La sociedad española tiene un pequeño problema general. Su ventana para ser conscientes de lo que les rodea es la televisión. Suerte es tener un trabajo, conducir hasta tu casa e internarte en ella para ver tu país según la historia diaria que cuentan los medios en sus telediarios. Esa es la percepción general, y difícil es abrir ese referente para retorcerte en tu sillón y pensar.
Mientras el miserable tenga pan que dar a sus hijos cada mañana, no querrá nada más. Se conformará e incluso defenderá el sistema que le permite acceder a ese mendrugo de pan. Es normal. Ese mendrugo puede tener mucho valor. Sentimental, emocional, cosas que no se compran con dinero. Es tu obra, el producto del sudor de tu trabajo. Vives mal, pero todavía vives, y aunque una tensión se acumule en la vena carótida, nada mejor que unos minutos de televisión para relajarte hasta el día siguiente.
Pero esa televisión oculta, vive coordinada y dependiente del poder. Por ejemplo, hemos vivido en estos últimos meses la eliminación de espacios que podían resultar incómodos. Otros no se quitan, no por ganas sino porque la jugada quedaría demasiado evidente. Pero siempre tiene más calado que se opere de nuevo Belén Esteban que el tapar rastreramente accidentes de Metro en Valencia. Y eso tranquiliza.
Claro, en un país donde la educación es un camino directo al fracaso y donde la mirada crítica te conduce al ostracismo, tampoco tiene muchos elementos en los que tener confianza de cara a un futuro. Y algunas veces piensas que mejor así, porque tampoco soy partidario de despertar a la jauría española, que desatada representa un mayor peligro que los responsables de nuestras miserias. No quieras ver a miserable hispano enfadado y mezquino.
El hecho, la realidad palpable es que cada día que pasa hay menos lugares a los que aferrarse para tener ilusión o esperanza. Esos lugares desaparecen, en gran parte propiciados por las malas artes de un Gobierno demasiado interesado en el control social paternalista. Es algo que vemos ahora acelerado. Ley de Seguridad Ciudadana para arrebatarnos libertades, futura Ley del Aborto, Ley de Educación aprobada por puñetazo sobre la mesa. ¿Podemos tener esperanza cuando queda tan poca evidencia sobre la que poder defender que a pesar de todo esto sigue siendo una democracia?
Porque vivimos en un país sobrecargado de propaganda, y lejos de señalarla y denunciarla como tal, la adoptamos en nuestras conversaciones como justificaciones a lo mal que lo hemos pasado. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, Merkel nos está jodiendo, la culpa es de los bancos...
Son ideas que calan y que tienen un propósito claro, no culpar a los Gobiernos como responsables de los continuos descalabros que se está dando este país. Si tenemos que echar la culpa a la canciller alemana, es culpa que deja de recibir un absoluto inútil como Rajoy. Si echamos la culpa a la banca, es culpa que deja de recibir el Gobierno, que hace lo que hay que hacer, que sufre la herencia recibida, y nosotros, ciudadanos hemos de comprender la situación y hacer sacrificios.
Con poco más, sería capaz de haceros una religión, tenemos todos los elementos para hablar de un momento en que en España se vivía de puta madre, pero los ciudadanos traicionaron al país votando a los socialistas que cubrieron de oscuridad el brillante futuro de España. Ahora llegan los salvadores que nos devolverán a los tiempos donde los perros se ataban con longaniza. En fin, el mismo cuento chino de siempre. Pero apenas recordamos que antiguos ministros tienen importantes cargos en grandes empresas que se vieron beneficiadas por sus políticas y por lo tanto no sabemos denunciar a aquellos que se están labrando un brillante futuro para cuando acabe su carrera como Ministro peor valorado de la democracia.
Y es que todos son mantras. Y se acepta. Todos son insultos, y nos los aplicamos. Todo es indignidad, y no tenemos la bonita costumbre de dignarnos y decir que hasta aquí se ha llegado. Que estamos hartos de Ministros y Consejeros Autonómicos que insulten y amenacen. No tolerar que un ignorante sobre la materia que le ha sido encargada siente cátedra cuando justifica sus políticas, porque en primer lugar no tiene ni puta idea, y en segundo lugar, dentro de unos años, con tanto esfuerzo como el actual, tendremos que arreglar los desaguisados mientras ellos ocupan cargos de consejeros en empresas que recibieron un gran contrato gracias a la ineptitud del político. No podemos aceptarlo. No debemos. Huyamos. Digamos que este país no nos gusta, que nos atenaza, que nos hunde, que nos hace querer salir corriendo. Sencillamente queremos vivir. Única y exclusivamente. Vivir en paz.
Me aterra que el presidente del Gobierno tal y como ha dicho hoy, empiece a hablar de amor a España. ¿Qué es eso? Al final solo queda la gente con la que te sientes cercano, el sitio donde te sientes querido. Eso es tu patria, y lo cierto es que me debe importar una mierda lo que pase más allá de la frontera de tus allegados, porque no es más que un sitio terrorífico, incomprensible y maniático por el que no debes sentir ningún apego. Por tu bien, por el bien de tu salud mental y por el de tu estabilidad emocional. Amor a España... que irónico y que terrorífico.