Esta lluviosa tarde de domingo tocaba revisión (en blu-ray) de Red River... y, es curioso; hace poco comentábamos (en el hilo de Peckinpah) Mayor Dundee y no he podido evitar observar ciertos paralelismos entre ellas. Sobre todo en lo que respecta al viaje físico como representación de un cambio de mentalidad, de tránsito entre los viejos y los nuevos Estados Unidos (también en la de Hawks aparece la guerra civil... como fantasma reciente). Los dos protagonistas son tipos intransigentes que obligan a sus subordinados a cumplir lo pactado (firmado) so pena de muerte (hasta que el indio muera... o hasta llegar a Missouri) aunque, curiosamente, Wayne representa el pasado y Heston el futuro... (el liberal) Bloody Sam resulta ser el nostálgico de tiempos pretéritos y (el conservador) Hawks el (aparente) defensor del progresismo (si es que no hay cierta ironía en los planteamientos de la película). El paso de la libertad absoluta (con los peligros y dificultades que conlleva) del anárquico salvaje oeste, al liberalismo moderno de los actuales USA. Todo esto sólo demuestra que no hay más que esperar un tiempo para que lo viejo se convierta en lo nuevo y viceversa... Luego está esa escena final en la que Wayne avanza con determinación absoluta por en medio del ganado (que se aparta a su paso), primero a caballo y después a pie (genial como la cámara avanza con él) que es muy similar a la de Dundee caminando entre los presos sureños... No sé, veo algunas similitudes flotando por ahí.
Pero vamos con Red River... Es una historia gigantesca y ambiciosa, casi una epopeya (la fantasmal y religiosa escena de la salida, con la música sobrenatural de Tiomkin, se convierte en una especie de ritual en el que todos toman conciencia de la importancia del gran acontecimiento que están a punto de protagonizar... una nueva etapa se abre paso) que se fundamenta en un un concepto tan simple como inabarcable: el devenir del tiempo, del país, de las costumbres, de la historia, de los valores... simbolizado en ese río del título (Rubicón que marca un nuevo inicio e, inevitablemente, un nuevo final) y en el caudaloso río de ganado (las imágenes fluyen... vaya planos vertiginosos y llenos de vida) que avanza campo a través por el país junto a los seres excepcionales que lo guían (y lideran... primero uno, después el otro). Dunson es la vieja guardia, la virilidad pura que se impone para sobrevivir y obtener su sitio en un nuevo mundo peligroso y brutal... debe dejar morir su lado "femenino" (por así decirlo), simbolizado en su mujer (que muere a manos de los apaches). Es un pionero en la conquista del Oeste y, para ello, debe desviarse del primer y débil río que fluye en la película: el de la caravana de lo común, cuyo destino es perecer en ese nuevo mundo salvaje. La vieja civilización queda reducida a cenizas y, con ella, sus viejos valores... para sobrevivir se necesita un nuevo enfoque completamente "masculino" y competitivo.
Hago aquí un inciso para comentar la escena nocturna de la escaramuza india, que me parece fabulosa (posiblemente la mejor que he visto en el género junto a la de El sargento negro). Tiene un manejo del suspense ejemplar; simplemente utilizando un par de planos estáticos y jugando hábilmente con el sonido (la quietud que transmiten las cigarras, actuando como un anestesiante telón de fondo, quebrada de repente por los ululantes indios imitando a un coyote y el posterior ruido del rifle al ser amartillado). Después, la flecha de fuego desata la locura dejando que la música entre por fin en escena contribuyendo al estado general de excitación... y la cámara empieza a moverse: esos planos de los indios avanzando casi de forma suicida o Wayne esquivándolos... Maravilloso.
Pero hete aquí que, al día siguiente, lo femenino empieza tímidamente a hacer acto de presencia (otra vez) en la vida de Dunson. Y ese elemento no es otro que Matt, un chaval extraviado (de la primera caravana) al que decide adoptar (en una simbólica escena en la que aparece acompañado de una vaca... la primera de una nueva estirpe de ganado texano que engendrará) y para el que tendrá que ser padre y madre. Tras regar la nueva adquirida tierra con la sangre del pistolero de don Diego (incluyendo una ceremonia religiosa, casi como si de una hecatombe con libaciones a los antiguos dioses griegos se tratase) se produce una maravillosa elipsis de catorce años (narrada por el prota) donde los panes y los peces (las vacas y toros) se multiplican en paralelo al número de tumbas y de almas que Dunson se ve obligado a despachar para proteger sus conquistas. Y, transcurrido el tiempo, los tres siguen ahí: Matt crecido, Dunson con canas y Groot sin piños. Casi se podría decir que padre (adoptivo) e hijo son la misma persona, y que el lado femenino (Matt... vemos que ahora lleva puesta la pulsera de la fallecida mujer de su mentor) ha ido creciendo con los años para poder adecuarse a los nuevos tiempos de posguerra y sobrevivir. A medida que la misión avanza es el personaje de Clift el que acaba tomando el control... el rebaño deja atrás a Wayne y a lo que representa. El cambio de mentalidad (que da paso a una nueva época civilizada que deja atrás la anarquía y la barbarie) aparece también en la relación con Valance. Al principio todo parece indicar que se acabará enfrentando a Matt, pero Hawks dinamita nuestras expectativas convirtiéndolo en su mejor y más esforzado amigo.
Hay, además, una relación expresa entre la noche y lo femenino que Hawks establece desde el comienzo (la conversación de Wayne con su mujer). De noche los hombres se sienten inseguros y llenos de dudas (la barbarie, lo masculino, les acecha) y la mujer aplaca esos miedos (Clift, en la niebla, compartiendo sus ansiedades con su amada). Dunson es un Dionisio salvaje e implacable y Matt un Apolo seducido cada vez más por las promesas de paz y prosperidad del mundo moderno. El viaje termina. El río fluye y desemboca finalmente, como un afluente, en otro nuevo y más grande... el del progreso, el que simboliza el ferrocarril como tabla de salvación. Aparece una vanguradista mezcla de música diegética y no diegética, con ese violinista esquivando reses al entrar en el pueblo (por fin han llegado a nuestra época... a donde estamos nosotros). Y entonces llega el polémico final. Lo femenino (lo apolíneo) acaba domesticando la virilidad de los protagonistas, algo que resume todo lo anterior... El problema viene por el repentino tono cómico que adopta la película y que deja un regusto extraño. Sin embargo, hay momentos, durante el metraje, que sugieren que Hawks no se toma completamente en serio esos nuevos tiempos (la polémica escena de las pistolas) y este final resultaría coherente con ello (más allá de cómo glorifica el triunfo del liberalismo capitalista como hijo domesticado y blandito de los rudos, caóticos y salvajes tiempos del viejo oeste). Como si el director, desde su tradicional conservadurismo, abrazara la mayor parte de los aspectos del progreso, pero no todos... o no, al menos, sin cierto escepticismo (casi al contrario de lo que hacía Peckinpah en Dundee, donde abrazaba pocos y señalaba al pasado con nostalgia para aprender lo esencial).
En ese sentido me llama mucho la atención un detalle que no quiero dejar pasar (porque podría estar relacionado con esto último): el humor como algo que te puede hacer bajar la guardia y producir desgracias (el azúcar y la estampida). ¿Un aviso, quizá? ¿Demasiado azúcar puede mandar nuestra actual era apolínea al carajo? ¿Los viejos se lo trabajaron para que los jóvenes lo despilfarren? Quién sabe, pero lo que uno disfruta con Groot (y con su amigo indio) no se paga con dinero. Su "yihaahhh!" ahogado por la tos (en contraposición a los estentóreas voces de sus compañeros) me sigue arrancando carcajadas. Gracias sean dadas al señor Brennan, donde quiera que esté.