Pozos de ambición
He aquí una película que crece una barbaridad con el revisionado, una vez superado el desconcierto (relativo) incial. Y no solamente crece, sino que tengo la impresión de haber visto una posible obra maestra de nuestro tiempo, con un importante talento detrás y con unas pretensiones de gran cine clásico (en cuanto a la propia historia, a su trasfondo, a la manera de contarla) justificadas por completo.
Es cine épico, en todos los sentidos de la palabra, más aún en una época donde tal palabra se encuentra tan absolutamente prostituida y asociada a subidones de banda sonora, a historias y personajes de opereta. Daniel Plainview es una creación total, con lo mejor y lo peor del género humano, un personaje lleno de grandeza trágica, con múltiples aristas; heroico, patético, repugnante, conmovedor. Un ser caracterizado por su visión materialista y pragmática de todo, emocionalmente autista, cuya misantropía le hace comparable a un psicópata. Sus intentos por aproximarse a sus semejantes terminan en fracaso, no puede renegar de su verdadera naturaleza, de ser un puto cabrón. No sólo quiere triunfar, sino impedir que los demás triunfen y joderles. La paradoja del hombre hecho a sí mismo, originalmente entregado al progreso, a la prosperidad de los demás... en el fondo les aborrece, y no queda satisfecho hasta haber devorado todo lo que encuentra a su paso. ¿Moraleja? Los padres de la nación, aquellos que la levantaron de la nada con su sudor, en cuyas manos está el poder, están tan podridos como la mentira del sueño americano, en un paralelismo entre la historia de unos individuos y la historia nacional.
Quienes rodean a Plainview son también fascinantes. El hermano falso, contrapartida fracasada suya, sin nada que perder. El hijo, buscando una figura paterna que no existe (sí un socio, nunca un padre). El predicador, un pobre diablo aferrado a su influencia y carisma sobre los pobres, más ambivalente de lo que parece, tras su apariencia de villano de turno. El famoso final es puro “grand giñol”, y además se recrea especialmente en la crueldad, lo veo un acierto por cómo contrasta el humor negro con lo profundamente triste del final, lo triste de que él se haya hecho con la suya (el enfrentamiento era inevitable, la inercia de su triunfo, comparable al triunfo del capitalismo, que trasciende familias, motivaciones y cualquier dimensión humana o personal). Prodigioso primer cuarto de hora, sin diálogo, pura magia a partir de muy pocos elementos que nos introducen en la narración. La inconexión aparente del relato, saltando de una cosa a otra, es precisamente lo que más sugiere, creciendo el argumento en la cabeza del espectador. El efectismo de la banda sonora continúa sacándome de vez en cuanto, pero como pura composición musical es notable, entre clásica y experimental...
Queda por destacar una puesta en escena superlativa, donde cada encuadre está cuidado con un mimo obsesivo, una ambientación de la época realmente fiel (muy inmersiva) y la labor fotográfica, un conjunto de momentos memorables (lo del pozo ardiendo en la noche, por decir algo). Ahora sí que lo digo, un peliculón de principio a fin.