Recuerdo la del Collet-Serra como algo profesional en sus acabados, mientras que esta secuela tardía que se han sacado de la manga ofrece un aspecto cutre y como de dos duros, no sé si gracias a esa fotografía como vaporosa del Hussain. Mucha reacción hostil veo entre la crítica, pero me ha parecido simpática. Una comedia en realidad, que a veces es la opción más sensata cuando se exprimen ciertas cosas, que tira de la sátira y del guiñol sangriento. El caso es que daba para más la premisa y cae sin duda en lo chorra, empezando por el hecho evidente de que la Fuhrman no tiene aspecto de niña en absoluto y resulta difícil disimularlo; ese disimulo absurdo e imposible, a no ser que la familia adoptiva en cuestión sea imbécil, es parte de la trama y queda incluso justificado gracias al supuesto giro descacharrante de tuerca que, si lo piensa uno bien, tampoco es tan inesperado, siendo previsible el rumbo que toman los acontecimientos. Es la vieja estrategia de darle la vuelta al villano de la primera parte y convertirle nada menos que en un protagonista que se gane la simpatía de la platea… una especie de anti-heroína oscura y molona (impagable el momentazo “Flashdance” en el coche); todo encaja cuanto te enteras de que la peli de 2009 se ha forjado cierto culto entre la gente joven que la vio a edad temprana y le impactó.
Encaja también con la actual revisión de la monstruosidad y lo patológico, reivindicado como diferencia; resulta que Esther es mujer, con una condición física (¿y mental?) nada normativa, y para colmo, inmigrante que busca su sitio en América, cuestiones que por otra parte la película no te chilla, aunque no deja de ser burda en algunos puntos (la metáfora de pacotilla de los cuadros luminiscentes y la imagen oculta). Primer tercio inverosímil que da pie, por tanto, a un show de puñaladas traperas, hipocresías sociales... bastante cachondo, que arremete contra una suerte de aristocracia estadounidense (“nosotros llegamos en el Mayflower”) que se cree por encima del bien y del mal, que disimula sus miserias y entierra sus mierdas bajo su apariencia de familia perfecta y funcional, pero que acaban por ser unas alimañas mucho peores que una superviviente como es nuestra “niña”.
El clímax final transcurre en un tejado, en medio de un incendio digitaloide que es como para taparse un poco la cara. Madres dominadoras, maridos inocentes y mantenidos, hijos consentidos egoístas y carentes de escrúpulos (el actor que hace del susodicho es un Chalamet de Hacendado), esgrima de Chejov, una ballesta y una mansión enorme como excusa para un festín de muertes creativas que se queda a medio gas… bastante mejorable todo, aunque curioso.