Una economía sostenida por la deuda pública
A pesar de la retórica de austeridad del Gobierno, la realidad es bien distinta
Decía un buen amigo mío, semanas antes de la victoria electoral del PP, en el otoño de 2011, que al igual que Zapatero fue el discípulo aventajado de Aznar (en el sentido de que infló la burbuja inmobiliaria hasta el límite), Rajoy sería el mejor de los discípulos imaginables de Zapatero. Desgraciadamente ha tenido razón. La deuda neta emitida por el Tesoro (es decir, emisiones menos vencimientos) ha aumentado en el primer semestre de 2013 en nada menos que en 29.104 millones de euros. Se han emitido 50.955 millones frente a los 21.851 del primer semestre de 2012.
Me comentaba una vez uno de los economistas del Ministerio de Economía que se dedica al control de las cuentas públicas que ellos, a nivel interno, siempre miran los datos de déficit que les llegan de los diferentes organismos, pero que después siempre cotejan con la deuda, ya que se creen esos datos sólo hasta cierto punto. Siguiendo este razonamiento, la conclusión es que en el Gobierno se ha perdido el miedo y que el gasto sencillamente está otra vez desatado. Justo lo que hizo Zapatero en 2009 y hasta mayo de 2010. En el gráfico podemos ver la evolución de las emisiones netas de deuda; las de vencimientos a medio plazo (bonos) se hallan más o menos estabilizadas, pero las de obligaciones (largo plazo) y letras (corto plazo) se están disparando.
Si vamos al total de la deuda, incluyendo todo el sector público, el panorama es sencillamente aterrador. El total ascendió en abril (últimos datos publicados) a 914.000 millones de euros, 145.400 millones más que 12 meses antes, cuando en el mismo período del año anterior fueron 89.300 millones. Cierto que está incluido el rescate bancario, pero no es menos cierto que ese dinero ha pasado a engrasar la maquinaria de la economía española y ha evitado un desplome aún mayor del crédito al sector privado y, por lo tanto, de la economía.
La mejora de las condiciones de los mercados financieros, tranquilizados por la disposición del BCE a respaldar a los países débiles del euro, ha hecho que la financiación para el Estado, los bancos y las grandes empresas sea mucho más fácil y barata, lo que ha traído como consecuencia la reducción de la deuda de la banca española con el BCE e, indirectamente, la relajación de la disposición del Gobierno hacia el recorte del gasto, que tampoco fue nunca demasiado entusiasta y que se centró básicamente en la disminución de las inversiones en infraestructuras e investigación, en la eliminación de la paga extra de diciembre a los empleados públicos y en el despido de temporales en las diferentes Administraciones. Nunca se vio intención de desmontar las redes clientelares que sustentan el régimen del 78, lo cual tampoco es de extrañar ya que sería como pedir al condenado a la horca que fuera a comprar la soga. Evidentemente, no iba a encontrar nunca una de su gusto.
El panorama que nos encontramos, pues, es el de un sector público con el gasto desbocado pero dedicado a cuestiones cuya rentabilidad social es sumamente baja, ya que los recursos sobrantes después de atender las obligaciones básicas del Estado se dedican fundamentalmente a sostener la corrupción.
¿Y todo ello para qué? A pesar de los anuncios del Gobierno de que en el segundo trimestre la economía no ha decrecido, los datos sectoriales nos están diciendo que no es cierto, y que lo que ha sucedido es que el decrecimiento ha sido más lento. El indicador que tradicionalmente mejor correlaciona con el PIB, que son las ventas de las grandes empresas, ha pasado de caer un 5,9% en el año de 2012, dato que se puede asimilar con bastante confianza a la caída real de la economía española, al 3,8% en el segundo trimestre de este año, a falta de los datos de junio. Totalmente patético teniendo en cuenta el impresionante aumento del endeudamiento público.
El discurso de que se están produciendo ajustes en la oferta (es decir, en el sector productivo privado) que hacen que este sea mucho más eficiente es sencillamente falso, como se ve en la evolución de los índices de competitividad, que no han mejorado en absoluto. Esto lo apreciamos en el gráfico siguiente.
Vivimos, pues, en una inmensa mentira, pura propaganda propia de un régimen orwelliano en que colaboran de la forma más abyecta la mayor parte de los medios de comunicación. Nos dicen que hay austeridad cuando es falso (al menos en el conjunto del gasto). Nos dicen que la economía se está ajustando cuando también es falso. Tampoco es cierto que el sector financiero esté mejorando, ya que en pocos meses pierden todo lo que se les ha inyectado y mucho más. Nos dicen que el inmobiliario ha tocado fondo y, sin embargo, está cada vez más hundido. Y lo peor de todo es que el aumento del endeudamiento público es totalmente inútil, ya que al no producirse una recuperación de la economía con el consiguiente aumento de la recaudación esta trayectoria no resultará. Tarde o temprano se llegará a la evidente conclusión de que nunca se podrá devolver esa deuda, nuevamente subirá la prima de riesgo y aumentarán las presiones políticas para que se recorte el gasto público. Y en el momento en que eso pase, todo este amago de recuperación que estamos viviendo se vendrá abajo como un castillo de naipes.
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