Desgraciadamente, De la Iglesia is dead.
El comienzo con el atraco y las estatuas humanas callejeras en acción, que es verdaderamente frenético, promete lo suyo como golpe de efecto inicial. Lástima esa decisión de meter una retahíla de chistecillos facilones (guerra de sexos más vista que el tebeo, nada ocurrente) durante la huida en taxi, lo que ya empieza a lastrar la película aunque el ritmo se mantenga alto. Salva, en todo caso, la situación el señor de Badajoz, figura secundaria (y desaprovechada) que interesa mil veces más que los protagonistas, que, para mí, simplemente cumplen como monigotes zarandeados por lo femenino. Y mención especial para el pésimo niño, del todo inverosímil.
Luego, la llegada a Zugarramurdi es interesante por lo que tiene de exploración de un entorno en el que aún no sabes qué te vas a encontrar (el meadero-cagadero como lugar siniestro) y por la entrada en acción de Terele Pávez, que es la mejor intérprete del reparto de largo (como siempre).
Pero la película desfallece a marchas forzadas siguiendo una progresión de más a menos. El pretendido humor, por obvio y elemental, no funciona excepto en muy puntuales líneas de diálogo. De la Iglesia mete con calzador a los amiguetes en papeles que no van a ningún lado. Los personajes entran en una espiral grotesca en la que todo vale y las acciones se presentan atropelladas en una escalada hacia la locura más desatada y descontrolada. Y ya no me refiero exclusivamente a los cantosos efectos especiales, sino a la manera chapucera de manejar a los personajes haciendo que se encuentren y desencuentren en un frenesí forzado que los convierte en caricaturas, muy presos de servir a la causa más que a conservar cierta coherencia que los eleve a entidades mínimamente sólidas que importen de algún modo.
Puestos a elegir, diría que hasta me quedo más con el De la Iglesia de la muy fallida Balada si de lo que se trata es de valorar su locura formal, su fuerza como creador de imágenes viscerales. En Balada hacía muchas aguas, pero también proponía un discurso más radical, más surgido de las tripas.