Marlaska curado
Rafa Latorre
El día después de ser insultada por una horda de independentistas en la plaza de Sant Jaume, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, vertió amargas lágrimas en el estudio de Rac1.
En su voz había dolor, quizás el rastro del miedo, pero sobre todo había sorpresa. El asombro de la regidora contrasta con la naturalidad con la que el alcalde de Pamplona, Enrique Maya, explicó ayer en la Cope que el pasillo de la vergüenza al que le sometieron tras la procesión del Santo estaba previsto: "Aquí siempre pasa algo, en la calle Curia, a la vuelta de la procesión se forma una masa de radicales", le dijo a Herrera con un tono que arrastraba una infinita resignación.
Colau nunca se había imaginado al otro lado del escrache, Maya sabe que es donde él siempre estará. De ahí las lágrimas de la primera y el hastío del segundo. Hoy cualquiera es
consciente de que en España la zona de riesgo de sufrir una ceremonia de repudio comienza un milímetro a la derecha del PSOE. Existe toda una panoplia de excusas que justifican el linchamiento y siempre son lo de menos. Ciudadanos es el partido con el programa más ambicioso en materia de derechos para la comunidad LGTBI y sus diputados tuvieron que salir escoltados de la manifestación que los reivindicaba. En el caso de Ciudadanos, lastran más los votos que no presta al PSOE que los votos que recibirá de Vox. Porque, para estar en contra de la gestación subrogada, ya no hay causa que la izquierda no conciba como un vientre de alquiler.
Grande-Marlaska
sabe perfectamente lo que es ser de derechas en España. Porque lo fue y además a la manera de Ciudadanos, por decreto de la oficialidad. Él se revolvía mucho cuando siendo juez le colgaban la etiqueta de conservador. En 2007 envió una carta al director de
El País para protestar por la denominación: "ya que se me tacha de pertenecer a un supuesto sector conservador duro me gustaría recordarle la entrevista (...) donde dentro de la normalidad que entiendo debe guiar toda convivencia democrática reconocí mi homosexualidad y cómo me había casado".
Como se lee, era una carta profundamente conservadora pero en la que latía una irrefrenable ansia de redención. No se puede culpar a Grande-Marlaska por sentirse mucho más a gusto ahora que habita en el lugar donde las luchas sólo ofrecen réditos y tienen hasta patrocinio. Allí donde es improbable que alguien te organice un acto de repudio e inimaginable que, en el caso de que ocurriera, alguien te haga culpable de ello.
Grande-Marlaska ya es un conservador curado: al fin ha asumido la asimetría moral operante en la vida pública española.