tienen es ser considerados con los gibraltareños, que acertadamente quieren permanecer tan británicos y tan de la Reina como siempre.

La nefasta gestión política del asunto por parte de los sucesivos gobiernos españoles ha ido alejando a los gibraltareños de cualquier afecto a España. Digamos que la seducción no ha funcionado. Los españoles tendrían que reflexionar sobre cómo tratan a la gente, no sólo en Gibraltar. Cameron va a ganar el referendo secesionista de Escocia porque se ha dedicado a ser encantador con los escoceses, y hay que decir para ser sinceros, que a un pueblo tan cobarde como el catalán, tan pragmático y tan acomodaticio, se le tiene que molestar y ofender mucho para que más o menos la mitad de los catalanes estén dispuestos iniciar la aventura de independizarse.

España tendría que hacer, también, un mejor uso de sus recursos y de sus energías. Tomar decisiones que son económicas, o técnicas, con criterios políticos conduce inexorablemente al naufragio. El corredor del Mediterráneo es esencial para la economía española, y el corredor central es hacer el ridículo, como la mayor parte tramos del Ave. Por cierto que, hablando del Ave, cuando se aclare cómo y por qué se forzó que la estación del Ave estuviera en Santiago, nos daremos cuenta de que este modo de proceder no es sólo ridículo, sino criminal.

¿Hasta cuándo? ¿Cuánta miseria, cuántos cadáveres más?

A la hora de tomar decisiones políticas, enzarzarse en quijotescas posturitas es igualmente un error. El 1,8% de déficit que reclamaba la Generalitat era "su" parte correspondiente del margen extra que le había dado Bruselas al Estado, de modo que el 1,58% que finalmente el Gobierno ha ofrecido, da alas al victimismo de Mas, y a su cinismo, y en lugar de forzarle a hacer un presupuesto para dejar en evidencia su mediocridad y el fracaso de sus nefastas políticas socialdemócratas, se le ha regalado este magnífico balón de oxígeno, este incomparable argumento propagandístico. Si Cataluña no llega a ser independiente no será porque los distintos gobiernos españoles no hayan hecho por la causa todo lo que han podido.

España quiere tener razón cuando es evidente que no la tiene; y además no se da cuenta de que tener razón no importa y que lo único que vale es ganar.

Ganar como Cameron ganará a los escoceses; ganar como Gibraltar, que continuará siendo británica. España lleva demasiado tiempo haciendo las cosas sin ninguna inteligencia.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/guantanamo/2013/08/09/ninguna-inteligencia.html
 
Pedro J. viene de nuevo, dejando a Rajoy como un mentiroso. "Cuando llegué a la Presidencia Rajoy no estaba en el partido". Todavía no está colgado, estoy con el F5 a ver...
 
Solo es una prueba de lo que ya sabíamos, que Rajoy mentía en el parlamento cuando dijo que cuando el entró como Presidente del Gobierno ya no estaba Bárcenas en el PP. Según Cospedal cobraba simulaciones de finiquito en diferido. En fin, es una prueba para inculpar a Rajoy por unas cosas que en un país normal debería tener consecuencias políticas, pero el está de vacaciones y siempre calla, y cuando habla, no dice nada.

PEDRO J. RAMÍREZ
11/08/2013 OPINIÓN

Una tergiversación manipuladora


Nunca hemos tenido problemas por publicar una noticia falsa. Ha ocurrido pocas veces, pero ha ocurrido. En éste y en todos los demás grandes diarios, por muy estrictos que sean los controles. Pero la falsedad cae a plomo, por su propio peso, y si es bienintencionada –nadie que quiera tener futuro publica mentiras a sabiendas– se agota en sí misma mediante una rectificación y unas excusas, de las que el perjudicado emerge triunfante, reivindicado y con la tentación de proclamar que todas las demás cosas malas pasadas, presentes y futuras escritas sobre él tienen el mismo grado de certeza que ésa en la que se equivocó un periódico.

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No, todos los problemas llegan por publicar noticias verdaderas que incomodan a los poderosos. Y cuantos más elementos documentales las avalen –es decir, cuanto mayor sea su veracidad–, peor. Es el momento en el que el poderoso pasa del «ni hay pruebas ni las habrá» (contra Amedo y Domínguez) o el «nadie podrá probar que no sean inocentes» (Bárcenas y Galeote) a la embestida contra el mensajero que, en realidad, no es sino el portador del espejo. Y no es casualidad que –simbiosis personales al margen– Rajoy hiciera suyas las palabras que en su día utilizara Rubalcaba contra EL MUNDO porque cuando no se puede acusar a un diario de mentir, se le acusa siempre de eso: de «manipular y tergiversar».

Según la acepción del diccionario que viene al caso, «manipular» es «intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros en la política, en el mercado, en la información etc., con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses particulares». Un cínico podría sentirse halagado, pues esa perfidia requiere en efecto destreza, pero, para quienes hemos hecho de la búsqueda y divulgación de aquellas partes accesibles de la verdad una forma de vida, constituye una ofensa realmente antipática.

En comparación, podría considerarse que «tergiversar», definido como «dar una interpretación forzada o errónea a palabras o acontecimientos», sería casi un pecadillo venial; sobre todo cuando, a diferencia del caso anterior, el diccionario omite la motivación y el dolo. Sin embargo esta definición tiene la virtud de colocar bajo el foco la actividad más importante que políticos y periodistas realizamos en común: la «interpretación» de la realidad.

Nadie discute que los hechos son sagrados y las opiniones son libres; pero, ¿y las interpretaciones? Ahí es donde están las arenas movedizas en las que tantas veces queda empantanada la ética de la objetividad. Puesto que todos estamos condicionados por nuestras ideas, experiencias y prejuicios, la objetividad, estáticamente considerada, puede ser un concepto paradójicamente subjetivo. Pero si la ponemos en movimiento y la llevamos a la práctica es fácil determinar que lo objetivo es lo coherente; o sea juzgar unos mismos hechos por un mismo rasero, al margen de que su protagonista sea amigo o enemigo, afín o adversario, hijo de un socialista o marido de una popular.

Las interpretaciones han de ser pues consecuentes por sentido de la propia dignidad y del deber de informar a los lectores o representar a los ciudadanos. De ahí cabría concluir que el peor pecado que se podría cometer en un debate público sería una tergiversación manipuladora. Es decir, comparecer en la palestra forzando una interpretación errónea de unos hechos, para intervenir en la política distorsionando la verdad, al servicio de intereses particulares. Veamos a quien afecta esta tipificación moral.

«¿Qué ha manipulado y tergiversado EL MUNDO?», concluía nuestro editorial al día siguiente del ataque de Rajoy. «¿El relato de Bárcenas, corroborado por éste al dedillo ante el juez? ¿El original entregado a la Audiencia y que, según los peritos, fue elaborado por Bárcenas a lo largo de los años? ¿O acaso los SMS dirigidos por el presidente al tesorero? ¿Cuál de ellos, señor Rajoy? ¿El de ‘hacemos lo que podemos’ o el de ‘sé fuerte’? Esperamos con anhelo sus concreciones».

En los nueve días transcurridos ni el presidente ni ninguno de sus lacayos de papel ha dado ese paso aclaratorio. Se ha acusado a Bárcenas de amañar la contabilidad B con argumentos rebuscados sobre la congruencia del pendrive con los manuscritos o la fecha de entrada en vigor del euro, pero eso no atañe a nuestro periódico, relator fiel de una acusación grave, ratificada en sede judicial. Tampoco es cosa nuestra si el Código Penal ha sido lo suficientemente complaciente con sus sucesivos redactores como para no haber incluido hasta ahora el delito de financiación ilegal o si la prescripción se convierte una vez más en la puerta trasera de la impunidad. Aquí lo penal es accesorio; lo político, sustancial.

Lo que nos atañe, lo que puede y debe plantearse es si EL MUNDO ha sido fiel a sí mismo, tratando estos hechos de igual forma que si hubieran sucedido en el PSOE, en Convergencia o en Unió; y si al transmitirlos hemos intentado dar gato por liebre a los lectores mediante algo parecido a esa repudiable tergiversación manipuladora, descrita con ayuda de la RAE. La respuesta a la primera pregunta es «sí» y a la segunda, «no»; y desafío a quien discrepe a que lo argumente, como yo paso a argumentar que quien desde luego incurrió –y además en el Parlamento– en el pecado nefando que se atrevió a atribuirnos fue precisamente el señor Rajoy.

Apenas cinco minutos después de lanzar su andanada contra EL MUNDO, el líder del PP aseguró enfáticamente: «Señorías… cuando yo fui elegido presidente del Gobierno el señor Bárcenas no estaba en el partido, no era el tesorero, ni tenía representación política». Fue una afirmación clave que, después de mucho andarse por las ramas, trataba de vaciar la tesis de que un presunto delincuente había estado siendo protegido por el PP, como consecuencia de su capacidad de chantajear al jefe del Ejecutivo.

Todo el mundo entendió lo que Rajoy quería que se entendiera: que cuando llegó a la Moncloa el 20 de diciembre de 2011 estaban ya rotos todos los lazos con un Bárcenas que había dejado el acta de senador, que había sido sustituido en su cargo orgánico por Romay Beccaria y que ya «no estaba en el partido». O sea que si las presiones existieron fueron cosa del pasado, que el caso Bárcenas era un asunto zanjado por el PP en la oposición y que los SMS posteriores fueron sólo eso: una expresión de «solidaridad» humana porque «cada uno, Señorías, es como es, y yo, para bien o para mal, soy así». O sea un gobernante compasivo que, en medio de sus arduas responsabilidades, no deja de ocuparse de un ex compañero que lo pasa mal, tecleando dos inocentes palabras de aliento.

El problema es cómo casar esa versión, y esas palabras concretas, con los documentos que hoy reproduce EL MUNDO. El más impactante es sin duda la nómina pagada por el PP a Bárcenas el 31 de mayo de 2012 –cuando Rajoy ya llevaba casi medio año en la Moncloa– por un importe de 18.247 euros de mesada, más otros 3.042 como prorrata de pagas extraordinarias. Pero los demás papeles también tienen gran importancia pues demuestran que su pretendido desenganche del PP fue en realidad una farsa, extraordinariamente favorable para Bárcenas, a quien se dio de alta en la Seguridad Social el 16 de abril de 2010 para realizar «trabajos exclusivos de oficina». Sólo tres días después él mismo dirigía una carta personal a Rajoy en la que le comunicaba: «vuelvo a incorporarme a mis funciones», poniéndose a su disposición para que «teniendo en cuenta la situación actual –obsérvese el guiño de complicidad– definamos con claridad mis responsabilidades».

Comprendo que muchos se detendrán en la obscenidad de que un partido político que recibe la gran mayoría de sus ingresos legales de fondos públicos entregara a Bárcenas 715.000 euros brutos entre abril de 2010 y febrero de 2013 por desempeñar una tarea hasta la fecha desconocida, desde esa sala Andalucía que tenía asignada en la sede de Génova. Pero para mí lo esencial es la explicación, distinta a la de que Rajoy lisa y llanamente mintiera, que permite conciliar el que «Bárcenas ya no estaba en el partido» y, sin embargo, acudía allí con regularidad a hacer no se sabe qué, cobrando religiosamente su nómina.

Lo que arropaba la literalidad del aserto –Rajoy se había ocupado de decirlo, como quien no quiere la cosa, un par de párrafos antes– era que Bárcenas «dejó la militancia del Partido Popular». Es decir que ya no era uno de los 833.034 afiliados que, teóricamente, pagan su cuota y reciben los mailing personalizados de los dirigentes. Al parecer su esposa y él se dieron de baja al percibir la hipocresía de algunos íntimos amigos. O sea que Bárcenas «no estaba en el partido» en el mismo sentido formal en el que no lo han estado ni ministros ni vicepresidentes del Gobierno de distintos signos que no tenían carné, pero sí lo estaba en el sentido físico, material y contante y sonante que era el único que podía interesar a Sus Señorías y al conjunto de los españoles, teniendo en cuenta que a los 833.033 afiliados restantes nadie les ha devengado nunca similar moco de pavo.

Rajoy no mintió en este punto pero incurrió en una tergiversación manipuladora de tal calibre que, en sí misma, justificaría una nueva petición de comparecencia de todos los grupos y desde luego la puesta en marcha de una comisión de investigación parlamentaria. El estatus de Bárcenas durante los 33 meses que transcurren entre su vuelta a la nómina de Génova, tras concluir su excedencia como senador, y el estallido del escándalo de la contabilidad B y los sobresueldos constituye un delator agujero negro que exige explicaciones políticas concretas, al margen de cuál sea el rumbo penal del caso. ¿Aún habrá quien sostenga que el ex tesorero no conseguía de Rajoy nada de lo que le pedía?

Cospedal aseguró balbuciente que Bárcenas estaba recibiendo una «indemnización en diferido», fruto de una «simulación» de contrato. Pero mientras no contraponga otros documentos a estos que publicamos hoy, cabrá pensar que la «simulación» fue, en primer lugar, la desvinculación de Bárcenas de la que tanto se jactó Rajoy en el Parlamento y, en segundo lugar, la propia explicación de la secretaria general como mecanismo de control de daños.

¿Qué es lo que dirían los paladines del dogma de la Inmaculada Concepción en el PP si esto hubiera sucedido en el PSOE? Pues lo mismo que ahora dice EL MUNDO por mor de la ética de la objetividad: que todo indica que Rajoy decidió comprar el silencio de Bárcenas, asignándole una fabulosa renta perpetua sin desempeño real que la justificara y que el SMS del 18 de enero prueba que no fue la aparición de las cuentas en Suiza –conocida por el Gobierno más de mes y medio antes– sino los primeros gorgoritos de Bárcenas, lo que hizo que el apaño saltara por los aires.

Supongo que varias de las partes personadas en el sumario preguntarán pasado mañana a Javier Arenas por los encuentros que Bárcenas me explicó que mantuvieron en Madrid y Sevilla en diciembre. Según su versión, ante el escándalo que se avecinaba cuando la comisión rogatoria llegara al juez, él propuso poner término, esta vez sí, a la relación laboral mediante el correspondiente finiquito y Arenas le transmitió el deseo de Rajoy de dejar todo como estaba, apoyándose en que ya se había producido la regularización fiscal. Bárcenas me dio a entender que tiene pruebas de todo ello.

Yo me limité a reproducir su relato ante el juez Ruz con el máximo detalle que pude recordar. Lo hice bajo juramento porque pensé que, en la duda, siempre me obligaría más a decir la verdad que una simple promesa. Estoy seguro de que Arenas, que toda la vida ha tenido algunas cosas mucho más claras que yo, también utilizará esa fórmula.

pedroj.ramirez@elmundo.es
 
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