Sí, es supremacismo
Me duele en el corazón.
Y lo digo con dolor en el alma.
Pero una parte del catalanismo -y del independentismo- se ha vuelto supremacista.
José Montilla no lo sabe pero en su debate de investidura casi me pego con unos
indepes que, cuando él entró en el Parlament, le gritaron “Montilla, charnego”.
Entonces pensé que -además de una falta de respeto institucional para con el futuro president- era un
caso aislado.
Al fin y al cabo en todo movimiento de masas hay ovejas negras.
Me equivoqué: no era la excepción, era el síntoma.
Y eso que Montilla era un ejemplo de superación, de esfuerzo y hasta de integración.
Una persona que había nacido en un pequeño pueblo de Jaén (Iznájar) y que había llegado a Catalunya a los once años llegaba a lo máximo que puede aspirar un político catalán: presidente de la Generalitat.
Me saco el sombrero. Y eso que yo no le voté. El primer tirpartito había dejado un mal sabor de boca. Esa maldita excursión de Carod a Pepiñán.
Pero lo dicho: una parte considerable del independentismo se ha vuelto supremacista.
Ni siquiera retrocederé a la polémica por los artículos del propio Quim Torra sobre “bestias taradas” y otras sutilezas.
Aunque, en el fondo, eso explica muchas cosas. No fue un desliz ni un pecado menor: lo pusieron a él porque era uno de los suyos.
Sabían lo que hacían. Lo que pensaba encajaba perfectamente en lo que deben pensar otros dirigentes de JxCat o de ERC. Si no no lo hubieran votado.
No, me remitiré sólo a sus últimas declaraciones públicas.
Bueno, si me permiten iré un poco más lejos. A la rueda de prensa aquella del 22 de octubre en la que le hice una pregunta que no me contestó. Y perdonen la autocita.
¿Saben que me hizo saltar?
La respuesta de Torra a la pregunta anterior de un colega: “Nadie nos prohibirá nunca que este país continue en la línea de lo que la ciudadanía quiere, llegaremos tan lejos como la ciudadanía quiera.”
¿La ciudadanía? ¿Cón sólo el 47 de los votos? Y no en una sino en dos elecciones al Parlament sucesivas: 2015 y 2017.
De hecho, en las últimas elecciones generales ha bajado hasta el 42%.
O si se fían de las encuestas del CEO hasta el 40%.
Pero tomando como base de partida las elecciones catalanes -los resultados con frecuencia no son extrapolables-: ¿Qué hacemos con el 53% restante, president?
¿Los escondemos debajo de la alfombra?
¿Los expulsamos?
¿Los encarcelamos?
¿Los gaseamos?
¡Pero si incluso hay casi tantos votantes de Vox como de la CUP! CUP: 244.000. Vox: 243.000.
Y eso que los antisistema van todo el día dando la vara como si fueran la conciencia crítica del proceso. No paran de hablar en nombre de las
clases populares y de los Països Catalans.
Torra, en efecto, sigue hablando en nombre de todos los catalanes. Es cierto que, como presidente, nos representa a todos.
Pero también que no puede hablar en nombre de todos. Porque los que votan PSC, Ciudadanos, PP y hasta Vox también son catalanes y no están a favor de la independencia.
Ni siquiera los Comunes visto que han tragado con el pacto Pedro Sánchez-Pablo Iglesias. Todavía no he oído hablar a Jaume Asens. Un ministerio bien vale un silencio.
Sin embargo, el presidente no para de hacerlo.
En la comida del domingo -que parece ser que le provocó
flatulencias- volvió a decir, respecto a la famosa pancarta, que simplemente se limitó a “defender los derechos y las libertades de mis compatriotas”.
¿Y el resto de compatriotas, president?
¡Confunde una parte con el todo!
En el juicio de esta mañana ha vuelto a decir casi idéntica frase: “yo tengo muchos deberes como presidente de la Generalitat pero el primero es defender los derechos y libertades de los catalanes”.
Hasta los miembros de Tsunamí que fueron entrevistados por TV3 -en una operación de blanqueo impropia de una cadena pública- reflejaban el mismo sentimiento.
“Tsuanmi acabará cuando haya dos millones de personas en Catalunya que tengan el derecho que su propuesta política pueda ser hablada, dialogada y, si la ciudadanía quiere, aplicada”, proclamaban ante la cámara.
Es decir, la autodeterminación o la independencia.
Pero lo mismo: ¿y el resto? Porque son unos dos millones de personas en un censo electoral de 5,5.
Son ellos los que quieren imponer su voluntad.
El conflicto social en Catalunya está servido.
De hecho, la pregunta que le hice al president Torra fue ésta.: "¿vamos hacia un conflicto civil?". Quedó en el aire la respuesta. Quedó flotando en el aire una sensación de angustia.
Me temo pues que sólo es cuestión de tiempo saber si llegaremos a las manos de manera generalizada. Incluso si habrá sangre.
Es lo que temo si no aflojan, si no desescalan la tensión acumulada. Cualquiera chispa puede prender el bosque.
Aunque ya saben que yo, por deformación profesional, suelo ver el vaso medio vacío.
Toquemos madera. O mejor dicho, como se dice en catalán,
toquem ferro. Al menos el hierro es ignífugo.
XAVIER RIUS
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