JOHN FORD

Wagon Master (Caravana de paz, 1950). Es muy reconfortante aquí ver como sus típicos secundarios (especialmente Ward Bond y Ben Jonhson) toman el protagonismo de otra historia muy coral y, parece ser, muy querida por el propio Ford. Es curioso como muchas de sus películas tienen un aire a fábula, en este caso a una especie de balada, un cuento moral que reivindica los valores del pacifismo de esa comunidad mormona pero, como siempre en sus eternas paradojas y en lo complejo de su aparentemente simple discurso, deja bien claro que esa comunidad no habría prosperado de no ser por una protección armada que creyera en ellos y les defendiera a muerte. Muy agradecida la narrativa en forma de "road (o horse) movie", recreándose tanto en el entorno y los rituales como en el esfuerzo para llevar a cabo la empresa, es una película de gran fisicidad. El tono de cuento viene reforzado por los villanos, una banda que encarna el mal y los obstáculos a superar, aunque Ford les llega a dar muchos matices como una lealtad familiar que, incluso, llega a facilitar comprenderles en algún momento.

Y también repesqué Stagecoach (La diligencia, 1939), de la que, aparte de reformular el western con los ríos de tinta que se han escrito, especialmente me fascina la sencillez de cruzar y elaborar historias en un espacio claustrofóbico y, a la vez, situar ese pequeño cosmos en un entorno tan apabullante como la localización por excelencia del género, de manera que cuando arranca esa diligencia y vemos los exteriores, junto a la música, se genera un sense of wonder apoteósico. De todas las historias y personajes, que son apasionantes tanto por su exposición como por su potencia metafórica de meter toda América ahí dentro, el que realmente me desarma es el del caballero del sur descarriado que encarna John Carradine, un tipo que se enamora de una idea nostálgica en forma de dama sureña tanto para redimirse personalmente como para dignificar los valores de su bando en la guerra civil, es impresionante lo que saca Ford siempre de esta temática sureña, en el díptico del Juez Priest, en La legión invencible, incluso en Centauros, etc, pero, sobre todo, en Misión de audaces.
 
Otras dos obras notabilísimas.

3 Godfathers (1948). Es un western de una potencia visual a la altura de sus mejores obras, con una primera mitad portentosa que para nada anuncia el cuento moral en el que se convertirá la película en su segunda mitad, toda esa primera parte parece una especie de western crepuscular desde el punto de vista de los forajidos, con ese toque de romanticismo en lo que parecen ser los "villanos", da toda la impresión de que va a convertirse en un juego de gato y ratón a lo Dillinger, sin embargo, con el punto de inflexión del bebé la narración adquiere un tono determinista y fabulesco, con una especie de épica marathoniana que gira completamente las expectativas. Sin llegar a la altura de esa fastuosa primera parte, la película no pierde fuelle y concluye una suerte de odisea muy original.

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When Willie Comes Marching Home (Bill, qué grande eres, 1950). Aquí otro título muy poco (re)conocido y que me parece 100% Ford, un cuento sentimental en un mundo de deliberada ficción (con claros ecos de realidad, por supuesto) magníficamente construido, como las posteriores The Quiet Man, The Sun Shines Bright, The Long Gray Line o Donovan's Reef. La historia es muy divertida y además muy irónica y contradictoria, como el propio Ford, lo que parece una oda patriótica al alistamiento para participar en la guerra se convierte en pura frustración y una sátira del deseo casi irracional de arriesgar la vida para devenir un héroe, con absoluto cachondeo de sus allegados ante la situación. Pero lo mejor es el cambio de tono momentáneo cuando, por fin, entra en el bélico, un tramo de puro surrealismo (directamente, otra película) que sirve para enlazar con una conclusión, otra vez, desde la ironía y la sátira más mordaz. Joyita de los 50 a reivindicar (otra más).

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3 Godfathers (1948).
Sin llegar a la altura de esa fastuosa primera parte, la película no pierde fuelle y concluye una suerte de odisea muy original.

Me ha pasado un poco lo contrario, el tramo central con el bebé donde les toca hacer de padres improvisados me parece de largo lo mejor de la película; me interesó más ligera que cuando se pone trágica (el parto lo compro con ese off pero luego se le va de las manos... aunque después hay alguna muerte que sí está bien). Ahí además es cuando más me interesa visualmente Ford, con escenas más largas donde hace composiciones hermosas... o la escena con la madre de LAS UVAS.

Wayne bien y sobre todo Ward Bond, pero los otros dos "padrinos" son muy sosos.

Y el running gag del nombre del bebé (aunque cómo estira los otros chistes, buf).
 
A mi toda la primera parte antes de que descubran el tinglado del bebé me parece gloriosa, tanto de ritmo, como visualmente, incluso el guion con esa partida de ajedrez marcada, después está muy bien por el contraste y tal, pero esa primera parte está a la altura de sus mejores westerns.
 
Misión de audaces

Mitad aventura episódica, mitad bélico en la guerra de secesión con algo de western, la excusa de una misión efectuada por un destacamento del norte que debe adentrarse en territorio enemigo sirve para delinear a un trío de personajes centrales, sus contradicciones y rivalidades, la superación de sus diferencias. Se enfrenta el de Wayne (claro protagonista), con su militarismo y disciplina, al de Holden, más humanitario en su práctica médica, llevados ambos a un choque inevitable. Frente a esta oposición está la del norte contra el sur, personificada en la chica de la peli, que representaría a ese sur orgulloso y aferrado a sus tradiciones, a cierta hipocresía (como delata la larga secuencia en la mansión), pero cuyo contacto con el mundo real, o descubrimiento de las peores arbitrariedades de la contienda bélica, le hará modificar sus posturas cuando menos lo esperaba. Duro es el retrato de dicha guerra, un conflicto que desgarra el país, origen de unas miserias por todos compartidas en el fondo… aún así, el humor no está ausente (todo el esperpento que rodea a ese batallón de niños-soldado), ni la doble dimensión del alcohol como recurso cómico (no faltan, por otra parte, los secundarios entrañables de rigor), o bien como aquello que hace surgir los peores demonios en las horas más bajas.

La alabanza a la institución militar es pese a todo muy evidente, en forma de romántico y rendido homenaje a la tan idolatrada caballería, con sus marchas en formación, sus cánticos... La escena de la destrucción de las vías del tren creo que supone un punto de ruptura, el corazón de la película, en la que quedan muchas cosas en evidencia. Espectacular, al igual que la del asalto sorpresivo al poblado, donde podemos ver el contraste entre la organización de unos y el cuerpo informe de desharrapados que constituyen los otros. Otro punto de interés, la enemistad basada en la diferencia de clases; el mayor garante del ejército empezó como simple peón de la construcción, mientras que quien lo cuestiona se formó en West Point… el traumita de Wayne, que reduce ésto a algo personal y puede suponer un recurso un poco barato, es necesario supongo para dar empatía y humanidad a semejante cardo de tío. El apartado visual destaca por sus amplios encuadres paisajísticos en tecnicolor, el retrato imponente de los hombres a caballo; más bien es al final cuando aparece ese detallismo íntimo, con cada uno asumiendo su papel (el médico reteniéndola a ella y limpiando la sangre de la mesa), con esa épica humana del decir adiós (el amor que queda en suspenso justo en el momento de nacer).


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Un tótem absoluto, y un final de caerse los huevos al suelo.

La alabanza a la institución militar es pese a todo muy evidente, en forma de romántico y rendido homenaje a la tan idolatrada caballería, con sus marchas en formación, sus cánticos...

Ahí discrepo, como mucho es contradictoria como todo Ford, quiere a la institución, su parte de camaradería y sus tradiciones (en forma de ese arranque cantado maravilloso) pero pocas veces se había visto tanto sufrimiento y consecuencias de la guerra en pantalla, Ford se decanta claramente por Holden y la parte humanista. En sus últimos trabajos (El sargento negro, El gran combate, Siete mujeres, ...) es muy evidente su posicionamiento hacia los derechos humanos y el desencanto con su país.
 
A ver, ahí Fordianos confunde la fecha de estreno, que fue el 6 de junio de 1918, no del 29. Se creía pérdida desde hace mucho hasta que se reencontró en la filmoteca que nombra.

La peli era de 6 rollos, lo que no sé si se conserva en su totalidad. Sí que las copias que se pueden localizar hoy en día fácilmente (ha salido o va a salir recientemente en Blu-ray de Kino Lorber) duran los 50 minutos que dices...
 
John Ford sube a los cielos | El Cultural

Monument Valley se extendía ante sus ojos con su planicie roja, sus rocas azules y grises, sus arbustos esculpidos por el viento, sus caminos desdibujados por la lejanía, y esas mesas con aspecto de viejas fortalezas deshabitadas. Bajo un sol implacable, la luz azulada de las alturas se volvía blanca al contacto con el polvo levantado por una hilera de jinetes, que galopaba hacia él, agitando sobre sus cabezas tomahawks, arcos y lanzas con plumas de colores. En cabeza, un piel roja con los adornos de un gran jefe oponía a la claridad de la mañana su rostro pintarrajeado con ocres, blancos y negros. La frente, los pómulos y las mejillas exhibían inquietantes simetrías.

-Nunca pensé que el cielo tendría este aspecto –musitó John Ford, masticando con desgana un puro apagado-. Quizás estoy en el infierno. Dado que he muerto, no tengo por qué asustarme. Nadie puede morir dos veces.

Los jinetes se acercaron lanzando sobrecogedores aullidos. En cambio, el jefe permanecía impávido, sosteniendo las riendas con una sola mano. Frenaron en seco a pocos metros de él. El jefe bajó de la montura con dignidad y dio unos pasos lentos y solemnes. John Ford se quitó el puro de la boca y levantó la mano en señal de paz.
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-Saludo a mis hermanos.

El jefe asintió, correspondiendo al saludo con un gesto similar.

-¿Puedo saber el nombre del gran jefe con el que hablo? –preguntó el director de cine, apoyando las manos en las caderas.

-El Creador del cielo y de la Tierra. El Todopoderoso que hace salir el sol sobre buenos y malos. El que es. El Altísimo. El Alabado.

-¿Cómo?

-Puedes llamarme Dios. Es más sencillo.

-Nunca pensé que Dios se pareciera a un jefe indio.

-Cada uno me ve de una forma diferente. Para algunos, soy un anciano venerable. Otros, me imaginan como un mago. Mi aspecto se adecúa a la persona con la que hablo. Al parecer, tu imaginación me atribuye la apariencia de un jefe indio.

John Ford se rascó la frente con perplejidad, preguntándose si era cierto. Siempre había sido católico y le parecía herético que su imaginación le jugara esa mala pasada, poniendo a Dios un rostro de jefe indio. Eso sí, un mal católico, pues su vida distaba mucho de ser ejemplar. No se había privado de ningún placer y había cometido casi todos los pecados. No se hacía muchas ilusiones sobre la salvación de su alma. Nunca dudó que antes o después comparecería ante Dios y sabía que no disponía de muchos argumentos para entrar en el cielo. Había sido mujeriego, bebedor y colérico, un perfecto hijo de perra. Y ya no podía cambiar nada. Se había confesado, pero su última frase no fue una expresión de arrepentimiento. Prefirió pedir un último cigarro.

-No me molesta la apariencia que me has asignado –dijo Dios, interrumpiendo sus cavilaciones-, pero lo cierto es que en Arizona hace mucho calor y las plumas y la pintura son un incordio.

-¿Estamos en el cielo? La mayoría de la gente dice que Arizona se parece al infierno.

-El cielo también cambia de aspecto. Cada persona lo imagina de forma distinta. Para ti, no hay un lugar tan hermoso como Monument Valley. Es cierto que también te gusta mucho la Irlanda de tus antepasados, pero aquí te has encontrado a ti mismo.

-¿Significa eso que he entrado en el cielo?

-No, estás en el umbral. Antes de pasar, tienes que hacer examen de conciencia. Si salen las cuentas, podrás entrar.

-¿Esto es el juicio final?

-Exacto. Ha llegado la hora de hacer balance.

-¿Quiénes son los indios que le acompañan?

-Serafines, querubines, arcángeles. No te asustes. Les gusta alborotar. Si nuestra conversación sale bien, te abrirán la puerta del cielo y te explicarán cuáles son las reglas.

-¿Hay reglas en el cielo?

-Claro que sí. Y en el infierno. La vida continúa después de la muerte. La eternidad no es un museo de cera. Hay mucha gente y a veces surgen problemas de convivencia. Por eso, hay que poner un poco de orden, como en un bloque de vecinos. Digamos que yo soy el presidente de la comunidad.

Dios se acuclilló y se sentó, cruzando las piernas. Uno de sus bravos se acercó y le entregó un pipa de caño largo y cazoleta pequeña.

-¿Es la pipa de la paz? –preguntó John Ford, mientras se sentaba en la arena.

-Más o menos. Si todo sale bien, la fumaremos al final. Comencemos. Háblame de tu mujer.

El gran jefe hizo una señal y uno de sus bravos le trajo un maletín. En su interior, había un ordenador portátil.

-¿Qué es ese trasto? –preguntó Ford-. Parece una máquina de escribir.

-No, es algo más moderno. Se inventará más adelante.

-Después de mi muerte.

-Eso es. Es muy útil. Aquí iré anotando tus pecados y, al final, con un programa matemático, realizaré un cálculo para averiguar si las cosas buenas que has hecho en la vida compensan las malas.

Ford se echó el sombrero hacia atrás y se rascó la frente. Sintió la tentación de levantarse el parche, pero comprendió que era un gesto inútil. Si ese cacharro plano era el progreso, se alegraba de no haberlo conocido.

-Estábamos hablando de tu mujer –recordó Dios, colocando los dedos sobre el teclado.

-¿Sabe mecanografía?

-Mi negocio es muy complejo. Hay que saber un poco de todo. Cuéntame algo de Mary, tu esposa.

-Ah, sí, Mary. Pobrecilla. No fui un buen marido. La engañé infinidad de veces, pero siempre se trató de aventuras sin importancia. Eso sí, nunca le faltó de nada. Le compré hasta un Rolls Royce. Disponía de un chófer y un talonario para hacer toda clase de compras. Era la reina de las tiendas.

-¿Crees que fue feliz?

-Es difícil saberlo. Tenía un genio endiablado.

-Dices que tus infidelidades fueron aventuras sin importancia. ¿Qué me dices de Katherine Hepburn? Con ella la cosa fue más seria.

-Es cierto. Me enamoré de esa mujer. Era casi tan arrogante como yo. Eso me volvió loco. En una ocasión ocupó mi silla de director. Si otro se hubiera atrevido a hacerlo, le habría pegado un puñetazo, pero con ella me quedé paralizado. Me asombró tanta osadía. Creo que en ese momento me enamoré de ella.

-Ya sabes que el adulterio es un pecado grave.

-Sí, lo sé. ¿Qué me espera? ¿La tormenta infernal donde gimen sin tregua Dido, Helena de Troya y Cleopatra?

-Veo que has leído la Comedia de Dante.

-Si es Dios, lo sabe todo. No finja sorpresa.

-No seas aguafiestas. Este es el momento crucial de tu existencia y hay que seguir un guión. Mi trabajo se parece al de un director de cine. Hay que respetar ciertas convenciones narrativas. Si no lo hiciera así, el juicio final resultaría insulso, anodino. Se parecería a una mala película.

-Claro, claro –se disculpó Ford, secándose las gotas de sudor que corrían por su frente.

-No hagas caso a Dante. Le gustaban demasiado los efectos especiales. Aquí los castigos son menos teatrales.

-Me puede dar un ejemplo.

-Cada caso es distinto. Si te condenas, tendrás que ver una y otra vez la filmografía de Éric Rohmer.

-Prefiero la tormenta infernal.

-Continuemos –dijo el gran jefe, mientras escribía en el ordenador-. Te comportabas como un tirano en el plató. Tratabas muy mal a los actores, pese a que eran tus amigos. Eras particularmente cruel con John Wayne y Ward Bond.

-Wayne era un buen tipo. Al principio, pensé que nunca sería capaz de interpretar. Me parecía un buen atleta, pero no un actor. Me equivoqué. En cambio, Ward Bond siempre fue un asno. Tenía las posaderas tan grandes como las de un caballo. Se comportó como un cerdo cuando lo de McCarthy. Sí, le traté mal. Se lo merecía. ¿Me condenaré por eso?

-La ira es un pecado.

-¿Tendré que pasar la eternidad en el fango de mi propia rabia?

-Olvídate de Dante. Tu castigo consistiría en aguantarle.

-No entiendo.

-Ward Bond pasó por esto mismo y no me quedó más remedio que enviarle abajo. Si el programa dice que no puedes salvarte, tendrás que reunirte con él. Os pasaréis mucho tiempo el uno con el otro, ajustando viejas cuentas.

-Insisto en que prefiero a Dante. Sus castigos me parecen más humanos.

-No trataste muy bien a los indios en algunas de tus películas.

-Eso es verdad y lo siento, pero he de decir en mi defensa que hice la primera película donde se denunciaban los abusos que sufrían en las reservas.

-Te refieres a Fort Apache. 1948. Siempre me ha gustado.

-Y en El gran combate volví a la carga.

-1964. Dos buenas películas. Creo que tenían razón cuando dijeron que eras el poeta de la epopeya americana.

-Esa estupidez la soltó un periodista. Yo solo rodaba películas para pagar las facturas.

-El sargento negro también me agradó. 1960. Con Woody Stroode y Jeffrey Hunter, que hizo de Cristo en Rey de reyes. Buen cine.

-¿Qué siente cuando se ve en la pantalla?

-Depende. Pasolini comprendió muy bien el espíritu del Evangelio. Otros han hecho cosas que no me han hecho ninguna gracia.

-No vi la película de Pasolini.

-No te preocupes. Aquí podrás verla.

-¿Hay cine en el cielo?

-Sesión continua. El paraíso es una prolongación del mundo, pero mejorado y corregido. Javier Gomá lo ha entendido muy bien. Te recomiendo la Tetralogía de la ejemplaridad.

-No tengo ni maldita idea de lo que me habla. ¿Está aquí también ese Gomá? ¿Qué es? ¿Mexicano?

-Yo veo las cosas desde la perspectiva de la eternidad y me olvido que vosotros solo percibís secuencias temporales. Ya le conocerás. Más adelante. Ahora mismo tiene ocho años. Y no es mexicano, sino español. Pasemos a otra cosa. ¿No crees que has abusado de la bebida?

-Sí, maldita sea, pero quién aguanta la vida sin un buen whisky en la mano. Y ¿qué tiene de malo si estás con los amigos? No imagino navegar en el Araner, mi yate, sin una buena reserva de whisky. Imagino que de eso no hay en el cielo.

-En cantidades moderadas. No es nada malo tomarse un whisky o una pinta de cerveza negra. Algunos filósofos han descrito la santidad como una ligera ebriedad y no están muy desencaminados. Tu problema es que bebías en exceso y sufrías arrebatos de violencia. En una ocasión, embestiste con la cabeza a Henry Fonda.

-Quería hacerle morder el polvo, pero fallé. Me tocó las narices durante el rodaje de Escala en Hawai. Años atrás, cuando era jugador de rugby, no habría fallado.

-No pareces arrepentido.

-Claro que no. Se puso inaguantable.

-Te agradezco que seas sincero. Eso cuenta a tu favor. Ya hemos terminado.

-Pensé que esto sería más largo.

-La brevedad es una cualidad que siempre he valorado mucho. A ver qué dice el programa matemático.

El gran jefe escrutó con seriedad la pantalla del ordenador, esperando el resultado. Ford buscó una caja de cerillas en sus pantalones para encender el puro, pero no encontró nada. Uno de los bravos se acercó con un mechero plateado –un Zippo- y, con un rápido movimiento del pulgar, encendió una llama azul, que tembló ligeramente por culpa de un viento suave y caliente.

-Imagino que eres mi ángel de la guarda –dijo John Ford, acercando el puro al fuego.

Dio una larga chupada y el puro desprendió un humo blanco.

-No creas que el humo es una señal –advirtió el director de cine-. No soy tan civilizado. Yo uso ese aparato horrible que se llama teléfono.

-Bien –exclamó el gran jefe-. Según el programa, te faltan unas décimas para entrar en el cielo. En teoría, tendrías que pasar una temporada en el purgatorio.

-¿Cuánto?

-Dos o tres siglos.

-¿Cómo?

-Se te pasará deprisa. Allí también hay cine y biblioteca. Y te encontrarás con algunos amigos, como Errol Flynn.

-Nunca le soporté.

-No te preocupes. Introduciendo ciertas variables en el programa, el resultado cambia. Has aportado muchas horas de felicidad a la gente. Has realizado grandes películas con personajes de una entrañable humanidad, como Dutton Peabody, un periodista de pura raza, el capitán Nathan Brittles, un héroe en el ocaso de su vida, o Mary Kate Danaher, una mujer indomable. He de decir que me conmovió especialmente la amistad entre el padre Lonergan y el reverendo Playfair. ¡Qué hermoso que un sacerdote católico se finja protestante para que no trasladen a un pastor anglicano de la hermosa Irlanda! El programa no manda. De hecho, lo he creado yo. Así que adelante. Puedes pasar. El cielo te espera. Fumemos la pipa de la paz.

Ford arrojó el puro al suelo y cogió la pipa con ambas manos, llevándosela a la boca. Nunca el humo le resultó tan delicioso. El bravo que le había encendido el puro le entregó un pequeño manual, con las reglas del cielo.

-Las normas son muy sencillas. Paciencia, humildad, prudencia y contar hasta diez cuando algo te ha molestado y notas que puedes perder los estribos.

John Ford asintió, guardándose el libro en un bolsillo de su chaleco. Después, se levantó y observó en la lejanía un punto diminuto que crecía poco a poco. Cuando la distancia se recortó, descubrió que se trataba de su viejo amigo Harry Carey, montado en un caballo y con otro de las riendas.

-Maldito hijo de puta. ¡Cómo celebro verte por aquí!

Carey, con un cigarrillo en los labios, esbozó una sonrisa y le indicó con un gesto que subiera al caballo. Al poner el pie en el estribo, Ford notó que había recobrado la agilidad de su juventud.

-No está tan mal esto de morirse –murmuró, sacando otro puro del bolsillo de su camisa.

Mientras los dos jinetes se alejaban hacia un horizonte donde comenzaba a caer la luz, Dios comentó satisfecho:

-Quizás no he creado un mundo perfecto, pero sí un mundo con grandes cosas, como este desierto, los cuentos de Chesterton y las películas de John Ford.

@Rafael_Narbona
 


A la venta en UK el 19 de Abril.

La edición incluye:
  • Both features presented in 1080p on Blu-ray from 4K restorations undertaken by Universal Pictures, available for the first time ever on home video in the UK
  • Straight Shooting – Score by Michael Gatt
  • Hell Bent – Score by Zachary Marsh
  • Straight Shooting – Audio commentary by film historian Joseph McBride, author of Searching for John Ford: A Life
  • Hell Bent – Audio commentary by film historian Joseph McBride
  • Brand new interview with film critic and author Kim Newman
  • Bull Scores a Touchdown – Video essay by Tag Gallagher
  • A Horse or a Mary? – Video essay by Tag Gallagher
  • Archival audio interview from 1970 with John Ford by Joseph McBride
  • A short fragment of the lost film Hitchin' Posts (dir. John Ford, 1920) preserved by the Library of Congress
  • A collector's booklet featuring writing by Richard Combs, Phil Hoad, and Tag Gallagher
  • Limited Edition O-Card slipcase and reversible sleeve artwork [2000 copies]
 
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