El autor es un mangaka no muy conocido, autor de historias breves y con una considerable carga de crítica social, muy de arremeter desde los márgenes contra el Japón contemporáneo y acariciando cuestiones más bien incómodas, con una mayor o menor dosis de surrealismo según la ocasión, pero sin salirse nunca de una temática realista. La presente colección reúne nueve relatos, siendo el primero de ellos
Los días en los que estuve al servicio de la reina Naomi, encantador, sobre un niño que es puesto por sus padres al servicio de una dominatrix (tal como suena); no deja de ser, en el fondo, la típica historia ñoña sobre un niño y su mascota, pero con una vuelta de tuerca perversa que la convierte en algo hilarante y con cierta pulla a la normalización de sexualidades alternativas.
Iguales, sobre psicopatías varias, trata de cierto tipo de relaciones de pareja, demasiado comunes por desgracia, donde el amor es entendido de manera enfermiza y posesiva, o bien como la excusa de ciertos individuos carentes de autoestima y personalidad propia para usurpar la de los demás.
Cuidado con el tren de tocones supone una rabiosa sátira anti-feminista y de plena actualidad, destacable por lo delirante de la idea y lo lejos que la lleva (un pobre tipo es sometido a un peculiar juicio sumarísimo al colarse por error en un vagón de metro reservado a mujeres, nada menos); una pesadilla kafkiana que no tiene precio, aunque me encuentre lejos de estar de acuerdo con la crítica que propone.
En
Tubo, un militar despierta de un coma y descubre que su país se ha convertido en una dictadora en torno a la salud del ciudadano, la seguridad y el ejercicio físico; conmovedora historia de un padre que busca revivir el vínculo con su hijo, sobre la necesidad de asumir ciertos riesgos y la búsqueda de un paraíso desaparecido tras la modernidad. El tema de las distopías (irónico a tope el título del volumen) reaparece en
Un mundo conectado, o la necesidad de tener secretos, de tener una vida íntima al margen de los demás, y el miedo a ser devorado o deshumanizado por el anonimato. También en
Virus del odio: en el futuro, se ha descubierto que el odio es una enfermedad y que se puede combatir ¿pueden las pulsiones violentas y oscuras extirparse sin más, sin perder a cambio una parte fundamental de lo que nos convierte en humanos? Homenaje indisimulado, por cierto, al Hamlet shakespeariano hay por aquí.
Huir del sentimentalismo a golpe de velocidad, por su parte, es puro Chejov: un pueblecito donde todos corren, un amor frustrado por las expectativas y las ambiciones personales del protagonista en la ciudad, y un recuerdo de lo que en realidad más importaba cuando ya es demasiado tarde.
Sobrevivir coscorrón tras coscorrón retoma el concepto del primer cuento: historieta topicaza de amor improbable en un contexto urbano, pero sustituyendo aquí parejas, relaciones, matrimonios… por la formación de duetos cómicos; genial disparate no tan disparatado.
Y para terminar,
Para quién existe la tortuga, que lanza el siguiente interrogante: ¿De qué sirve ser un genio, cambiar el mundo y resolver las grandes cuestiones… si tus propios y convencionales problemas son los realmente importantes y los únicos que merece la pena resolver?.