En todo este proceso, en su recorrido desde el principio, hay momentos claves, trascendentes, que han marcado la deriva de declaraciones y actuaciones. Han sido instantes puntuales de fractura, de cruzar líneas rojas, que han roto las reglas del juego. Y de aquellas lluvias estos lodos.
El independentismo siempre ha estado presente en la sociedad española. A lo largo de la historia, como en el resto del mundo, los países han ido y venido y las fronteras han dado vueltas como las peonzas. Nada nuevo. Y en nuestro país ha sido el pan de cada día. A diferencia del pasado en el que las fronteras las pintaba el más fuerte, en los tiempos modernos, eso es, en nuestro periodo democrático constitucionalista, ha sido la voluntad del pueblo la que ha decidido cómo organizarse geográficamente y cuál es la legislación con la que vivir. Ha decidido las leyes que nos hemos impuesto obedecer. Y se ha respetado. Los independentistas lo habían respetado.
En esas estábamos, en el respeto a la ley, cuando llegó unos de esos momentos en que una decisión lo cambia todo. Una parte de independentistas recién llegados deciden derribar el muro legal que les impedía avanzar. Sin tirarlo no había avance. Pero tumbar la ley requería una fractura traumática, un salto al vacío intelectual, un deus ex machína, un sí porque sí, una justificación à la que agarrarse para revolucionar a la gente. La legitimidad. Montar una ficción a su alrededor. Manipular, tergiversar el concepto. Retorcer la legitimidad. Solo así creyeron poder derribar la legalidad. Si convencian de la legitimidad de sus reclamaciones, la legalidad no se sostendría. Y hubo que inventar y magnificar agravios, hubo que construir mentiras descabelladas y en esa simulación, la fabulación fue en aumento. Cuando se topaban con la realidad, acababan fracturando con una nueva idea que rompiera el marco mental. El derecho a decidir, el derecho a la autodeterminación. La tergiversación de estas idea, llevada al extremo, les permitían estirar el chicle. Y cada salto de fe era alimentado por nuevos mantras, la gasolina que necesitaban para no quedarse parados. Y así fractura mental tras fractura.
Por eso no es asombroso verles hacer declaraciones estupefactas que sonrojan y abochornan por lo incomprensible de sus planteamientos. Cuando te rompes , te rompes, Cuando aceptas la disrupción mental como un estándar, entras en un bucle de aceptación de absurdos intelectuales sin freno. Oírles es la demostración pública de que están rotos, fracturados por dentro. Es un colapso que no tiene cura. Están ardiendo y solo quedarán cenizas. La única salvación es convertirse en cadáveres o muertos vivientes. Que es lo que está pasando.