Visconti agota con
Rocco y sus hermanos el neorrealismo y lo lleva a su propio terreno para crear una tragedia desaforada, excesiva, que ahonda en las misma raíces griegas del concepto, que desborda el puro análisis sociológico de un tiempo y un lugar para alcanzar una universalidad trágica en cinco capítulos como los cinco dedos de una mano.
La historia de cinco hermanos y una madre que dejan atrás su Lucania natal después de morir el cabeza de familia para labrarse un porvenir en Milán es una historia de desarraigo, de las que parecen no tener fin, pero con una diferencia; son objeto de un racismo declarado que les hace extranjeros dentro de su propio país. Dejan atrás sus costumbres para sobrevivir a la miseria, llegar a algo más, al igual que tantos otros en su misma situación, y cada uno se las apañará como pueda, reaccionará a su manera ante esta nueva vida no exenta de peligros, como el de la progresiva desintegración del núcleo familiar, una degradación muy del (dudoso) gusto del principesco cineasta italiano, por la cual los puros se corrompen y un hado fatal persigue a estos desgraciados.
Rocco, el eterno “hermano del medio”, es la figura que se sitúa en el centro mismo de las tensiones, encarnada por un actor fascinante que, más allá de su belleza física, cautiva con cada uno de sus gestos, de su mirada. Anónimo, frágil, casi idiota en su torpeza y en su bondad; un pez fuera del agua en el medio urbano, pero también una especie de santo que destila una colosal fuerza interior, último depositario de una fe, de una moral, de una tierra natal que les corre a todos por las venas y que siempre le hará ponerse ciegamente de parte de sus hermanos, incluso cuando alguno se comporten de manera reprobable y no lo merezcan… cosa que le llevará al mismo infierno y arruinará, paradójica y trágicamente, la felicidad de todos, empezando por la suya propia. Y cuanto más empeño ponga en esto, mayor será esa ruina.
La película muestra actos de indignidad, de venderse y humillarse, con tal de hacerlo por alguien (“hace falta un sacrificio para que la casa se levante sólida…”). Unas relaciones de dependencia malsanas, los extremos a los que nos lleva el amor incondicional, la defensa de ese lugar remoto, de ese comunitarismo tan idealizado como represivo; el mismo que convierte una celebración privada en la fiesta de todo un vecindario, o los únicos vínculos sólidos que tienen los que no tienen nada en esta vida. Las alternativas son: formar una familia ajena (Vicenzo). El vicio, las mujeres, la debilidad de un carácter abúlico y mimado o la vida fácil (Simone: repulsivo y conmovedor… el otro gran pilar que sustenta el film). La propia fuerza de trabajo de un incipiente proletariado industrial (Ciro). Y un niño (Luca), simple observador, o la esperanza de un retorno a la patria perdida que quizá no exista. Que confiere un trazo épico a una película íntima, como épica es la estatura, de dioses, héroes o monstruos, que alcanzan estos sujetos gracias a otro elemento clave; el boxeo, gracias al que conocemos la faceta oscura, el orgullo, el odio, oculta tras la fama y el mito, en un ciclo de auge y caída que parece incluso heredarse de unos hermanos a otros, unos seres que parecen movidos, poseídos por una fuerzas superiores a su propia voluntad.
Actos y decisiones hoy (y quizá siempre) incomprensibles, amor-odio indiscernible, mujeres como elemento de discordia y a la vez resignadas a ser quienes sufren y pagan por todo... o bien quienes justifican celosamente a sus hombres, sin ver nunca el mal en ellos. Secuencias de una crudeza enorme para la época; de una violación, de un asesinato, con un tratamiento poco menos que operístico y grandilocuente del amor y la muerte. Cuestiones de homosexualidad y prostitución masculina, morbosamente retratadas; todo es explícito, falto de contención, con histeria, gritos, ese imaginario sobre Italia y los italianos posteriormente parodiado y banalizado, que aquí tienen mucho sentido en su contexto y cuya influencia es fácilmente reconocible en el cine americano posterior.
Una meditación “gatopardesca” final, la de la transformación inevitable del país y de sus modos de vida, relacionada a su vez con ese “fatum”; un futuro incierto en el que confiar, suena la sirena de vuelta a la fábrica ¿una nota de escepticismo o pura militancia de izquierdas? Se alejan ya definitivamente unos de otros. Milán, protagonista en la sombra que sólo vemos de perfil, pues esta es una película de interiores, casi siempre míseros; edificios que aprisionan y enjaulan, calles nevadas donde hace frío, arrabales periféricos, tugurios varios, noche. Sólo la catedral, espacio de confesiones y expiación, del amor frustrado.
“Acuérdate, Luca, de que nuestra tierra es la tierra de los olivos, de la luna, de los arcoiris”
Si me preguntan ahora mismo cuál es la mejor película de la historia del cine, lo tendría bastante claro.