Sabotaje (La mujer solitaria)
En una Inglaterra pre-bélica, siniestras fuerzas extranjeras conspiran con actos desestabilizadores contra la población civil. Para ello se sirven de Mr. Verloc, respetable dueño de un cine que no es el único que disimula sus verdaderas intenciones, pues le sigue la pista un detective de Scotland Yard que se hace pasar por el tendero de la esquina...
Un Hitchcock de la etapa british que afila sus armas con esta propuesta discreta pero eficaz sobre espías y terrorismo, libremente basada en una novela de Joseph Conrad. Tras una hábil presentación de la situación, con una ciudad de Londres afectada por un corte del suministro eléctrico, la identidad del enemigo y el aspecto político (sabemos que se trata de Alemania) se omiten con toda la intención para evitarse problemas y dan lugar a una abstracción del mal en forma de malvados genéricos con monóculo, en un film donde nadie es quien dice ser.
El trío protagonista lo completa la frágil esposa de Verloc, infeliz y unida a él, entendemos, por conveniencia y necesidad de sobrevivir en tiempos difíciles. Su marido corresponde al siniestro asimilado europeo, cobarde y guiado por una gris motivación económica, siniestro, pero un pobre hombre en realidad. El único inocente viene a ser el simpático hermanito de ella, quien será víctima de los oscuros manejos de los de arriba en una de las decisiones en cuanto al personaje, al parecer, más discutidas de la trayectoria del director debido a su crudeza, y eso que en general el tono corresponde al de una comedia familiar con abundantes chascarrillos, en contraste con ese juego del gato y del ratón, bastante ingenuo por momentos, que se desarrolla.
La mano del gordo se destaca fundamentalmente en dos grandes secuencias, consistiendo la primera en las andanzas del ignorante chiquillo por unas calles bulliciosas con un artefacto explosivo bajo el brazo; juego con primeros planos amenazantes, montaje, humor negro y dilatación del tempo narrativo mediante la presencia de los relojes. La otra, el tenso encuentro de la mujercita y el villano durante la cena, resuelto también en planos cercanos, con el consecuente estallido de violencia. Anticipadamente, el cortometraje animado de Disney y la metáfora fatal de los pájaros (le rondaba ya la idea a este hombre), símbolo de inocencia y de nuevo tapadera, una tienda de animales, para sujetos indeseables y caracterizados físicamente de modo grotesco.
El acuario como escenario conspirativo y de una visión futura de destrucción. El cine, válvula de escape de una muchedumbre con una presencia marcada en instantes clave, a la vez que espacio de convivencia cotidiana de los protagonistas; su sonido fuera de cuadro, y de nuevo, una simulación (“Bartholomew, the strangler”, el género de horror, o huella de ese mal indeterminado). Historia de amor también, metida ahí un poco a última hora y de aquella manera y que habla de esa mediocridad, decepciones y deseos de huida. Cerramos con las especulaciones de un policía muy tontorrón y que da a entender lo poco que le importaba, una vez más, la verosimilitud al cineasta. A destacar el pequeño fragmento sobre el nitrato en los trenes, reutilizado por Tarantino en “Malditos bastardos”, así como la carismática presencia e interpretación de Oskar Homolka en su rol de malo maloso.