La perspectiva la tengo clara desde los años ochenta, cuando decidí, con gran dolor de mi corazón, dejar Cataluña porque había muchísimas cosas que empezaban a no gustarme de la tierra en que nací y crecí. Siempre he pensado que es mejor ponerte una vez rojo que quinientas amarillo, así que me marché a Madrid, donde mis hijos han crecido de una manera muy distinta a como lo hubieran hecho en Barcelona.
Hasta el año pasado pasé parte de mis vacaciones en Cataluña, para que ellos no perdieran el contacto con su familia. Ahora que ya son adultos, eso se acabó. Nunca más. De ahora en adelante, si quieren ir (que no quieren, y no me extraña), es su problema. El mundo es muy grande para mezclarse con carlistas irrecuperables y gente que mira hacia otro lado. Bon vent i barca nova.