Una excelente radiografia...
¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, es
Guillem Martínez (Cerdanyola del Vallés, 1965). El escritor y periodista se dedicó el último año a una tarea titánica, un ‘jackass’ periodístico, cubrir el 'procés' a diario y mantenerse al margen de la polarización que lo arrasó todo. Proeza parecida a meterse en una jaula con dos osos y mantener la posición contra viento y zarpazo. En sus
crónicas en 'CTXT', Martínez repartió galletas para todos: críticas inmisericordes al 'procés' como máquina propagandística y críticas al piolinazo celtibérico como respuesta única. Con su característico estilo guasón y con su no menos característica desconfianza hacia toda autoridad. Sus crónicas se recopilan ahora en
‘57 días en Piolín’ (Lengua de Trapo/Colección Contextos). Hablamos con el autor de
‘La canción del verano’ y
‘La gran ilusión’, colaborador histórico de medios como ‘El País’ y rey de la crónica juguetona.
PREGUNTA. En su último artículo, asegura que la elección de Quim Torra como 'president' es un fallo propagandístico monumental. ¿Por qué?
RESPUESTA. De los chorrocientos candidatos para el puesto —el puesto de 'para-president' consiste en quedarse ahí parado, en la presidencia, hasta que Puigdemont decida cuándo convocar elecciones de manera más satisfactoria y 'mixed-emotions'; puede ser en otoño, con los juicios a los presos, o puede ser en mayo, con las municipales; el 'procés' es un ciclo electoral, y parece, en ese sentido, que su objetivo es una Batalla por Barcelona en las municipales—, Torra era el único al que no podían elegir. Tiene un pasado y una amplia obra que rezuma esencialismo.
Eso no supone un problema interno. El 'procés' es una apisonadora propagandística. Hoy mismo, por ejemplo, ya ha demostrado científicamente que Torra no es esencialista, sino que esa percepción corresponde a una manipulación del Estado, del españolismo y de Spectra. Pero, internacionalmente, supone el fin del 'procés'. A través de los textos de Torra, se percibe que el 'procés' está presidido por alguien emparentado con Trump, con Erdogan, con la cosa polaca y húngara. Con nacionalismos esencialistas y autoritarios, vamos. La UE, en ese sentido, respeta mucho a los estados que optan por esas vías, y al respecto no dice ni pío. O, solo, pío. Pero se va a emplear a fondo con un territorio sin Estado que gaste esa estética.
La opción Torra, en fin, deja las manos libres al Estado, que ahora obtendrá en sus medidas menos reparos por parte la UE. El 'procés' no solo se ha quedado pollito, sino que ha dilapidado ciertas simpatías en Europa, y ya no puede aprovecharse del marco español, tan yuyu. En España, con el discurso del Rey el 3-O, se dio un inquietante giro autoritario a la democracia. En el 'staff' procesista, vamos, son unos genios.
P. La palabra más utilizada para describir a Torra por parte de las personas a las que no les gusta Torra es supremacista. ¿Lo es? ¿Es esa la palabra que le describe mejor? ¿Hay otras?
R. Otra sería 'regordete'. Pero supremacista le define bien. Utiliza animales para describir la esencia de otra comunidad humana, y simpatiza con patriotas catalanes de los años treinta admiradores de las novedades alemanas e italianas del momento, y que desfilaban por Barcelona con camisas pardas, hablaban de estirpe catalana y de su posible y no deseable mezcla con la estirpe española, poseedora de un ADN menos chachi.
Por otra parte, la Península es rica en supremacismos. Salvo Portugal, el resto de naciones los emite, o los ha emitido en algún grado. La derecha española tiene, en ese sentido, una tradición dura, incluso sangrienta. Se debe señalar que, en su grado más 'light' —yo qué sé, sustituir la palabra Estado, o la expresión políticos españoles, por la alocución ‘els espanyols’—, las opciones léxicas de Torra no difieren mucho de las escuchadas en medios públicos y concertados catalanes. Hay cierta tradición catalana al respecto, que se cuela a través de la cultura nacional oficial y vertical más antigua del Estado, el Noucentisme —aún vigente, me temo, en Cataluña—, formulado a principios del XX a través de su combate con el Modernisme —libertario, indisciplinado, cachondo—, y que parte de la idea de que Cataluña es puro helenismo, mesura, frialdad, civilidad, espiritualidad, orden, norte. Es un enclave del norte en pleno sur, en combate cultural contra los bárbaros españoles y contra los catalanes bárbaros, que no querían entender su carácter nacional disciplinado y comunitarista. Prat de la Riba, el gran teórico del catalanismo conservador, dice algunas animaladas raciales al respecto en su obra escrita, de las que nadie aún se ha reído lo suficiente.
P. Dice en su libro que lo vivido entre septiembre pasado y el 27-O fue “la nada”. ¿Podría usted ampliar el concepto 'la nada' para toda esa gente que creía que estaba a punto de romperse España y barajó arrojarse por las ventanas?
R. El 'procés' ha sido muchas cosas. Pero nunca un proceso de autodeterminación, alocución que se ha evitado en todo momento. Las élites políticas españolas y catalanas lo sabían. Y cada una especuló con ello. El 'procés' ha sido, en Cataluña, el intento de fabricar un objeto con el que negociar, con un Gobierno cerrado en banda, algo, cualquier cosa —no la independencia, sino, diría, cierto reconocimiento nacional y pasta— y, en ese intento, reformular la hegemonía del catalanismo —CDC estaba podrida de corrupción, con los días contados— y solucionar una crisis de representación —en 2011, recordemos, la élite catalana tuvo que ir al Parlament en helicóptero; hoy puede ir a pie; incluso podría ir en pelotas.
Para el Estado, el 'procés' ha sido una salvación y un fortalecimiento. Ejemplo: desde 2011, ni el Gobierno ni ningún gran partido volvió a utilizar la palabra mágica en el sistema propagandístico español: democracia. Esa palabra volvió con el discurso autoritario, y también esencialista, del Rey en octubre. El 'procés', vamos, ha simulado un proceso de autodeterminación desde una democracia perfecta, mientras que el Estado ha simulado un golpe de Estado a una democracia perfecta. No ha pasado ninguna de esas cosas. Y lo que menos ha pasado ha sido dos democracias perfectas, sino la degradación autoritaria de una cultura democrática común, que no estaba muy 'pallá'. En ese sentido, el 'procés' ha sido un servicio público. Le deberían dar una de esas medallas que dan a la Virgen o a la Infanta.
P. Sostiene usted que el 'procés' es sobre todo un sistema propagandístico. ¿En qué ha basado su éxito?
R. Los sistemas propagandísticos triunfan porque están basados en hechos reales. Son una respuesta antipolítica a grandes problemas políticos. En este caso, una crisis de régimen 'king-size' y, con ella, una crisis democrática, económica y social frente a la que nadie —ni en España ni en Cataluña— hace o hará nada. También es el terror, en plena globalización, de una minoría cultural y lingüística a dejar de existir. Quizás esto es lo único bello y real del 'procés': el miedo a la muerte.
P. El día que se declaró el simulacro de independencia y no se descolgó la bandera de España de la Generalitat, ¿no se cayó nadie del guindo?
R. En absoluto. Un sistema propagandístico requiere complicidad. La complicidad venía de la mano de la idea de que el Govern tenia un plan. Perfecto, secreto, inconfesable. Por lo que nadie debía hacer caso de la realidad, que era la superficie confesable de todo ello. Aún están en eso, una fase, que puede durar décadas, pues ahora el 'procés' carece de plan, por lo que es verosímil que se centre en la identidad, otro secreto compartido e inconfesable. Sucede algo parecido con las pensiones en España —las pensiones son el 'procés' en España—. Están seriamente amenazadas.
De hecho, ya se han pelado su fondo de garantía. En breve, como en Grecia antes de irse al guano, se nutrirán de algo que no sean las cotizaciones. Pero cuando el Gobierno dice que están garantizadas, todo el mundo le cree. Porque así lo decide, pues su identidad —creer en un proyecto nacional, en un Gobierno, en un Estado— así lo aconseja, supongo.
P. ¿Se ha intoxicado el 'procés' con su propia propaganda? ¿Es grave?
R. No solo es grave, sino que es algo común a todos los sistemas propagandísticos. En el búnker, nadie sabía cuántas tropas, entre las reales e inventadas, se disponían para enfrentarse al Ejército Rojo. Acebes, supongo, llegó a creerse que lo de Atocha fue ETA. En el 'procés', me consta que algunos bulos propagandísticos emitidos llegaron de vuelta al Govern como información. La gravedad, en este momento, que puede durar décadas, es que la selección de líderes y de decisiones se realiza a través de la selección negativa. Un pequeño grupo se selecciona a sí mismo a partir de su parecido con la propaganda. De ahí surgen líderes como Torra, que son la pera en el núcleo de las decisiones, pero que no podrían ser ni presidentes de escalera a temperatura y presión normales. Todo ello enquistará el problema hasta su implosión final, lejana, diría.
P. Que la política del PP en Cataluña haya dado más impulso electoral a Ciudadanos que al PP, ¿cómo se come?
R. Supongo que con patatas y con cierto apetito. El PP —como se descubrió con Aznar— puede ganar elecciones generales no solo sin Cataluña, sino contra Cataluña. No es el caso de cualquier otro gran partido, incluido Ciudadanos.
P. Escribe usted: “Fuentes gubernamentales afirman que no hay que temer a Piolín, pero hay que ver lo que acojona un canario de varios metros cuadrados; te lo cuentan y parece de Stephen King”. ¿Es Piolín una metáfora? ¿De qué tipo? ¿Piolín da más miedo que risa o más risa que miedo? ¿Puede reproducirse o es un canario coyuntural?
R. Da miedo. Y mucho. No es ninguna metáfora. Es un sello de la realidad. Explica que, en una crisis de élites, dos élites llegaron a la conclusión de que la solución podía pasar por partirle la cara al grueso de la sociedad en un territorio. Y que eso podría ser la solución para comunicarse, por parte de dos élites que no se comunican desde 2012, quizás antes. Piolín habla de líderes, en un Estado y en una autonomía, psicópatas. Habla de la ulterior selección de líderes peninsulares. Una selección nefasta y organizada a través de criterios extraños.
P. ¿Por qué Europa no acaba de tomarse en serio al juez Llarena?
R. Porque el delito de rebelión no es serio. Es una respuesta propagandística local a un planteamiento propagandístico local. No es exportable. Aquí no hubo rebelión o golpe de Estado. Hubo propaganda y manipulación. Lo que no es un delito, sino una constante de la política española. El procecismo, por eso mismo, emitió política española. Más española que las lentejas o el carné de paro.
P. He aquí un tuit célebre de Gabriel Rufián cuando pensaba que Puigdemont se iba a echar para atrás: “155 monedas de plata”. ¿Puede uno hacer política a lo Rufián —la furia y el ruido tuitero— y no acabar carbonizado más pronto que tarde?
R. Sí, se puede. Por aquí abajo solo desaparece el lince, y algunos mamíferos que, por lo que sea, se sitúan, a pulso, fuera del paraguas de sus respectivas propagandas. Los últimos, Cifuentes, Casado...
P. Tras unos meses de histeria generalizada, el seguimiento del 'procés' ha caído en picado, al menos fuera de Cataluña. ¿También en Cataluña? Y en clave más personal: ¿no está usted harto de escribir sobre este asunto?
R. En Cataluña hay un 48% de la sociedad dispuesto a consumir esta propaganda. Supongo que habrá otro porcentaje dispuesto a consumir otra. La cosa durará años y sin necesariamente cambios políticos. La propaganda, en cualquier caso, aporta sentido e identidad. De hecho, creo que hay más personas dispuestas a querer la 'indepe', que no a querer realizarla. Es, lo dicho, identidad. Identidad en el puesto de trabajo, en la calle, en la mesa. En Nochebuena, con tu cuñado, que igual es del otro bloque. Yo estoy a ratos harto de describirlo. A ratos no. Me parece en ocasiones un lujo, una potra. Ese segmento biológico, que es la vida, me ha dado la oportunidad de describir el nacionalismo español pos-78, a partir del concepto Cultura de la Transición. Y, después, el nacionalismo catalán, a partir del 'procés'. Mola descodificar los nacionalismos. Esas cosas tan idealistas esconden aspectos extraordinariamente materiales. Generalmente, porno. Ahora, en 'CTXT', me dedicaré un tiempo a viajar y a explicar otras cosas. Puede limpiarme el alma. Mucho tiempo en un tema te la ensucia.
P. Para acabar, una pregunta en plan la Bruja Lola: ¿qué nos deparará el futuro?
R. Varios divorcios, vejez y muerte. En el ínterin, para los nacidos con posterioridad a 1957, problemas serios para cobrar una pensión. Nos deparará, en fin, problemas graves y dramáticos, para los cuales ni el procesismo ni el Estado tienen nada que decir. Respecto al tema catalán, supongo que nos esperan varios años de procesismo sin programa, sin hoja de ruta, y con todo centrado en la identidad, una vez connotado que no había tramo, ni ganas, de política. Supongo que como en España en general, pero más monotema y crispado. O no. Hay cierta garantía contrastada de que nada superará a su propaganda. Es decir, que la sarna con gusto no solo no picará, sino que dará gustirrinín, y cierto sentido a una vida sin sentido, precaria, sin expectativas, sin bienestar.
https://www.elconfidencial.com/cult...rtinez-piolin-independencia-cataluna_1565630/