INGMAR BERGMAN, el post.

cuando Bergman se planteó un reboot de Tigurón.


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Al parecer soy muy peculiar y anómalo en mi apreciación de las distintas facetas (películas) de muchos cineastas. Adoro Solaris pero no acabo de conectar con Stalker (y sé lo que decía el propio Tarkovski), me encanta AI pero me irrita ET etc incluso yendo más lejos, y esto me costará la silla eléctrica, casi prefiero Topaz a Vértigo.
En la caso de Bergman me está quedando claro: me fascinan sus productos "radicales e inclasificables", al tiempo que me aburren sus historias más "prosaicas y costumbristas". Las dos últimas que he visto participan de eso. Los Comulgantes, en fin, que sí, que entiendo todo, la austeridad y el dolor de los personajes, pero no puedo con ello, me aburre lo que sucede ante mis ojos. No está hecha para mi (quizá cuando tenga 20 años más, o alguna angustia de contornos religiosos), lo que no se puede decir de Persona, que es una masterpiece impresionante. Seguro que visto fuera de mi cabeza :juas no se entiende esta diferencia tan extrema. En fin. Ahora voy a otro dueto que no se si acabará en lo mismo: La hora del lobo y El rostro.
 
No sé yo si El Rostro realmente entraría en las costumbristas, no es precisamente Secretos de un matrimonio... Supongo que Como en un espejo o El silencio tiran más hacia las que dices que prefieres.
 
Sonata de otoño

La disección sin paños calientes de una relación materno-filial infernal y conflictiva como ella sola, como sólo puede haberla en la vida real y como sólo el sueco es capaz de plasmar en toda su crudeza, mostrando de qué manera pueden el amor y el odio relacionarse hasta extremos indisolubles, con dos mujeres muy diferentes que de algún modo acaban siendo la misma mujer (en cierto modo ésto es una prolongación de Persona, el mismo duelo de personalidades, idéntica relación vampírica, tocando también la cuestión de la identidad como representación más o menos hipócrita de un papel, tanto en sociedad como en las relaciones personales y familiares). Síntesis de cine y de teatro, como casi todo Bergman, gran parte de la expresión viene de la palabra, de un texto abigarrado (aunque desde luego muy bien interpretado) como forma de liberar unos sentimientos, de dar pie a unas confesiones y reproches durísimos en su punto álgido (diálogos a la manera de Strindberg y su “lucha de cerebros”)… surgen de ahí los característicos bustos parlantes, la ruptura de la cuarta pared por un narrador, incluso monólogos en voz alta. El toque visual distintivo quien lo aporta es Nykvist, con una fotografía preciosista y cuidadosa en cuanto a colores (algún momento casi pictórico, como la confesión nocturna, el vestido rojo que traza un paralelismo entre madre e hija), recorriendo rostros y expresiones en una obsesiva búsqueda de la desnudez emocional, de exteriorizar toda la mugre.

La madre, mujer fría y entregada a su carrera concertística; su mejor actuación no es ante el piano, sino la de fingir ser buena madre y esposa, una auténtica bruja egoísta que, sin embargo, intenta llenar como puede un profundo vacío y se autoengaña (poco puede sacarse de donde no hay). La nena tampoco se queda atrás, es una mujer-niña confundida y llena de odio hacia un ser deseado e inalcanzable, con una vida teledirigida (una vez más, la infancia -aquí descrita sutilmente en pequeños flashbacks mudos- como escenario tormentoso y germen de futuras frustraciones, inseguridades…). Una chiflada que ha sustituido con Dios aquello que le falta. Un par de enfermas del alma, a diferencia de una tercera, no tan irrelevante (detontante del conflicto, de hecho); la hermana discapacitada física, cuya imposibilidad para comunicarse resulta de lo más elocuente en semejante contexto. Una vez más, lo más íntimo es la base para hablar de lo que no tiene respuesta (en el fondo, el cine de este hombre siempre me ha parecido poco metafísico y sí muy humano), de cómo las personas venimos sin manual de instrucciones, nos hacemos daño, caemos en los mismos errores (eso da a entender el final)… y cómo no, la culpa tan judeocristiana, de la que ninguna de las dos se libra. Al final es el arte (la música, en este caso) la única forma de expresar lo que no podemos, un refugio ante la realidad, aunque también una ficción que nos distancia de lo realmente importante.


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Maravillosa la escenita con las dos corrigiéndose Chopin; a veces filmar algo sencillo tiene detrás algo tan complejo.
 

LA HORA DEL LOBO (VargTimmen, 1968 -Ingmar Bergman)​





Fascinante drama existencialista sobre una pareja que vive prácticamente aislada en una pequeña cabaña junto a la costa. Él, un artista atormentado (Max Von Sydow) con miedo a la noche y obligado a permanecer en vigilia constante...Ella, su devota compañera (Liv Ulmann) observa como su pareja entra en una inquietante espiral de miedos, su rutina se verá alterada cuando entran en contacto con un grupo de millonarios extravagantes, que admiran al artista y lo invitan a su mansión, desencadenando una serie de acontecimientos inesperados. A partir de una premisa sencilla, Bergman construye un drama con tintes existencialistas que, en su tramo final, evoluciona hasta convertirse en un auténtico film de terror. Con ello, demuestra no solo su talento como cineasta y su dominio de una puesta en escena sobria pero efectiva, sino también su capacidad para crear una atmósfera inquietante y envolvente, muy característica, en algunos títulos de su cine.
 

PERSONA (1966 -Ingmar Bergman)​




Uno de los films más famosos de Ingmar Bergman en la década de los sesenta, Persona es un relato hermético, personal y fascinante, centrado prácticamente en dos personajes: Una actriz que, de un día para otro, deja de hablar (Liv Ullmann) y la enfermera que intenta ayudarla (Bibi Andersson)...En un proceso de extraño conocimiento y simbiosis entre ambas. Sobria y con una fotografía prodigiosa, la película tiene un cierto aire pretencioso en algunos momentos —especialmente por el uso de metáforas demasiado evidentes—, pero es innegable que el maestro deja para el recuerdo pasajes imborrables. A través de ellos, Bergman demuestra su singular visión del cine y su capacidad para marcar una era.
 

TRAS EL ENSAYO (Efter Repettioen, 1983 - Ingmar Bergman)​




Sencilla película de Ingmar Bergman, que aquí no oculta un planteamiento muy teatral, con un un viejo director de teatro (Erland Josephson), que tras un ensayo se sumerge en sus recuerdos hasta que es interrumpido por la entrada de dos mujeres: Anna, una joven actriz (Lena Olin), dispuesta a sacrificarlo todo por el arte y Rakel (Ingrid Thulin), una mujer neurótica que ha sido su amante...Idea que explorada en un ejercicio de sobriedad y eficacia muy notable y donde hasta la fotografía de Sven Nykvist se aleja de florituras para ser sencillamente natural y sin artificios.
 

LOS COMULGANTES (Nattvards Gasterna, 1963 - Ingmar Bergman)​




Una joya de Ingmar Bergman, centrada en un cura cuya fe comienza a resquebrajarse entre dudas y recuerdos del pasado, mientras sigue siendo el guía espiritual de una comunidad devota. Entre sus feligreses, destacan un matrimonio en crisis, donde el marido ( Max von Sydow) no solo ha perdido la fe, sino que también muestra tendencias suicidas, y una fiel devota (Ingrid Thulin) enamorada de él...Fascinante relato, de apenas 80 minutos y cuyo resultado es otra de esas películas hipnóticas de Bergman: Sintética, concisa, con una puesta en escena meticulosamente trabajada y actuaciones que rozan la excelencia. Además, como es habitual en su cine, plantea profundos dilemas existenciales en torno a la fe, la duda y el pecado, consolidando su maestría en la exploración de estos temas.
 
La vergüenza

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Un matrimonio de músicos (Von Sydow y Ullman) intenta escapar de una guerra indeterminada refugiándose en una isla, donde llevan una vida apacible y subsisten con los productos de su granja. Pero el conflicto llega, con sus bombardeos, detenciones, interrogatorios, aniquilando lo poco que les queda.

Se intuye Vietnam en esta, una de las propuestas audaces del sueco por aquellos años, respuesta suya a su propia falta de posicionamiento, que funde lo que sería su imaginario, obsesiones y temas recurrentes (relaciones humanas emponzoñadas, angustia y vacío existencial) con un film bélico sin contexto, ni política (cabe pensar si a despolitizando así lo que sólo se explica políticamente) y con unos bandos igualmente atroces en cuanto a los atropellos que cometen contra la población civil; gente que se ve involucrada contra su voluntad y acaban por ser, como siempre, las mayores víctimas de los enfrentamientos armados. Como estos dos, que son artistas, pero que no pueden evitar ser sus peores enemigos y dar pie a sus frustraciones, egoísmo, debilidad, infidelidades, haciéndose daño mutuamente y perdiendo toda esperanza.

La guerra es pues metáfora, en su cruda realidad de violencia, chantajes, manipulaciones (logradas a través de la propaganda y el medio audiovisual) y pérdida de toda humanidad, de la guerra a pequeña escala en el seno de la pareja, siendo devorada por este concepto una premisa muy genérica del director y unos personajes igualmente muy suyos, patéticos y horribles, que en principio parecen muy normales, asomando tan sólo pistas de algo malo que se esconde, pero tal cosa no durará, confundiéndose una geografía externa devastada con ese paisaje desolador que siempre ha sido el de sus rostros en primer plano.

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Puede pensarse además en cierto oportunismo o frivolidad, en cuanto a llevar un tema serio a las neurosis particulares y problemas del primero mundo de un señor. La película, que carece de música alguna pese a la profesión de los protagonistas (salvo por la escena de la tienda de antigüedades, con esa belleza congelada y a punto de perecer) entra en fuga, se convierte en puro catálogo de horrores, aun sin ser demasiado explícito, más por la miseria moral que implica, con ellos dos como pollos sin cabeza (nunca mejor dicho, dada la presencia de unas gallinas), huyendo, transformándose, o tal vez sólo quitándose sus máscaras, en algo completamente desprovisto de humanidad. No hay poesía ni asidero alguno en lo que se acaba convirtiendo en una penitencia para el espectador; ni siquiera una riquísima Liv en tetas al principio, o un “humor” derivado de situaciones algo esperpénticas (los insensibles médicos militares). Sucesión de estampas finales cortadas sin piedad, una barca perdida en la nada, en un ya definitivo reino acuático de los muertos, a lo que sigue un brusco y anti-climático final sin vaselina que valga. ¿Y esto por qué?

Quizá porque, a modo de paréntesis, unos sueños verbalizados condensan la idea central. “A veces todo parece un sueño. No mío, sino de otra persona. Pero participo en él. Cuando despierte ¿Le dará vergüenza?”.

¿Sí que nos hablan, pese a todo, de culpas, errores, de mirar para otro lado? ¿De quién es esta película-sueño? ¿del espectador, del propio Bergman? Esto se hace literal, en todo caso, cuando años más tarde dirige “Pasión”, en la que integra metraje de “La vergüenza” en forma de sueño de uno de los personajes, interpretado por… Liv Ullman. La vida, el cine, en fin, de nuevo concebidos como inmenso escenario teatral, gran mentira, sueño o pesadilla, irrealidad, de la que sólo podemos despertar bruscamente, o no despertar jamás.
 
La vergüenza

Ver el archivo adjunto 65415


Un matrimonio de músicos (Von Sydow y Ullman) intenta escapar de una guerra indeterminada refugiándose en una isla, donde llevan una vida apacible y subsisten con los productos de su granja. Pero el conflicto llega, con sus bombardeos, detenciones, interrogatorios, aniquilando lo poco que les queda.

Se intuye Vietnam en esta, una de las propuestas audaces del sueco por aquellos años, respuesta suya a su propia falta de posicionamiento, que funde lo que sería su imaginario, obsesiones y temas recurrentes (relaciones humanas emponzoñadas, angustia y vacío existencial) con un film bélico sin contexto, ni política (cabe pensar si a despolitizando así lo que sólo se explica políticamente) y con unos bandos igualmente atroces en cuanto a los atropellos que cometen contra la población civil; gente que se ve involucrada contra su voluntad y acaban por ser, como siempre, las mayores víctimas de los enfrentamientos armados. Como estos dos, que son artistas, pero que no pueden evitar ser sus peores enemigos y dar pie a sus frustraciones, egoísmo, debilidad, infidelidades, haciéndose daño mutuamente y perdiendo toda esperanza.

La guerra es pues metáfora, en su cruda realidad de violencia, chantajes, manipulaciones (logradas a través de la propaganda y el medio audiovisual) y pérdida de toda humanidad, de la guerra a pequeña escala en el seno de la pareja, siendo devorada por este concepto una premisa muy genérica del director y unos personajes igualmente muy suyos, patéticos y horribles, que en principio parecen muy normales, asomando tan sólo pistas de algo malo que se esconde, pero tal cosa no durará, confundiéndose una geografía externa devastada con ese paisaje desolador que siempre ha sido el de sus rostros en primer plano.

Ver el archivo adjunto 65416

Puede pensarse además en cierto oportunismo o frivolidad, en cuanto a llevar un tema serio a las neurosis particulares y problemas del primero mundo de un señor. La película, que carece de música alguna pese a la profesión de los protagonistas (salvo por la escena de la tienda de antigüedades, con esa belleza congelada y a punto de perecer) entra en fuga, se convierte en puro catálogo de horrores, aun sin ser demasiado explícito, más por la miseria moral que implica, con ellos dos como pollos sin cabeza (nunca mejor dicho, dada la presencia de unas gallinas), huyendo, transformándose, o tal vez sólo quitándose sus máscaras, en algo completamente desprovisto de humanidad. No hay poesía ni asidero alguno en lo que se acaba convirtiendo en una penitencia para el espectador; ni siquiera una riquísima Liv en tetas al principio, o un “humor” derivado de situaciones algo esperpénticas (los insensibles médicos militares). Sucesión de estampas finales cortadas sin piedad, una barca perdida en la nada, en un ya definitivo reino acuático de los muertos, a lo que sigue un brusco y anti-climático final sin vaselina que valga. ¿Y esto por qué?

Quizá porque, a modo de paréntesis, unos sueños verbalizados condensan la idea central. “A veces todo parece un sueño. No mío, sino de otra persona. Pero participo en él. Cuando despierte ¿Le dará vergüenza?”.

¿Sí que nos hablan, pese a todo, de culpas, errores, de mirar para otro lado? ¿De quién es esta película-sueño? ¿del espectador, del propio Bergman? Esto se hace literal, en todo caso, cuando años más tarde dirige “Pasión”, en la que integra metraje de “La vergüenza” en forma de sueño de uno de los personajes, interpretado por… Liv Ullman. La vida, el cine, en fin, de nuevo concebidos como inmenso escenario teatral, gran mentira, sueño o pesadilla, irrealidad, de la que sólo podemos despertar bruscamente, o no despertar jamás.
A mi es la pelicula que mas me gusta de Bergman.
 

EN EL UMBRAL DE LA VIDA (Nara Livet, 1958 -Ingmar Bergman)​





Una de esas joyas escondidas en la filmografía de Ingmar Bergman, quizá opacada por haber sido rodada justo después del gran éxito que supuso "El séptimo sello". Se trata de un drama con una estructura casi teatral, ambientado en la sala de maternidad de un hospital, donde tres mujeres enfrentan realidades distintas respecto al nacimiento de sus hijos, ofreciendo así tres perspectivas diferentes sobre la maternidad y la vida. Como es de esperar en Bergman, la película está filmada con una combinación de sencillez y precisión inigualable, y cuenta con interpretaciones, tanto femeninas como masculinas, que rozan lo superlativo. Una obra altamente recomendable
 

EL RITO (Ritten, 1969 -Ingmar Bergman)​



Película rodada para televisión en 1969, sin que ello afecte en absoluto al resultado final. No en vano, estamos ante un fascinante film de Bergman que sitúa la narración en un país imaginario donde tres actores, pertenecientes a una compañía teatral, son interrogados por un juez instructor que quiere multar y prohibir una obra que están representando. Estructurada a partir de varias secuencias que son presentadas mediante un título, el film aboga por ser un ejercicio casi minimalista, con unos mínimos decorados y que se centra siempre en la actuación de los actores principales, todos soberbios. También en un trabajo de dirección de cámara que muestra, de nuevo, la sapiencia cinematográfica de Bergman, en una colaboración enorme con su director de fotografía Sven Nykvist. Un título que probablemente no tiene el prestigio de otros más conocidos, pero que es, a mi parecer, igualmente hipnótico, fascinante y enorme.
 
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