Gravedad extrema, decisiones heroicas
Jesús Cacho
Treinta y cinco días después de decretado el
estado de alarma, la situación por la que atraviesa España en la triple vertiente sanitaria, política y económica no puede ser calificada sino de extrema gravedad. A lo largo de esta semana hemos visto al presidente del Gobierno tomar partido por las tesis de
Pablo Iglesias en favor de la inmediata
puesta en marcha de un llamado Ingreso Mínimo Vital y
en contra de los ministros del área económica, una clara victoria del vicepresidente que refuerza considerablemente su poder; hemos sido testigos desde las pantallas de
La Sexta de una tan brutal como concreta amenaza a las libertades informativas por parte del mismo personaje; y, finalmente, hemos podido comprobar en directo que el ministro de Sanidad y
el Gobierno del que forma parte no tienen ningún control sobre los datos de la pandemia, lo que hace particularmente difícil luchar contra ella. No disponen de cifras reales sobre infectados y fallecidos, y nada saben sobre la posibilidad de contar en fecha próxima con los test adecuados para someter a la población a las pruebas que permitirían un abandono paulatino del confinamiento. La economía, en manos de un comunista sin formación en la materia; la libertad, amenazada por un tirano vocacional; y la salud -la vida- en el limbo de una suma de ineficacia y torpeza difícil de conjugar con tan funesta plenitud como en el caso español.
Un panorama desolador.
Como supongo hace una mayoría de españoles, en las últimas horas he hablado con mucha gente entrada en razón para pulsar opinión. La alarma es general, como compartido es el sentimiento de que es preciso acometer iniciativas excepcionales capaces de romper la tenaza que nos aprisiona. De nada vale la política tradicional. Gravedad extrema, decisiones heroicas. Mañana lunes, el presidente del Gobierno se reúne con el líder del primer partido de la oposición. Reconociendo que el marco adecuado para ello sería el Congreso y no un saloncito de Moncloa, creo que
Pablo Casado debería plantear a
Pedro Sánchez con toda franqueza un pacto de Gobierno a dos años garantizándole apoyo presupuestario y estabilidad parlamentaria para el periodo, a cambio de la inmediata ruptura de la alianza con Podemos, la consiguiente remodelación del Ejecutivo con salida de los ministros comunistas y el abandono de los actuales socios parlamentarios separatistas y
bildutarras. De modo que el PSOE pudiera gobernar en solitario esos dos años hasta la convocatoria de nuevas elecciones, sin más líneas rojas que el respeto a la Constitución del 78 y el cumplimiento de los compromisos contraídos en materia presupuestaria con la UE. Me parece el único Pacto de la Moncloa que tendría sentido en las actuales circunstancias.
Yendo un poco más allá, ambas partes (que serían tres si Ciudadanos, como parece lógico, se sumara al pacto) deberían acordar la puesta en marcha de un comité de auténticos expertos formado por verdaderas personalidades independientes, incluso extranjeras, del mundo científico y sanitario con el fin de reenfocar, desde una perspectiva no partidaria, la lucha contra la pandemia y acelerar su derrota, haciendo posible cuanto antes la vuelta a la “normalidad”, así como el diseño de una estrategia de prevención a futuro para hacer frente a este tipo de catástrofes (un plan sanitario a largo plazo). De manera inmediata, el acuerdo debería contemplar, en efecto, la entrada en vigor de una
ayuda económica, llámese como se quiera, a las familias más directamente golpeadas por la crisis, asegurando que se tratará de un subsidio temporal y que el dinero irá efectivamente a manos de los necesitados, gente hoy en dificultades para poder comer, y no de los golfos acostumbrados a vivir del dinero del contribuyente. Finalmente, debería revisar en profundidad los palos de ciego (cuando no las decisiones abiertamente inconstitucionales) dados por este Gobierno en materia de ayuda a las empresas, con el norte puesto en la protección del tejido productivo, única forma de afrontar con garantías de éxito la salida del socavón que se nos viene encima.
Motivos para la esperanza en el medio y largo plazo habría si las partes, además, se pusieran de acuerdo en empezar a pensar, simplemente eso, en las cuatro o cinco grandes reformas estructurales que necesita este país varado en la arena de la autocomplacencia desde al menos 2013. Como es imposible pedir peras al olmo, seguramente los españoles se conformarían con que los responsables políticos fueran capaces de identificar a los
Enrique Fuentes Quintana del momento, en sus respectivas áreas de conocimiento, hombres de acrisolado currículo e intachable prestigio, a quienes situar al frente de equipos de expertos mandatados para ir elaborando los materiales teóricos necesarios sobre los que, andando el tiempo, poder discutir, acordar y poner en marcha esas grandes reformas.
Un pacto casi imposible
Sé que las reticencias a cualquier tipo de pacto son muy grandes dentro del PP y razones para la desconfianza no le faltan a un Casado que ha recibido muchas coces por parte de un Sánchez incapaz siquiera de mirarle a la cara cuando está en el uso de la palabra en la tribuna del Congreso. Es muy difícil fiarse de un político acostumbrado a hacer lo contrario de lo que promete, y es también muy tentadora la alternativa de no moverse, quedarse quieto esperando ver desfilar, más pronto que tarde, ante tu puerta el cadáver de tu enemigo achicharrado por la dimensión de una tragedia como la que ahora asola a una España que va camino de los 30.000 muertos. Pero si solamente existiera una posibilidad entre cien de alcanzar algún tipo de pacto en línea con lo enunciado, Casado debería explorarla, entre otras cosas porque el coste de esperar sentado el fracaso del contrario podría terminar siendo demasiado oneroso para todos, y no solo en términos económicos sino también en lo que atañe a las libertades democráticas. Intentar emular la estrategia del inane
Rajoy en 2011, cuando todo el mundo sabía que terminaría siendo presidente del Gobierno a pesar suyo, podría resultar en esta ocasión un suicidio colectivo.
Una oferta de este tipo tendría en todo caso réditos de imagen, reembolsables a futuro, para el PP, y contribuiría a llevar un poco de esperanza a una ciudadanía que, encerrada en sus casas, desespera ante el horizonte de inanidad que hoy parece presidirlo todo. Está claro que el gran obstáculo para un pacto de Gobierno de este tipo se llama
Sánchez Pérez-Castejón. El presidente del Gobierno se ha uncido al carro de unos socios que representan la marginalidad social y el extremismo ideológico, y al hacerlo ha volado los puentes por los que hoy podría efectuar una honrosa retirada hacia posiciones más centradas. Está por ver, además, si su identificación ideológica con Iglesias ha llegado al punto de hacer imposible cualquier acuerdo con el centro derecha, porque en ese caso debemos olvidarnos de una vuelta atrás y prepararnos para lo peor. Sánchez es prisionero de sus errores, hasta el punto de que sentarse a hablar con PP y Cs le obligaría a pedir primero el plácet de la armada mediática que le apoya, el mundo de los capos de la televisión y el de los ricos de las “tres capas de calzoncillos”, a cambio de jugosas subvenciones.
¿Queda vida inteligente en ese PSOE hoy reducido a escombros sobre el que reina incontestado un aventurero de la política sin escrúpulos? ¿Cabe esperar alguna reacción de esa masa de votantes socialista, que no de una militancia cautivada por Podemos, antaño votante de Felipe, de Almunia o de Rubalcaba?
Anoche nos reveló su estrategia para la “reconstrucción económica y social” (?) del país: que la UE suelte la pasta. No tiene otra. La manguera de los fondos europeos y sin condiciones, para poder seguir gastando a gusto. A día de hoy resulta difícil conjeturar quién es esclavo de quién, si Sánchez de Iglesias o viceversa. Confieso que me equivoqué con el señor marqués. Pensé que su rápido ascenso a la condición de casta, previo abandono del pisito en Puente Vallecas con entrada triunfal en Galapagar, iba a mitigar hasta diluir en la niebla del clásico
bon vivant sus ansias revolucionarias. No señor. Hoy creo que el de la coleta no se conforma con el jardín y la piscina de nuevo rico.
Lo acabamos de ver arrollando a los ministros económicos, y al frente del batallón perseguidor de creadores de bulos (“El periodismo es un arma que vale para disparar”) contra el Gobierno. Lo tenemos también en las cocinas del CNI, recuerde el alma dormida, y el viernes, lo contaba aquí
Marcos Sierra, supimos que,
con ayuda del ministro Marlaska, vigila estrechamente a los llamados “operadores críticos”, aquellas empresas (Telefónica, Iberdrola, AENA, Repsol…) necesarias para garantizar los servicios básicos a la ciudadanía. Todo lo permite este estado de excepción disfrazado a alarma. Lo próximo será introducir un comisario en los consejos de administración del entero Ibex. Control de la economía. Control de los medios. Control de las infraestructuras críticas. Así se toma un país. Iglesias lo quiere todo. Desde luego, el puesto que ocupa Sánchez. Dispuesto a aprovechar la pandemia para acelerar el golpe de mano que acabará por enterrar el régimen del 78 para inaugurar, a poco que el PSOE se distraiga, un nuevo régimen en nada parecido a lo que hemos conocido en las últimas décadas, quiere también nuestra libertad. Si le dejamos. He aquí un tipo que diariamente afina su perfil de enemigo público número uno de nuestra democracia. Del brazo de Sánchez, o pasando por encima de Sánchez. Si se lo permitimos.