Ayer dijo adiós a todos y hoy se va.
Robert de Niro ha terminado su parte de interiores de
Red lights en el Barcelona Teatre Musical y lo hizo colgado de un arnés sobrevolando la platea llena de espectadores. Tuvo, según el guión, un altercado con el ensangrentado personaje que interpreta
Cillian Murphy (le vimos el martes noche en
Sunshine en
la Sexta). a causa del cual ayer se rodó un terremoto provocado por los poderes ultrasensoriales de su personaje. Han sido tres días colgado por los aires (a veces con un doble), pero la despedida fue feliz.
Dijo que venía a trabajar y a degustar la cocina catalana. Y lo hizo. Robert de Niro acompañado de su esposa, Grace Hightower y el hijo de ambos, Elliot, dieron buena cuenta de los manjares en algunos restaurantes barceloneses. Cenaron en La Mifanera de la calle Sagués, donde probaron los arroces, se entusiasmaron por el de foie y trufa, y les encantó de postre, pan con chocolate, aceite y sal. Luego, para digerir, salió solo dando un paseo mientras la familia regresaba al hotel en el coche.
Visitaron también Las Rías de Galicia y a última hora de la tarde de ayer De Niro y su esposa fueron al Tickets, lo más nuevo de los Adrià y los hermanos Iglesias, en un encuentro absolutamente privado. Y trató de almorzar en El Passadís del Pep, recomendado por su amigo Francis Ford Coppola, habitual del comedor (y socio de De Niro en el restaurante Rubicon de San Francisco), pero fue un domingo y era día de descanso.
Las noches no fueron tan felices como los días, porque De Niro se levantaba cada día a las cinco de la mañana. Así que pocas salidas. La más sorpresiva, la que hizo a El Molino. Del recuperado y renovado local le enviaron a modo de invitación un ejemplar del libro de Lluís Permanyer El Molino, un siglo de historia, y una amable carta. A De Niro le fascinó el volumen y la iniciativa y llamó para agradecerla, al tiempo que avisó que aparecería un día cualquiera. Nadie lo creyó, pero probó a ir un martes, intento fallido porque se celebraba una de las sesiones de flamenco que organiza Mayte Martín. Al día siguiente tampoco hubo suerte: el local estaba reservado para un acto político en soporte del alcalde Jordi Hereu.
Mejor le fue el jueves, día en que lo encontró la gerencia del local en la taquilla.como un espectador más, sin ínfulas de ningún tipo. Que esa ha sido la norma de conducta del actor americano, que sólo se comportó como una estrella ante la prensa, de la que no quiso saber nunca nada, idea auspiciada probablemente por el director de la película, Rodrigo Cortés. El hombre debe tener mal asimilado el repentino éxito de Buried, su ópera prima y el hecho de contar para su segundo largometraje un reparto con el del actor americano o el de Sigourney Weaver, y eso puede alterar conceptos.
Reconocido De Niro al instante en el hall de El Molino, le instalaron en el segundo piso, fuera de las miradas del respetable. Al finalizar la función, se reunió con los artistas en el bar de la parte superior, donde apenas tomó medio gin tonic (con ginebra de pepino), y se hizo fotos con todos los artistas a quienes felicitó. Realmente se le veía muy feliz y sonriente, aunque apenas habló: estaba muerto de sueño. Le sorprendió el cambio del local. La puesta al día, comparable a la que hizo L'Alcazar de París. Ambos espacios, con una dedicación de toda la vida al music hall se han convertido en templos de diseño entregados a una estética renovada y actual. Puede que haya muerto un tiempo, pero ha nacido otro. Salió encantado.
Y como de El Molino al cielo, al día siguiente se apuntó a la parte más “peligrosa” del rodaje; volar y montar un terremoto. Lo causó su estancia, pero sin daños colaterales.