Empiezo a creer, lo juro, que esto es un experimento sociológico. Alguien, no sé quién, o probablemente el propio instinto de autodestrucción del hombre, va pelando capas de cebolla del alma humana. Le va quitando la cortesía, el respeto, la empatía, la individualidad, la decencia, el amor, a ver qué queda. Y cada vez queda menos. Cada vez menos seres humanos y más bestias. Le quitas la cortesía al hombre y queda desprecio, le quitas respeto y queda su falta, le quitas empatía y queda desdén, le quitas individualidad y queda ausencia de autocrítica, le quitas decencia y queda indecencia, le quitas amor y queda odio. Y así funciona este experimento. A ver dónde llega. De momento las soflamas empujan al ridículo permanente, al bochorno ajeno, a la vergüenza.
Cómo se lanzan alelados a cumplir cualquier instrucción como borregos es inquietante lo menos. Cómo no miden los daños colaterales de sus acciones lo mismo. Cómo asumen cualquier relato, incluso sabiendo que es mentira, es desolador. Un cerebro vacío, la nada. Ahora ya son sólo instrumentos, zombies que siguen ruidos, felices embelesados que siguen a un anónimo flautista embaucador.
Hoy te piden fotos del rey y mecheros, garrafas de agua y condones, bikinis de jamón y queso y galletitas para la merienda...A veces se me agotan las palabras. Sí, cada vez son menos y agotan la paciencia de más gente pero sólo que haya uno ya significa la trágica derrota de.nuestra especie.