La ciencia pandémica ha evolucionado en una nueva variante, la ciencia climática. En este nuevo dogma adaptado a los tiempos de crisis perenne, nos encontramos sumidos en una constante histeria colectiva sobre un fin del mundo constante que jamás llega.
Apoyados en una prensa incapaz que no concibe vivir del periodismo y el buen hacer de su profesión, el filón que han encontrado nuestros gobiernos para mantener la culpa viva en el corazón de un ciudadano machacado es algo muy goloso como para soltarlo.
Economía, sanidad, energía, clima, delincuencia… no importa el por qué, tan solo el cómo y ese cómo es una línea roja que traspasan cada condenado día por unos intereses aun nada claros. Supongo que en el fondo, la intransigencia inicial de la gente les facilita todo.
Hemos dado el paso a una aceptación esclavista de cualquier abuso de autoridad que se les ocurra. Porque todo está bien si el objetivo es de una relevancia mayor a la que dejamos atrás. Y claro, el clima lo es porque justifica muchísimas tropelías, inferencias y necedad.
Una crisis climática constante que acelere su proceso destructivo es una amenaza terrible para una población que ha tragado con todo lo que le han querido meter desde hace más de dos años. El miedo al virus ha sido sustituido por el miedo al clima. Porque somos adictos a eso.
Nos hemos convertido en adictos a vivir en crisis, a tener miedo y a que nos salven. Adictos a la vida porque la vida trae consecuencias que no queremos aceptar, por lo que anhelamos una salvación inviable a nuestras almas derruidas por la sinrazón.
Y lo saben. Saben que somos yonkis que ansían su dosis de metadona, da igual en forma de que proceda: Sean restricciones pandémicas o climáticas. Porque es por el bien común, nos convierten en héroes sin tener que mover un solo dedo. Es increíble.
La generación de la paz necesita a su vez vivir una epopeya constante en una rutina aburrida y sosa, por lo que el victimismo deja paso a una heroicidad de cartón piedra, pensando que por el mero hecho de existir aceptar el abuso estamos salvando vidas.
Y la ciencia sirve como dogma inquebrantable, demonios. La etiqueta ‘ciencia’ es siempre garantía de fiabilidad y ayuda a meter mejor una mentira dentro del corazón de las masas, de ese modo no se preguntarán ‘por qué’ y quién ose hacerlo, será señalado y vilipendiado.
La ciencia como dogma y religión, de fanatismo incongruente en el que nos hemos apoyado demasiado tiempo. Y todo lo que se salva de la oficialidad, deja de ser ciencia automáticamente para convertirse en negacionismo fascista. La ciencia como conducto del caos.
La ciencia como adjetivo prostituido válido para cualquier tropelía, arrastrado por el suelo por personas que entienden ciencia por restringir y abusar. Que entienden ciencia por imponer y no discutir. Personas que entienden ciencia como la constante imposición.
Y en nombre de la ciencia te dirán que vuelvas a limitar tu vida, aunque jamás aportarán una sola prueba tangible de nada, salvo de lo que ellos consideren oportunismo enseñarte. Y nosotros lo pediremos a gritos porque necesitamos sentirnos héroes y protegidos. Todo a la vez.
Cuidado con los peligros que conlleva entregar toda tu vida a un objetivo de un calado moral dudoso, y máxime cuando a quien se lo entregas lo único que haga será escalar aún más en la jerarquía de abuso sistemático.