Editada por José Frade Video en una de sus mítics caratulas rojas,
Jake Speed, La aventura de África, es una curiosa (y zetosa) producción de aventuras tan explosivamente loca como lamentable, tan desastrosa como inevitablemente encantadora y fascinante.
La película la historia de unos
treinteañeros haciendose pasar por adolescentes que están de visita en París. Una red de tráfico de blancas persigue y secuestra a varias de las chicas. La película se centra en la desolación de la familia de una de ellas, impotente al ver que las autoridades no hacen nada ni consideran el caso importante, entre tantas otras desapariciones en el extranjero.
Sin embargo, el abuelo de la familia tiene la solución:
llamar a Jake Speed pidiendo ayuda. Speed es un personaje de una serie de novelas de aventuras, un héroe de los de anaño, que ayuda a la gente a cambio de nada. Evidentemente, toda la familia le toma a guasa, hasta que la hermana de la secuestrada, Maggie, recibe una carta firmada por Speed, ofreciéndose a buscar a su hermana.
El abuelo proponiendo su plan de rescate: buscar un héroe de ficción
Naturalmente, todo el mundo aconseja a Maggie que pase olímpicamente; que es un timo, que la van a engañar, que la van a secuestrar a ella también... Maggie se desplaza hacia África por orden de Speed, y se inicia un juego del gato y el ratón; ese simpático truhán es realmente el héroe que dice ser, o un hábil timador?
La película avanza entre equívocos, engaños y peripecias, con Speed, su colega del alma y Maggie dando tumbos, sin saber (hasta el tercio final) si este es o no quien dice ser. El villano de la función, John Hurt, tiene la clave de la película, y de porqué nos resultan encantadoras estas ochentadas: el bueno lo es, a pesar de todo. Jake Speed es un carismático (aunque algo bobo) aventurero, tipo duro de bar, siempre metido en entuertos. No es un mercenario que busque una recompensa a cambio de sus acciones; es un héroe puro, aunque malicioso, políticamente incorrecto en forma e impecablemente puro en fondo. John Hurt le dice que el siglo XX es para una nueva generación de hombres: terroristas, traficantes, corruptos, mafiosos... que la época de los heroes que lo eran porque sí ya ha pasado. Pero Speed tiene una inquebrantable fe en que hace lo correcto, y por hacerlo, todo le saldrá bien. Aunque sea por casualidad. No importa que el malo tenga un ejército privado respaldándole, que tenga una mansion llena de trampas, fosos con codrilos o políticos corruptos en su bolsillo. Es por eso que la película resulta tan fascinante, por la ingenuidad y candidez de su protagonista, que cree que por hacer el bien, todo le irá sobre ruedas, aunque sea en el último momento.
En los planos finales nos presentan a Speed solo con su compañero, ametralladora en mano, cara manchada de hollín, en medio de un campo de batalla contra unos revolucionarios; no sabemos muy bien de donde salen, pero qué importa. Lo que importa es que ahí está, el héroe clásico con el que siempre se va a poder contar, eternamente en lucha contra el mal, aunque lleve las de perder. Si eso no os pone la carne de gallina, es que no sois humanos
Este es un mensaje cariñoso para todos aquellos a quienes no guste mi película
Blue Iguana es una de esas películas que veías por la estantería del videoclub, y sabías, independientemente de su argumento, que te iba a gustar. Yo recuerdo que me la recomendó un amigo de clase, diciéndome que era parecida a Las aventuras de Ford Fairlane, y fui corriendo a alquilarla. Y bueno... el tono es diferente, y el argumento también, pero poco a poco, veremos.
Las primeras escenas nos muestran unos pies en un barreño con agua, pastillas contra la acidez cayendo en un vaso de agua, un escritorio repleto con botellas y colillas... suena el contestador y una mujer da aviso: Vince Holloway, nuestro héroe, lleva tiempo buscando a un tipo por evasión. Ahora, ha sido visto en un bar.
Vince es el clásico detective arrastrado, lacónico y de vuelta de todo, que con el eterno cigarrillo colgando de los labios, decora su escritorio con facturas impagadas y avisos de embargo.
Vince será obligado por una pareja de
auténticos gilipollas que trabajan para Hacienda, a viajar a un paraíso fiscal que es además una isla de la muerte, repleta de delincuencia y asesinatos gratuitos, donde nada más entras, te toman las medidas para el ataúd. Allí vive Cora (Jessica Harper) una dura banquera que administra su propio banco, repleto de los millones ilegales que allí depositan sus clientes. Pero Reno, el mafioso local, quiere asaltar ese banco y poco a poco, está cerca de conseguirlo. Vince se aloja en el hotel y no tarda en echar el ojo a Dakota, una rubia imponente, cantante y dueña del local, que es además, ex novia de Reno (el cual ha colgado a la entrada del pueblo los cadáveres mutilados de todos los que han intentado ligar con su ex). A partir de ahí, la película
seguirá el esquema del típico western o novela de Estefanía, con el recién llegado trabajando para ambos bandos mientras establece la mejor manera de engañarlos a todos y largarse con el botín.
La película
va paseándose por todos los lugares comunes del género. La mujer fatal que utiliza a los hombres para su provecho, destruyéndolos en el proceso, las dos bandas enfrentadas, el chavalín espabilado que ayudará a nuestro héroe, alianzas, dobles alianzas, triples alianzas y múltiples traiciones entre todas ellas...
Dirige John Lafia, tipo muy involucrado en la saga de Chucky, el muñeco diabólico, y que dirigió la segunda parte de la misma. Un policiaco ochentero, cómico, pero sin llegar a los extremos de ridiculez de Ford Fairlane ni a la cutrez de Jake Speed (está técnicamente, mucho mejor rodada) con un buen baile de secundarios (Jessica Harper, James Russo, Dean Stockwell). Destacar a Pamela Gidley en su rol de mujer fatal; una actriz muy atractiva, que participó en la mítica cinta de monopatines
Thrashin; y que lejos de ser otra de tantas caras olvidadas, tuvo su papel en television (Pretender, CSI...).
Un par de joyitas especialmente indicadas para ochenteros que sepan apreciar su estilo, su capacidad para hacerte soltar un par de carcajadas o cuanto menos, una sonrisa cómplice en un mal día. Ambas son un poco dificilillas de encontrar, pero están a buen recaudo en VHS bajo mi poder (y pasándolas a DVD en breve
).