LUCHINO VISCONTI

Bueno, aquí en 3 páginas se han dicho 300 cosas más interesantes que en cualquier hilo de marvelada multiplicado por 20. Más o menos en sintonía con el valor artístico de los films a tratar en uno y otro hilo. Así que tampoco hay que escandalizarse tanto.

Un saludete.
 
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El inocente (L'innocente, Luchino Visconti, 1976). Último film de Visconti y broche de oro a la brillante carrera del director italiano.

Basada libremente en la novela homónima de Gabriele D'Annunzio, la historia se desarrolla en torno a la figura del terrateniente Tullio Hermil (Giancarlo Giannini, en el mejor papel de su carrera) y el triángulo amoroso que forma con su mujer Giuliana (Laura Antonelli) y su amante Teresa Raffo (Jennifer O'Neill).

Toda la película gira sobre Tullio, un hombre amoral, egoísta, vanidoso y caprichoso, que se complace en humillar a su esposa narrándole sus aventuras con sus amantes, en especial Teresa. Cuando Giuliana decide pagarle con la misma moneda y se queda embarazada de un escritor de moda se desencadena el drama que conducirá a la tragedia final.

En pocas películas se habrá conseguido una ambientación tan impecable de la época fin-de-siècle de los ricos en la que nació y se educó el propio Visconti. Cada escena es como un cuadro de ese ambiente de lujo intemporal y, al mismo tiempo, de mundo perecedero que desaparecía bruscamente en 1914. Da la sensación de que si el cine hubiera existido en 1890 se podría haber rodado en los interiores de los palacios de entonces y las imágenes serían las mismas. También ayuda la impecable fotografía de Pasquale Di Santis, que ya había demostrado sus dotes con el mismo Visconti y con Francesco Rosi, y el montaje musical de Franco Mannino.

El ritmo es lento en el buen sentido, lo que permite apreciar los detalles y la psicología del protagonista, sus cambios de humor, sus celos y su paranoia final. Como ya he dicho, creo que Giannini hizo la mejor actuación de su vida en este papel, y hay momentos en que la expresión de su rostro da, literalmente, miedo. Laura Antonelli está mucho más contenida, aunque nos recuerda en dos escenas por qué era una de las referencias eróticas europeas en los 70. Quizá la más floja del trío es Jennifer O'Neill, que resuelve la papeleta pero está un poco desdibujada.

En resumen, una gran película. Quizá no alcance el nivel de las obras maestras del director, que para mí son Rocco y sus hermanos y El Gatopardo, pero se queda muy cerca. Totalmente recomendable,
 
Visconti agota con Rocco y sus hermanos el neorrealismo y lo lleva a su propio terreno para crear una tragedia desaforada, excesiva, que ahonda en las misma raíces griegas del concepto, que desborda el puro análisis sociológico de un tiempo y un lugar para alcanzar una universalidad trágica en cinco capítulos como los cinco dedos de una mano.

La historia de cinco hermanos y una madre que dejan atrás su Lucania natal después de morir el cabeza de familia para labrarse un porvenir en Milán es una historia de desarraigo, de las que parecen no tener fin, pero con una diferencia; son objeto de un racismo declarado que les hace extranjeros dentro de su propio país. Dejan atrás sus costumbres para sobrevivir a la miseria, llegar a algo más, al igual que tantos otros en su misma situación, y cada uno se las apañará como pueda, reaccionará a su manera ante esta nueva vida no exenta de peligros, como el de la progresiva desintegración del núcleo familiar, una degradación muy del (dudoso) gusto del principesco cineasta italiano, por la cual los puros se corrompen y un hado fatal persigue a estos desgraciados.

Rocco, el eterno “hermano del medio”, es la figura que se sitúa en el centro mismo de las tensiones, encarnada por un actor fascinante que, más allá de su belleza física, cautiva con cada uno de sus gestos, de su mirada. Anónimo, frágil, casi idiota en su torpeza y en su bondad; un pez fuera del agua en el medio urbano, pero también una especie de santo que destila una colosal fuerza interior, último depositario de una fe, de una moral, de una tierra natal que les corre a todos por las venas y que siempre le hará ponerse ciegamente de parte de sus hermanos, incluso cuando alguno se comporten de manera reprobable y no lo merezcan… cosa que le llevará al mismo infierno y arruinará, paradójica y trágicamente, la felicidad de todos, empezando por la suya propia. Y cuanto más empeño ponga en esto, mayor será esa ruina.


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La película muestra actos de indignidad, de venderse y humillarse, con tal de hacerlo por alguien (“hace falta un sacrificio para que la casa se levante sólida…”). Unas relaciones de dependencia malsanas, los extremos a los que nos lleva el amor incondicional, la defensa de ese lugar remoto, de ese comunitarismo tan idealizado como represivo; el mismo que convierte una celebración privada en la fiesta de todo un vecindario, o los únicos vínculos sólidos que tienen los que no tienen nada en esta vida. Las alternativas son: formar una familia ajena (Vicenzo). El vicio, las mujeres, la debilidad de un carácter abúlico y mimado o la vida fácil (Simone: repulsivo y conmovedor… el otro gran pilar que sustenta el film). La propia fuerza de trabajo de un incipiente proletariado industrial (Ciro). Y un niño (Luca), simple observador, o la esperanza de un retorno a la patria perdida que quizá no exista. Que confiere un trazo épico a una película íntima, como épica es la estatura, de dioses, héroes o monstruos, que alcanzan estos sujetos gracias a otro elemento clave; el boxeo, gracias al que conocemos la faceta oscura, el orgullo, el odio, oculta tras la fama y el mito, en un ciclo de auge y caída que parece incluso heredarse de unos hermanos a otros, unos seres que parecen movidos, poseídos por una fuerzas superiores a su propia voluntad.

Actos y decisiones hoy (y quizá siempre) incomprensibles, amor-odio indiscernible, mujeres como elemento de discordia y a la vez resignadas a ser quienes sufren y pagan por todo... o bien quienes justifican celosamente a sus hombres, sin ver nunca el mal en ellos. Secuencias de una crudeza enorme para la época; de una violación, de un asesinato, con un tratamiento poco menos que operístico y grandilocuente del amor y la muerte. Cuestiones de homosexualidad y prostitución masculina, morbosamente retratadas; todo es explícito, falto de contención, con histeria, gritos, ese imaginario sobre Italia y los italianos posteriormente parodiado y banalizado, que aquí tienen mucho sentido en su contexto y cuya influencia es fácilmente reconocible en el cine americano posterior.

Una meditación “gatopardesca” final, la de la transformación inevitable del país y de sus modos de vida, relacionada a su vez con ese “fatum”; un futuro incierto en el que confiar, suena la sirena de vuelta a la fábrica ¿una nota de escepticismo o pura militancia de izquierdas? Se alejan ya definitivamente unos de otros. Milán, protagonista en la sombra que sólo vemos de perfil, pues esta es una película de interiores, casi siempre míseros; edificios que aprisionan y enjaulan, calles nevadas donde hace frío, arrabales periféricos, tugurios varios, noche. Sólo la catedral, espacio de confesiones y expiación, del amor frustrado.

“Acuérdate, Luca, de que nuestra tierra es la tierra de los olivos, de la luna, de los arcoiris”

Si me preguntan ahora mismo cuál es la mejor película de la historia del cine, lo tendría bastante claro.
 
Revisitada Il Gattopardo (1963), me parece una película memorable de la que Coppola bebe a manos llenas para su Padrino (las fotos de familia y la parte doméstic, los paisajes sicilianos, Nino Rota, el baile de Lancaster con la Cardinale como el de Brando y su hija! Hasta diría que la novia siciliana de Pacino parece elegida a imagen y semejanza de la Cardinale).

Además creo que se rueda en el momento justo en el que todavía no se había degradado el gusto por la belleza en las superproducciones, es esplendorosa tanto en exteriores como en interiores sin los tics posteriores, feos, que sufre el cine de Visconti y el cine de presupuesto en general, por supuesto.

Lo más importante, para mí, es que es la película de Visconti que mejor guarda el equilibrio entre la belleza y la decadencia, en sus obras más famosas posteriores la decadencia se hace demasiado obvia, y en cambio aquí se mezcla con la mirada hacia lo bello por parte de Fabrizio Salina, personaje acojonante, inteligentísimo y crepuscular, a través del que vemos el esplendor de esa Sicilia maravillosa rodada a lo grande y lo ridículo de esos personajes de clase alta moviéndose en esos grandes interiores, pero lo hace sin cargar las tintas, con una distancia prudencial y, sobre todo, con el enamoramiento que le nubla el sentido hacia la pareja joven, especialmente a esa barbaridad carnal que es la Cardinale (apabullante acierto de casting).

Como siempre en las grandes películas la Historia pasa de puntillas por la historia y aquí la historia (en minúsculas) es acertadamente poca cosa, ya es 1963, esto es cine moderno y el guion es una excusa, Visconti, como he dicho antes, se recrea y nos alegra la vista perdiéndose en su propia puesta en escena de paisajes, palacios y esa mujer bellísima, impresionante todo ese último tercio en la celebración.

Volviendo a El Padrino, diría que El Gatopardo alarga y se recrea en las mejores secuencias de la de Coppola (y las que la hacen grande), claro que el sentido es al revés: Coppola puso pinceladas de El Gatopardo en su película.
 
Yo creo que seguramente es la película más bellamente filmada de la Historia, con un texto y personajes absolutamente imperecederos. A ver si sale ya en 4K, vergüenza que, al igual que muchos otros títulos de gran formato en su edad de oro, aún no se haya publicado en esta resolución.

Un saludete.
 
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