Sandro Rosell no sólo es el presidente del FC Barcelona. Es, además, un socio, que lleva toda la vida acudiendo al Camp Nou. Su padre estuvo en la junta de Agustí Montal (hace de ello cuarenta años) y eso le ofrece, o eso debería suponerse, una amplia perspectiva de la indiosincracia del aficionado que acude desde siempre al estadio. Por eso, desde la buena fe, extraña tanto su postura respecto a la grada de animación.
Traspasado el umbral de la sorpresa del primer momento, del pasmo ante sus palabras y de la reflexión de todo lo que dijo, lo que no se atrevió a decir y lo que prefirió callar, sigue siendo alucinógeno contemplar cómo es posible que fuera capaz de ofrecer duros a cuatro pesetas a personas concretas para que conviertan el Camp Nou en un escenario que nunca había sido. Cómo puede mirar a otro lado con total impunidad (él y todos sus acompañantes de palco) cuando en cierta zona del estadio se corean y se jalean insultos por doquier, se repiten las amenazas a socios varios y se entra con total impunidad, a la carrera (reconocido por los miembros de seguridad), mientras que para entrar en cualquier otro espacio se bloquean tapones de plástico bajo el argumento que esos botellines de agua son proyectiles en potencia.
A Rosell, el presidente del Barça, habría que preguntarle qué entiende él por el perdón a personajes que, advertido por los Mossos, disfrutan de permisos de fin de semana en prisión y se sueltan en la grada inferior del Camp Nou. Habría que preguntarle qué íntima satisfacción siente en abrir las puertas a quienes amenazaron de muerte a su antecesor y, por encima de todo, en base a qué normativa secreta se atreve a vender localidades por diez euros cuando tantos y tantos socios sin abono siguen esperando turno a la vez que pagan auténticas locuras por poder ir al Camp Nou a ver un partido.
El presidente Rosell se ha atrevido, en el colmo de la desfachatez, a proclamar su derecho a guardar en secreto el nombre de los 'agraciados' con esas localidades argumentando que el Barça 'es un club privado', dando por sentado que los más de 150.000 asociados, los más de 90.000 abonados, no son nadie para reclamar nada. En su universo privado, en su club privado, él y sus acompañantes tienen la capacidad de decidir quienes pueden y quienes no, acceder a nada o a todo. Curiosamente, sin que se sepa el cómo, en todo desplazamiento o final del equipo, hay quienes SIEMPRE resultan agraciados con una de las localidades 'sorteadas'. Los personajes de Rosell, los favores prestados, la nueva guardia pretoriana, los 'Morenos 2.0'
Cuando su antecesor, Joan Laporta, se atrevió con total impunidad a mover a abonados de su localidad para primar el dinero de los poderosos palcos, ahí estuvo Sandro, al quite, para erigirse en defensor del socio. Cuando Laporta se atrevió a presentar un proyecto de remodelación que mereció no pocas protestas, ahí apareció Rosell para descalificarlo y proclamar que el Camp Nou ('Nuestra casa' dijo) precisaba solamente de una remodelación lógica, nada de grandes cosas y, en absoluto, el pensar en un nuevo estadio. De hecho, este fue uno de los puntos capitales de su programa electoral en 2010.
El 'No os fallaré' con que se presentó al barcelonismo en junio de 2010 ha dado paso a una realidad totalmente distinta. Amparado en la corriente ganadora, Sandro apenas si tenía que ejercer y tomar decisiones que le pusieran contra la pared. De hecho, ya se puso él solo de entrada al echar a los leones al personaje que en todo el mundo es considerado como el padre del fútbol que ha encumbrado al Barça a la gloria. Si en Manchester, Madrid o Múnich, Charlton, Di Stefano o Beckenbauer son personajes intocables, en Barcelona Johan Cruyff es un maldito. Este es su Barça. Lo dejó claro ya de entrada.
Pero en cuanto las aguas empezaron a bajar turbias, Rosell se ha encargado de mezclarlas con barro. Como un Pilatos al uso crucificó a sus antecesores antes de que, con su silencio, empujase a Guardiola a la puerta de salida, despreciando a su entrenador cuando pidió públicamente, y poniéndose en un papel que no le correspondía, el perdón para aquellos. Sandro no se inmutó a la hora de destrozar Barça TV como tampoco le tembló el pulso para borrar de un plumazo la sección de béisbol. A Sandro los trabajadores del club no le ocupan ni un minuto de su tiempo y, por fin, ha demostrado que los socios le importan poco o menos.
'Somos un club privado' soltó primero y 'Quizá los violentos acceden a las entradas a través del seient lliure' remató después. Se atrevió a desprestigiar a los 90.000 abonados del estadi insinuando que cualquiera de ellos podría entrar una bengala y responsabilizándoles del poco ambiente que existe durante los partidos. De hecho, según él, si no fuera por esos 'chicos tan majos' el Camp Nou sería una parte más del Cementiri de Les Corts. Sandro Rosell, cuando era más joven, cuando era un niño, debió ver en más de una ocasión como el estadio se poblaba de pañuelos reprobando a las juntas de sus mayores y ahora debe perseguir por todos los medios no ser objeto de tal insulto. Para ello nada mejor que convertir el campo en una claca a través de 'chicos majos' que se dediquen a gritar y a acallar a cualquiera. Y si hace falta meter en el follón a los futbolistas se les mete. 'Ellos, los jugadores, me han pedido una grada de animación'.
Inmune a todo, libre casi totalmente de cualquier crítica periodística y con los medios 'afines' al club incapaces de denunciar tanta tropelía, cuando no la aplauden, Sandro Rosell vive instalado en el trono del Camp Nou sin importarle nada. La inercia del equipo, el fútbol, han ocultado la verdad, pero no la han borrado. Y esta verdad va apareciendo sin posibilidad de seguir escondida como él pretendería. Engañó y mintió, él y sus directivos, al barcelonismo en pleno. Lo ha hecho de mala manera. Y de una u otra forma, no quedará impune. Por muchos Plas que se saque de la manga.