43 GRADOS
Palabras
ENRIC GONZÁLEZ Actualizado: 27/12/2013 02:42 horas
EL REY condena la corrupción y luego se va a cenar con ella. Supongo que eso forma parte del mensaje: por encima de todo está la convivencia. La ejemplaridad también es importante, pero puede inducir a confusión. Tan ejemplar es quien asume la condición de modelo para otros como el castigo que escarmienta. Y a estas alturas parece claro que los españoles estamos castigados.
El jefe del Estado sólo dispone, según el arreglo constitucional, de la palabra, y sus palabras son finalmente las del Gobierno, que es quien aprueba o veta. El mensaje anual del Monarca ha de ser por tanto inocuo. No se habla de corrupción, sino de «casos de falta de ejemplaridad en la vida pública». El monumental latrocinio de fondos públicos en la Andalucía socialista, el registro policial en la sede del PP cuando ya se han destruido las pruebas, el desbarajuste catalán, son «casos de falta de ejemplaridad». Como los fraudes del yerno del rey, invitado a La Zarzuela, y la peculiarísima situación procesal (con sus correspondientes consecuencias en la Agencia Tributaria) de la hija del Rey, y como las alegrías que se dispensaba el propio Rey a cuenta del presupuesto hasta que la cadera dijo basta. Nada, falta de ejemplaridad.
Tranquilos, porque el Rey asume «las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy exige la sociedad». Son cosas que se exigen hoy y hasta ahora, según se ve, no se exigían. Ahora sí. Y ya está asumido. Tranquilos.
El Rey, como decíamos, sólo dispone de palabras y ni siquiera son suyas. Por otra parte, se puede entender que en Nochebuena quiera estar con su familia, aunque de ella forme parte algún presunto delincuente. La familia es la familia. Ocurre que también el partido es el partido. Y el sindicato es el sindicato. Y el tribunal es el tribunal. Cada uno sabe quién es, quiénes son los suyos y a quién toca defender por encima de todo. ¿Vamos a culpar a Rajoy por protegerse a sí mismo y a su partido de las actuaciones judiciales? ¿Vamos a culpar a Rubalcaba? Un poco de convivencia, señores.
La Transición, con toda su ambigüedad, creó un sistema político que nos permitió convivir en paz y prosperidad. La paz aún está. La prosperidad, ya no. Y la ambigüedad se agiganta. Cada vez que el lenguaje oficial invoca los valores de la Transición, los devalúa. Los sepulta bajo una montaña de retórica. Después de los discursos, la vida sigue. No ocurre nada, salvo lo que viene ocurriendo: insatisfacción colectiva y erosión de las instituciones. A ver quién aguanta más, si las palabras o la realidad.