El catalanismo lo había conseguido, y el proceso independentista lo puede tirar todo por la borda. La presión de los últimos años ha sido tan intensa, con argumentos tan poco sólidos, que lo catalán corre el peligro de resultar antipático y distante para los propios catalanes que tenían hasta ahora una máxima: al margen de cualquier diferencia política, la defensa de la lengua y la cultura catalanas era una prioridad absoluta. Sin pensar en las consecuencias, jugando con algo tan delicado como la cohesión social, el movimiento independentista ha provocado un salto hacia atrás, una especie de "por qué no voy a expresarme como quiera".
El movimiento independentista montó en cólera al conocer los datos del último sondeo del CEO. Y es que resulta que, como lo expresaban a través de las redes sociales, podía estar adulterado. El ‘sí’ a la independencia bajaba de forma estrepitosa y se quedaba en el 40,8%, y el "no" subía hasta el 53,9%. Cuando se miraba con lupa, se comprobaba que bajaban los encuestados que se expresaban en catalán. Sólo el 33% optaba por contestar a las preguntas en catalán, cuando en anteriores ocasiones ese porcentaje está por encima del 40%. ¿Eso explicaba el descenso del independentismo? ¿Se habían tomado mal las muestras?
No, todo era correcto. El director del CEO, Jordi Argelaguet, se vio obligado a llamar a las radios para explicar que ni había sido una imposición del Gobierno español, aprovechando la aplicación del 155, ni se había cometido ningún error en las muestras. Argelaguet defendió, en la última semana de febrero, cuando se publicó el sondeo, que el centro de estudios de opinión que dirige funciona con toda normalidad, como siempre.
¿Entonces, qué había pasado? Pues que, al ser preguntados, y con la opción de contestar en catalán o en castellano, una parte sustancial de los encuestados había preferido el castellano, como muestra de hartazgo, y para marcar una distancia respecto a cómo están funcionando las cosas en Cataluña. El politólogo Oriol Bartomeus, buen conocedor del CEO, considera que se ha roto algo en la sociedad catalana, que esas respuestas en castellano muestran “una pérdida de simpatía” hacia el catalán, de personas que, castellanohablantes en su vida diaria, se inclinaban por el catalán como muestra de respeto y de amor a la lengua catalana.
No es una cuestión banal. Los dirigentes de la ex Convergència y de ERC no han tenido en cuenta que jugaban con un material muy delicado. Ese distanciamiento hacia lo catalán se ha comenzado a producir, una idea de que se ha cometido una cierta traición por parte de los que mandan en Cataluña, de que han traspasado una línea al dividir en bloques al conjunto de catalanes.
Y, parapetados en la libertad de expresión y en el victimismo porque hay políticos independentistas en las prisiones --no presos políticos--, insisten en mostrar en todos lados, en todas las manifestaciones públicas que el territorio es suyo: lazos amarillos, esteladas, cantos a la democracia y camisetas con el rostro de Puigdemont. La presión se mantiene sin pensar que todo lo conseguido por el catalanismo, una integración --aunque nunca fue del todo real-- que ha sido positiva para todas las partes, puede en pocos años irse al garete.
Hay una mantra que se repite: hay que decir las cosas sin complejos. La pronuncian los dirigentes de Ciudadanos, pero se hace extensiva. Eso quiere decir que, por simpatía, si uno se dirigía en catalán hacia su interlocutor, o se respondía en catalán, ahora se hará en castellano aludiendo a que es también una lengua cooficial en Cataluña, y --y eso es sumamente delicado-- que, en realidad, es mucho más importante. ¡Ojo! Nadie quería que esto sucediera. ¿Lo podrá entender Puigdemont, o ya comienza a ser demasiado tarde