Cuando una sociedad constata una determinada densidad de cinismo resulta ingenuo -casi ridículo- intentar hablar de la verdad, aunque sea una verdad modesta y operativa, no una verdad solemne. Pero la verdad de los hechos, a pesar del relativismo posmoderno y las inercias de las interpretaciones libres y legítimas, no es un dato menor que se pueda despachar con declaraciones impostadas de autoritarismo rancio. Ni en política ni en periodismo. La verdad de los hechos es, en primer lugar, saber si un hecho es o no es. Hay muchas formas de desfigurar la realidad, entre las cuales la más primaria -pero no menos potente- es otorgar estatuto de verdad a un no-hecho.
Los rumores, las insidias y los cuentos que estos días se han puesto en circulación sobre las supuestas relaciones peligrosas entre yihadismo y soberanismo son un escándalo democrático de proporciones monumentales que tiene eco europeo. En la guerra mediática sostenida contra el movimiento soberanista, el ministro del Interior y unos determinados medios han abierto un camino tan peligroso como explosivo, tan indigno como carente de cualquier sentido de Estado. Un camino que recuerda métodos más propios de la Rusia de Putin, donde el primer paso de la destrucción del enemigo político es enterrarlo en la porquería. No me sorprende. Sólo pensaba que habría una pizca más de cuidado en el estilo.
Pero aparquemos la indignación, porque esto no ha hecho más que empezar. Digamos, a beneficio de inventario, que resulta grotesco -como mínimo- que el diario que durante una década ha insistido (en contra de todos) en los supuestos vínculos entre ETA y los yihadistas autores de los atentados del 11-M ahora también se apunte con entusiasmo -junto a otras cabeceras- a relatar complicidades entre el terrorismo islamista y partidos democráticos como CDC y ERC. La editorial de El Mundo del pasado domingo es una pieza que advierte de lo que nos irá llegando durante los próximos meses: “Tanto Nous Catalans (creada por el partido de Artur Mas) como la Sectorial de Políticas de Inmigración (de la organización de Junqueras) son la constatación de la estrecha relación entre el movimiento independentista y la multiplicación de células radicales decididas a propagar el terror”. Si eso fuera cierto, la policía debería proceder a detener inmediatamente a todos los miembros de las direcciones convergente y republicana. Pero aquí sólo se trata de criminalizar un movimiento democrático y pacífico, dar miedo a la buena gente y bombardear con inquietudes a los observadores internacionales. ¿Recuerdan la gestión informativa que hizo del 11-M el último Gobierno de Aznar? Es la misma matriz retórica. Arthur Miller lo resumió: “El pecado del poder consiste en que no sólo distorsiona la realidad, sino que convence a los ciudadanos de que lo falso es verdadero”
Con todo, lo más importante de este cuadro es el silencio. Quiero decir los silencios incontables ante estas infamias oficiales y periodísticas. La medida de los silencios nos dará una cifra estimable sobre la salud de nuestra vida democrática. Porque callar ante un abuso de poder que tenemos cerca es también una opinión. El problema, entonces, ya no concierne sólo a los soberanistas, a los musulmanes o a los catalanes en general. El problema del abuso de poder y de la mentira oficial pasa a ser un problema de todos los españoles. Porque lo sustancial no es aquí la víctima de esta narrativa falaz sino el método que algunos han escogido para luchar contra un adversario político. Es el método lo que transforma las instituciones democráticas en otra cosa. La democracia es una actitud y un método, inseparables. No somos ingenuos del todo, claro está: sabemos y sabíamos que los poderes del Estado no observarían con pasividad un fenómeno como el movimiento soberanista. Lo que quizás no pensábamos es que algunos gobernantes pondrían en peligro el combate contra el yihadismo en beneficio de la propaganda contra Mas y Junqueras.
Cada silencio ante la mentira oficial señala bien donde está el poder real, el de veras, el que tiene capacidad probada de castigar literalmente desde varios ámbitos. Y por lo tanto cada silencio, refuerza el perímetro del conflicto y el desequilibrio de fuerzas. Un ejemplo real: llamar loco al president Mas sale gratis; intenten hacer algo parecido con el jefe del Gobierno o algún ministro y ya me dirán. Siempre hay, naturalmente, quien dice “esta guerra no es la mía” y así quiere hacer creer que su silencio ante el abuso es el feliz resultado de una neutral capacidad de buscar las respuestas últimas que las partes en conflicto -se supone- desprecian. Es triste ver a alguien convirtiendo la imprescindible complejidad en coartada para reforzar, finalmente, a los que tienen el monopolio del palo.
Catalunya, como toda Europa, debe hacer frente a la amenaza yihadista. Los Mossos han demostrado que trabajan con eficacia para abortar y prevenir un terrorismo que ataca al corazón de nuestras sociedades. A la vez, Catalunya vive una etapa sin precedentes, un momento de cambios que ha puesto en cuestión -de manera impecablemente pacífica- una serie de intocables dogmas construidos a la salida del franquismo. Decir que estas dos realidades están vinculadas es encender una mecha muy difícil de apagar.