Me ha parecido bastante irregular esta colección de relatos, de la que no me convencen todos por igual. Es difícil negarle a este hombre un don para las imágenes impactantes y macabras, amén de ser un gamberro sin concesiones capaz de cualquier cosa… el problema (al menos en parte de este tomo) quizá esté en que no sabe muy bien qué hacer con ello ni a dónde llevarlo. Así, parece que en
Futón intenta abordar las inseguridades de la pareja metiendo bichos y alucinaciones de por medio, pero se acaba tan pronto que apenas desarrolla nada. Los siguientes no están mal:
Espectros de madera es una crítica a la corrupción de las tradiciones niponas, encarnadas en una engimática y lasciva mujer que se apodera de una antigua mansión habitada por espíritus familiares.
Tomio y el jersey rojo de cuello alto quizás sea la mejor pieza del conjunto; muy desagradable, con una idea demencial (un tipo al que le cortan la cabeza y debe sostenérsela él mismo), detalles muy crueles y un desenlace tan moralista como cargado de malicia. El punto melancólico y humano lo pone
Una separación lenta, ambientado de nuevo en un mundo de rígidas tradiciones familiares, en torno a la pérdida, el recuerdo de los difuntos y el miedo a la muerte; ¿pueden los fantasmas estar a su manera más vivos que los propios vivos?
Los dos siguientes, en cambio, me parecen muy fallidos.
Miss Disección va de horrores corporales y patologías mentales cuanto menos poco sanas (una chica está obsesionada desde niña con la disección y con ser diseccionada ella misma), pero lo truculento lo veo al servicio de la sorpresa facilona y porque debía meterlo sí o sí (aunque me ha llamado la atención el detalle de orar por los cadáveres en las facultades antes de trabajar con ellos).
El ave negra parte de otro concepto potente, una mujer-pájaro monstruosa que “cuida” horriblemente a sus polluelos humanos… pero a Junji se le va malamente la olla y ya no sabe por dónde tirar, rebuscando la trama al máximo (hasta viajes en el tiempo llega a insinuar). Con
Magami Nanakuse la cosa remota: simpática y muy chiflada indagación en obsesiones y monomanías, con una travesti depravada que recurre a peculiares métodos de inspiración para sus novelas. Por último, en
La mujer que susurra se describe un peculiar trastorno mental que impide tomar la más mínima decisión a quien lo padece; curioso acercamiento a las relaciones de dominación, tristemente real (aún con la deformación que le imprime este señor), pero que se resuelve en una venganza ultraterrenal (real o ficticia) digna de Poe.