Bien. Dirá usted entonces que la traca final de esta temporada ha sido «previsible». Que en el capítulo de cierre la sorpresa ha alcanzado mínimos históricos. Es probable que su sagacidad haya adelantado por la izquierda a los guionistas, como un Bran en diferido, oliéndose todo lo que iba a ocurrir punto por punto. O quizás ocurra otra cosa.
Detengámonos un segundo: ¿Quién dijo que Juego de tronos era una serie de Shyamalan? ¿Que todo tenía inexorablemente que acabar en un titánico twist-plot que torciera culo y mandíbula? Que sepamos, hasta la narrativa en la que se basa (o basó, hasta donde pudo) la serie, estaba preñada de augurios que predecían el desarrollo de los acontecimientos. George R. R. Martin disfrutaba (sí, conjugado en un doloroso pasado) desperdigando guijarros durante los libros, pequeños o grandes indicios de lo que estaba por venir. Pistas vagamente ocultas que iban preparando el terreno para los giros sorprendentes. Todo era previsible… siempre que se pudiera discernir lo que era señuelo y lo que no, claro está.
Díganos, ¿cuánto llevaba sin morir un personaje fundamental, protagónico? Porque hemos interiorizado tanto el mantra ese de que «en Juego de tronos no te puedes encariñar de nadie porque está claro que puede morir cualquiera» que quizás no nos hemos fijado que desde la cuarta temporada ninguno verdaderamente central (no confundir con «querido» o «carismático») ha sido sacrificado.
Allí donde vamos (el apocalipsis venidero) está el caos. Y nosotros ascendemos por una escalera. A veces, a trompicones. Otras, de dos en dos. Con sus caídas y peldaños tambaleantes. Pero en general se mantiene una regla: después de un escalón, viene otro. Punto. Y eso es lo que está ocurriendo en Juego de tronos: que si miramos hacia delante, somos capaces de vislumbrar lo que está por venir, con un margen de error cada vez más pequeño. ¿Es esto intrínsecamente malo? No necesariamente. A los pies de la escalera, antes de iniciar el ascenso, era más difícil divisar lo que había en lo alto. En parte por nuestra limitación visual y en parte por la bruma que rodea esta metáfora que se está haciendo demasiado larga.
Dicho en plata: que es muy fácil confundir la previsibilidad con la coherencia. Que sí, que en el último capítulo no ha habido un gran OYOYOY que nos haya arrancado alaridos de desconcierto. ¿Y entonces por qué estamos aquí, incluyéndolo en lo mejor de la temporada?