Hubo una época en la que “ganar el Gran Premio de Mónaco” significaba “acostarse con Estefanía”. Hubo una época en la que los campeones del mundo llegaban de empalme a los circuitos tras noches de sexo y alcohol… ¡Y luego, se montaban en su bólido para dejarlo aparcado en el arcén y echarse una siesta dentro! También hubo una época en la que Eddie Irvine abría la puerta de su casa a las cámaras de televisión en pelota picada, pero esa es otra historia…
Pues bien, gracias a la sentencia absolutoria sobre los difusores de Brawn, esta temporada podríamos tener un campeón “como los de antes”: Jenson Button. Y eso es motivo de júbilo.
Las primeras carreras de Jenson en F1 le convirtieron en el niño mimado de la prensa británica. Por no decir que su físico lo hacía candidato a reemplazar a Robbie Williams en Take That y a que sus fotos forrasen la carpeta de los hijos de Lady Di. Así de grande era Jenson: hacía tambalearse la heterosexualidad del Imperio Británico.
Button, en un alarde de sabiduría, hizo lo mejor que se puede hacer con la adulación: dejar que se te suba salvajemente a la cabeza. De la noche a la mañana, se hizo monegasco y decidió que no llevaría una prenda que no fuese un smoking. Vale, no está a la altura moral de vivir constantemente en batín como el dueño de Playboy, pero la perspectiva de levantarse de la cama a las siete de la tarde y enfundarse en un smoking para ir a ligar al bar del hotel de Coulthard me parece más interesante que la de encerrarse en una casa en Suiza – la opción de la gente aburrida a la hora de evadir impuestos - para que no te pidan autógrafos.
Durante su espiral de orgía y desenfreno, Button no logró buenos resultados en las carreras. Eso era porque sus coches eran una porquería, claro. Pero, para los de siempre, esa mala racha significaba que sólo los buenos chicos deportistas, disciplinados y sacrificados, podían triunfar. ¡Qué lejos quedaban los tiempos en los que James Hunt se proclamaba campeón para luego mear borracho sobre el público! Incluso Ron Dennis saboteó al único piloto que demostró que se podía aspirar al campeonato mientras te cebabas con hamburguesas: Juan Pablo Montoya.
Así que los que lo ensalzaron lo hundieron en el fango so pretexto de que, con esa vida disoluta, Button no podía “ser un ejemplo para la juventud”. Y yo me pregunto… ¿Unos seres de una competitividad patológica, que salen de un punto X para llegar a ese mismo punto X a una velocidad altamente peligrosa, tienen que ser el ejemplo de algo? Preferiría vivir en un país donde un ejemplo fuese un científico o, simplemente, alguien que se duche y se cambie de calzoncillos cada día. Pero no pensaron así los ingleses, que encontraron su nuevo “ejemplo” en Hamilton: el niño perfecto que no miente, no atropella, no pulsa el botón… Y, claro está, con una maravillosa familia de telefilm que no tenía nada que ver con el padre de Button: ese señor sórdido descamisado en pos de las pit babes.
Un año y un difusor después, los nostálgicos de la buena F1 saboreamos nuestra venganza. Estamos a punto de ver cómo un piloto que tarda en comparecer a la rueda de prensa porque está ocupado “celebrándolo” con su novia, cómo un piloto que se pelea con Richard Branson cuándo intuye que éste está tirándole los tejos a esa misma novia, cómo un piloto con el físico para cantar en Backstreet Boys que prefirió morir con smoking antes que vivir de rodillas, va a ser campeón del mundo. Y lo celebrará con una fiesta de tal nivel, que Beyoncé será la que limpie los servicios y David Beckham el que dé las fichas en el guardarropa. Y, no, no estarán invitados los pobres pilotos que viven en Suiza. ¿Sabíais que, nada más acabar la carrera, tienen que viajar allí porque, obligatoriamente, han de residir la mitad del año en el país más aburrido del mundo si quieren defraudar impuestos? No me extraña que Hamilton, para animarse un poco, se saltase un stop y estrellase su coche contra unos ciudadanos suizos.
¿Campeón “merecido” Button? No lo puede ser más.