En cuanto a lo de los videoclubs y la nostalgia... este texto ya lo he escrito varias veces, pero ya que ha salido el tema, lo reescribo
El primer videoclub que conocí fue el Cinema. Estaba al lado de mi casa. No había ni que cruzar la calle, por lo que, siendo ya pequeño, me dejaban ir solo. Allí alquilé y vi por primera vez títulos tan dispares como el King Kong del 76, Greystoke, el Drácula de Jack Palance, Acorralado (Rambo 1) o Almas de metal. Para mi era un sitio oscuro y enorme, de grandes estanterías y recovecos. Allí vi por primera vez la carátula de Re-Animator, que me atraía tanto que conseguí convencer a mi abuelo de que me la alquilara (al pobre hombre lo liaba como queria, pero que otra persona se habría dignado a comprarle el Fangoria a su nietecito de ocho años porque en la carátula salía Chucky??).
Con el tiempo, me llegue a convertir en uno más de la casa. Aunque de ese local solo tengo recuerdos, porque lo cambiaron por otro y ampliaron el negocio (se dedicaban también a la venta de calzado y material deportivo, y como llevar dos locales no era rentable, alquilaron uno grande y mezclaron videoclub con lo otro). En mi cumpleaños, me "regalaban" alquileres. Y bueno, con el tiempo, yo alquilaba la pelicula y la tenía meses en mi casa, y jamas me cobraban recargo. Me regalaron todo tipo de material publicitario (parte de él lo colgué en el post de Retrocoleccionismo). Pasaba veranos enteros allí. Si a sus hijos les compraban un helado, a mi otro. A veces hasta me ponia detras del mostrador para hacer la coña de que "yo alquilaba". A cambio, recuerdo sentir un especial respeto por las reglas de la casa, ingenuo e infantil, pero respeto. Nunca mangué nada, ni se me ocurrió tal idea. Siempre procuraba cuidar lo que me regalaban, y sentía que era mi deber ordenar las carátulas (solía ordenar las sagas y demas). Y nunca, nunca, NUNCA aproveché mis privilegios allí para meterme tras la cortina del porno. Ni una sola vez.
Por supuesto, si me preguntaban que iba a ser de mayor, respondía sin dudar: dueño de un videoclub. Era mi meta. Mi destino. Yo no tenía problemas con el futuro, sabía lo que iba a ser. Ingenuo de mi. En aquella época para mi los dueños de los videoclubs no eran gente "como los demas". Eran... especiales. Sabían todo de cine. Habían visto todas las películas que existían. Tenían sus trucos y sus secretos. Incluso, en mi mente, me había formado una idea de como se "hacian" los VHS. Estaba convencido de que los hacían los propios dueños del videoclub, y me los imaginaba cogiendo TODOS los elementos que salen en la película, en miniatura (todo, personas, muebles, escenarios...) y metiendolos en la cinta con unas pinzas. Y pensaba, ¿no les dará miedo cuando les toque meter a los monstruos? ¿A los malos de las pelis? ¿Y si se les escapa uno? Bendita inocencia.
Con el tiempo, el videoclub vendió todas sus películas y cambió el nombre. Se dedicaron solo a material deportivo, y hoy en dia siguen en ello, en el mismo local. Ya no me paso mucho por allí. Me da cierto reparo, emocionalmente.
El otro videoclub del que no me puedo olvidar hablar es el videoclub Amigos. Ahí ya iba de adolescente, estaba a la otra punta del pueblo, iba en bici. De crío fui alguna vez con mi padre (allí vi por primera vez carátulas de
La cosa de Carpenter, o las de la saga Tiburón) pero no fui mucho hasta que ya era bastante mayor. El dueño, Vicente, era un tipo callado, poco sociable si no lo conocías mucho, pero muy amigable si lo ibas conociendo y pillabas confianza. Era un videoclub gigante, las películas estaban ordenadas como lo habría hecho yo, y había de todo. Todo lo que se había editado en VHS estaba allí. Había un panel gigante que dominaba el videoclub, donde estaban reunidas sagas en VHS de Superman, Alien, Star Wars, James Bond, Indiana Jones... y más que ahora no recuerdo. Como vi que aquel hombre sabía mucho del tema, me conciencié en ganarme su confianza. Me pasaba los sabados por la mañana allí, intentando arrancar una conversación. Y así acabé trabajando tres veranos en el videoclub Amigos.
Me acabé convirtiendo en su "alumno". En aquel videoclub ya no había fantasías infantiles; aprendí a destripar VHS y ver como funcionaban (y luego al montarlas, seguían funcionando, que era lo dificil, porque las cintas VHS son un mecanismo de relojeria, y a que se te salte un muelle o una pieza pequeña, ya no se queda igual aunque lo reconstruyas). Aprendí los principales defectos y fallos que podía tener un reproductor VHS, y a arreglarlos. A limpiarlos y hacerles una puesta a punto. A realizar empalmes de películas rotas correctamente (mucha gente los hacía con celo, que no lo recomiendo). Y trabajé allí en 1993, 1994 y 1998, solo en julio y medio agosto.
Mentiría si dijera que nunca he vuelto a ser tan feliz como en aquellos veranos. Lo que si que es verdad es que nunca he vuelto a sentirme tan realizado, a nivel profesional. Estaba en mi salsa. Aprendría no solo a nivel técnico, sino cinematográfico. Empezaba a interesarme por quienes estaban detrás de las camaras, y empecé a comprar mis primeros libros de cine. Conocía a todos los clientes, y sabía cómo había que tratarlos, lo que les gustaba. A quien había que darle conversación y a quien no. Sabía que si Pedro venía un sábado por la tarde con la mujer y los hijos, había que hacer como que no le habían visto en meses, aunque la verdad es que venía todos los viernes por la tarde a por una peli porno, pero como a su mujer no le gustaba que "consumiera" pues no quería que se enterara. Sabía que no había que dejar entrar animales, menos al perro de Paco, que era amigo de la casa (Paco, no el perro, aunque a mi me gustaba, era un cocker spaniel super manso).
Como por aquel entonces pusieron un ordenador en la biblioteca con acceso a Internet, me iba para allá y me llenaba los disquettes de caratulas y posters de peliculas que luego me ponía como fondo del escritorio, y me leía todo lo que podía de cine, entrando a páginas, foros de discusion... sobre todo, buscaba especializadas en cine fantástico para hablar de "nuestras cosillas": la Troma y sus locuras, John Carpenter aka DIOS, ciencia ficción setentera, la última secuela de Viernes 13, Expediente X... de todo.
En 1995 no pude trabajar en el videoclub por temas familiares, y cuando volví en el verano de 1996, Vicente había empezado a poner a la venta VHS. Para mi, aunque será algo subjetivo, 1996 es el año en que los VHS y los videoclubs murieron, o empezaron a morir. Se empezaron a ver anuncios sobre el DVD, la revolución. Y la verdad es que en ese tercer verano que trabajé allí, ya no fue igual. Ya no estaba al 100%, tenía otras cosas en que pensar. Tenía un grupo de amigos que jugábamos al rol, dedicándole muchas horas. Me eché mi primera novia por aquel entonces. Y también recibía alguna presión paterna sutil: que porque no aprovechaba los veranos para estudiar informatica (que por entonces, era EL futuro) o inglés.. o me iba a trabajar con mi padre... en vez de irme en bici, sudando como un cerdo, a la otra punta del pueblo, donde me tiraba mañana y tarde, por cuatro cochinas pesetas. Aparecieron los DVD. Llegó el Divx. La gente dejó masivamente de ir a gastarse el dinero a los videoclubs. Era de tontos, pudiéndolo ver gratis en tu ordenador...
Los videoclubs intentaron sobrevivir, bajando los precios y aumentando las ofertas (en el Amigos, al final, podías alquilar 10 películas (excepto novedades) por 500 pesetas, y tenerlas toda una semana en tu casa. Se hizo lo que se pudo, pero no sobrevivieron. Algunos empezaron dedicándose a otras actividades (tiendas de todo a cien, panaderías...) y, o acabaron dejando SOLO ese modelo de negocio, y dejando de ser videoclubs, o cerraron directamente. Lo del Amigos me dolio especialmente, porque siguió abierto hasta 2008 o 2009, aunque durante un montón de años nunca lo supe, ya que después de 1996 dejé de ir, poco a poco. Cuando fui, pues de VHS quedaba poco, todo en venta en una estantería a dos euros. Todo eran DVDs, golosinas, cervezas, pan... Vicente era un hombre viejísimo que estaba a punto de retirarse para dejarle el negocio a su sobrino, el cual, por la pinta que tenía, me imaginé que se iba a meter el negocio, literalmente, por la nariz. No debí equivocarme porque el Amigos cerró poco después de que Vicente se jubilara. Me acuerdo de aquel día en que fui a verlo y me dijo que le iba a dejar el videoclub a su sobrino, ese cani que nada sabía de cine o de VHS. Y pensé (inevitablemente) que debería habermelo dejado a mi