Bueno, creo que voy a partir mi post en dos. Uno, sobre la crónica del viaje en si, con fotos y sitios que he visto, los que merecen la pena y los que no. No ha sido exhaustivo, pero si bastante completo, creo yo.
Pero antes de eso, voy a hablar un poco de mis impresiones de Italia como país, de sus costumbres, de sus infraestructuras y de sus gentes. Y si tuviera que resumirlo todo en una palabra, esta sería DECEPCIÓN.
He de aclarar que ya había estado antes allí, pero en un viaje de pareja, sin mucho movimiento y centrado en las tres o cuatro cosas más célebres. Esta vez, ha sido un viaje en familia, muchos más días, más planificado y con más movimiento (Roma y Pompeya, con desplazamientos en coche). Es decir, he conocido más la Italia "de verdad".
Si empezamos por lo que es el pais en si... la verdad es que esperaba otra cosa. Un miembro del G10, un país que es una potencia mundial... Pues uno espera que esté un punto por encima tuyo. Pero lo que me he encontrado es equivalente a lo que podría ser Portugal... o peor. O España hace treinta años. Carreteras en mal estado, pésimamente señalizadas, ciudades y pueblos desordenados, sucios, descuidados y cutres.
¿Construir? Barra libre. Te encuentras amontonamientos de ladrillo en cualquier parte. Y un sumo desprecio por lo suyo. Ruinas que un francés te vendería como la octava maravilla del mundo (solo hay que ver lo bien que nos colocan el truño ese de hierro que les hizo el señor Eiffel), allí son refugios de cabras.
Lo que me lleva al siguiente factor: los italianos. En general, sucios, maleducados, con un profundo desprecio por los demás y por lo suyo. Ver el Coliseo plagado de grafittis me revolvió las entrañas. Asistir estupefacto a como habían destrozado muchos frescos de Pompeya y Herculano a base de dejar su firma grabada (en italiano, aclaro), me remató. En todos los días que estuve allí, JAMÁS vi a nadie ceder su asiento en el metro a un anciano o alguien con un bebé. Ni por asomo. Mi mujer lo hizo con una señora con su hijo pequeñito, y esta la miró como a un bicho raro de una especie extraña. El homus gentiliensis. Desconocido por esos lares. Te parabas en un paso de cebra para que cruzaran... y flipaban en colores... y el coche de detrás te pitaba como si fueras retrasado mental.
Esto, señores, es una columna cualquiera del Coliseo.
Y esto es, lamentablemente, Herculano. Amplíen, vean y lloren.
Añadamos que, pese a que me habían advertido y había leído mucho al respecto, mi buena fe en la raza humana me hacía creer que no podían ser tan miserables como para intentar engañarte a la más mínima oportunidad. Me equivocaba. Los ejemplos son innumerables. Y lo peor es que vividos en mi propia carne.
Por empezar por el principio: Me presento en un quiosco a comprar la Roma Pass. Nosotros dos, mi hijo de 18 años, y mi hija de nueve. Pregunto al tipo si ellos necesitan la tarjeta de marras. Me dice taxativamente que si. Pongo cara de extrañeza, y confiesa que bueno, que la pequeña no necesita la "completa", que con una reducida le vale. Dieciseis euros. Me extraña, pero recordemos que acababa de aterrizar y por ese entonces aún confiaba en estos tipos. Me cobra, y me da tres Roma Pass... y una tarjeta de abono transporte de tres dias para mi hija.
Automáticamente se da la vuelta y empieza a charlotear con otro cliente. Yo, sin ganas de discutir y pensando que seguramente el hombre tendría razón o no me había entendido bien, lo dejo correr, y me voy.
Llego al piso (por cierto, los dueños son la excepción que confirma la regla, atentos, amables y estupendos, gracias Giuseppe). Me meto en internet e investigo un poco. Resulta que mi hijo por ser menor de 24 paga la mitad en muchos sitios. Es más, por ser estudiantes, en otros ni siquiera paga. Comprarle la Roma Pass ha sido un gasto estúpido de dinero. Pero es que lo de Marta es aún peor. La tarjeta que nos han vendido no vale para nada. Bueno, si, para que el miserable se haya llevado unos euros de más. Los menores de diez años, en Roma no pagan en el transporte público ni entrada alguna a monumentos.
Bueno, un listo. Un aprovechao. Un capullo. No pasa nada. Vamos a comer algo. No tenemos ganas de complicaciones, a los niños les apetece una hamburguesa... hale, sacrilegio. A un McDonalds (
). Le pido lo que quieren a la tipa. Esta empieza a largar en italiano a toda ostia. Le digo que pare, que no le entiendo, que si podemos seguir en inglés. Me tira en el mostrador una carta, y me dice malencarada
"Show me what you want here". Señalo tres menús, una hamburguesa suelta, y le digo
"the first one, big. The others, small. One coke, two water. And the burger, alone, no menu". "Ok, yes, twenty nine euros." Me parece un poco excesivo, pero bueno, será que aquí son más caros los McDonalds. Digo yo. La veo que enchufa
cuatro patatas fritas. Espera, eran tres menús, ¿no? Mi mujer y yo nos miramos extrañados. ¿Nos habrán regalado unas? Les habremos caido simpáticos. Será eso.
La tipa se va, y vuelve con cuatro cocacolas.
"Ey, ey, wait a moment..." Cara de perro cabreao de la interfecta.
"I wanted ONE coke, and TWO waters. Three menus. What's this?" La tipa me acerca la nariz hasta tocar la mia y me espeta (nunca mejor dicho) en italiano, que he pedido cuatro menús con coca, y que es lo que me ha puesto, y es lo que hay. Le digo que los niños no toman coca, y que ya que me ha cobrado los menús por la cara, me ponga al menos tres aguas. Entonces me doy cuenta de que, además, me ha calzado los cuatro menús grandes. Pedido que hubiera resultado absurdo por que el agua es tamaño único, y eso lo sabe ella de sobras. El caso es que me dice que verdes las hemos segado (verdici la tua mamma ha segatti, fanculo, o algo así), y que coca hay, y coca tengo. Pongo cara de mala ostia y le digo que quiero una hoja de reclamaciones. En estas sale el encargado, y con expresión de estar perdonándome la vida, le dice a la tipa que me ponga tres aguas y punto. Y mientras me voy, los escucho perfectamente ponernos a caldo.
Resultado, comida jodida, dia estropeado, cabreo del siete, y ganas de no volver a pisar un MacDonalds en la puta vida. ¿Caso aisalado? Si, podría ser... si no fuera por que nos pasó hasta en cuatro ocasiones más.
En una terraza nos colaron pizza con tomate y mozzarella por otra más cara. En otra nos cobraron cuatro aguas en lugar de una grande que habíamos pedido. En otro sitio, nos clavaron DIECISEIS euros por cada crepe con helado que pidieron los niños. Pero es que encima nos metieron un 10% de propina obligatoria. Pero es que encima el camarero tuvo la desfachatez de PEDIRNOS PROPINA. Adicional. Demencial.
Y el último dia, el remate. Paramos camino al aeropuerto en un centro comercial al lado de CineCitta (por cierto, decadente y deprimente, pero eso daría para otro post). Pizzería al taglio. Cuatro personas para atender a... ¿nueve clientes? Bueno, pues eso parecía el camarote de los hermanos Marx. Como si tuvieran no nueve, sino novecientos. Acelerados, agobiados, con prisas, corriendo de un lado a otro...
Por Dios, que he tenido un restaurante. Son poco más de dos personas por dependiente. Con la punta de la oreja se hace eso.
Bueno, pues ellos tenían hasta número.
. Cojo uno. El noventa. Me toca. Me viene un camarero. Me suelta una retahila incomprensible. No entiendo nada. Le digo que solo quiero cuatro menús. Se da la vuelta... y se pira. Y me quedo con el número en la mano y cara de gilipollas. Pasa fugazmente, le digo que si me ha escuchado, y me grita:
"¡¡A la donna!! ¡¡Te atendere la donna!!". Asumo que es que quiere que me atienda una señora que por allí pululaba, y me dirijo a ella. Esta no para de gesticular, hablar con todo el mundo y poner pizza. Bueno, todo el mundo no. A mi no me hacía ni puto caso. Cuando intenté hablar, me soltó un brusco
"¡¡Espetta...!!" y se piró a atender a otro. Bueno, será que ese estaba antes. Empieza a darle a los números. Noventa y dos. Noventa y tres. Noventa y cinco. Noventa y siete. Ya se me inflan las gónadas, y le digo ya muy serio que que pasa conmigo.
"Ah, si, escussare, mi he olvidatto." Tu puñetera madre.
Empiezo. Bueno, quiero cuatro menús de... Y se pira dejándome con la palabra en la boca. Esta tía... ¿de que va?
Al rato, viene y me suelta
"Veinti tré euro". Bueno, pues pago. Que remedio. Bueno, pues quería una porción de cuatro que... Y se vuelve a pirar sin dejarme hablar. Planta en el otro lado de la barra cuatro bandejas (vamos bien), les coloca cuatro platitos de patatas (estupendo), y... cuatro cocas.
¡Oiga, oiga! Ni puto caso. Y la veo que nos calza cuatro porciones de pizza con tomate. Perdone. ¡Perdone! ¡¡PERDONE!! Que quería una cuatro quesos, una carbonara, y...
"No, niente, non é possíbile. E menú é con esta pizza." Oiga... Y eso... ¿dónde lo pone? Cara de póker. Silencio sepulcral. No, es que esto no lo quiero. Quería tres aguas, y una porción de...
NO É POSSIBILE. ¿Cómo que no? Vuelve a poner esas porciones en su sitio, que no me las has servido aún, y pregúntame lo que quiero, ¿no? Pues no. Verdi li hemo segatto, filio de putana, y todo eso. Ajo y agua. É lo que hay.
Vale. Póngame entonces una porción cuatro quesos y tres aguas. Siete euros más.
Me llevo todo, hiper cabreado. Llego a la mesa... y mi mujer dice que eso no es cuatro quesos. Y tiene razón. Es de... manzana, nata y nueces.
Asquerosa, para más señas. Ya jodidísimo, y llegando tarde, me piro y que les den.
¿Caso aislado? No lo creo. El año pasado, según he leido, a una pareja de japos en viaje de aniversario, un simpatiquísimo hostelero romano les aconsejó que se dejaran de carta, que él les iba a poner un menú de chuparse los dedos. La cosa no fue para tanto (según ellos), pero es que la sorpresa estaba por llegar. Seiscientos noventa y cinco euros de cuenta (recuerden, para dos), ciento treinta de propina ya cargada en factura (aparte), y el dueño pidiendo "si fuera possibile" un suplemento para agradecer el servicio al personal. Los japos (ellos son asín), sonrieron, pagaron religiosamente, hicieron una reverencia, y se fueron... a la comisaría más cercana. El caso se hizo famoso, e intervino hasta el alcalde, que por lo visto dijo que aprovecharse de los turistas estaba bien, pero todo tiene un límite (lo juro, literal), y les cerró el restaurante. Que haya servido de algo, lo dudo, pero para que veamos hasta que niveles está llegando el asunto.
¿Rapiñeo al extranjero? Si, obvio. En el ejemplo del Roma Pass, en el de los restaurantes (que se relamen al ver que no hablas italiano), y en muchas otras cosas. Otra advertencia que me hicieron fue que no cayese en la tentación de alquilar un coche y entrar en Roma con él. ¿Por qué? Por que muchas zonas de la capital son de tráfico restringido solo a residentes. Hay cámaras, y te multan si te cazan por allí. El problema es que no existe señal alguna que las identifique. Es coto de caza al pardillo que alquila coches. Y caen a cientos. Diariamente. Luego llegas a casa, relajado tras un merecido descanso en la ciudad eterna... y te llegan nueve cargos a la Visa de sesenta euros cada uno. Caso verídico. Y resulta que en los papeles que firmaste al alquilar el coche y que no te dejan leer apenas (lo corroboro) dice que si te multan y no quieres hacerte cargo, autorizas a estos elementos a dar tus datos a los Carabinieri, que tienen un jugoso mercado de negocio enchufando recargos de hasta el 200% a multas que no has abonado en plazo y forma. Si se te ocurre echar para atrás el cargo a la Visa. Todos ganan, menos tu. Que eres gilipollas y cara de tal se te queda.
¿Maltrato a una de sus principales fuentes de ingreso? Si. ¿Estrategia premeditada? No creo. Simplemente, ellos son asín. Solo hay que ver como se comportan con todo, hasta con lo suyo. Lo maleducados que son, incluso con sus compatriotas. Como pasan por completo de todo y de todos. O por ejemplo, como conducen. No es que conduzcan mal. Es que es la ley de la selva. De hecho, en Herculano, los semáforos estaban desconectados. ¿Para qué? Si nadie les hace caso...
¿Todo esto es una asquerosa generalización? Si, lo admito. Y lo asumo. Y soy el primer enemigo de las mismas. Pero es que en nueve días allí, no me he encontrado otra cosa. ¿Excepciones? Si. Pero eso. Excepciones. El trato en general ha sido LAMENTABLE. El estado de todo lo que hemos visto, PENOSO. El descuido, la dejadez, la falta de respeto, educación y corrección, moneda corriente. Y a pesar de todo eso, volvería a Roma. No por el pais, ni por sus habitantes, ni por lo que han hecho de él. Si no por lo que,
a pesar de ellos, siguen teniendo.
Mañana, crónica. Si Dios quiere.