Kinski Paganini, de Klaus Kinski
Única película como director de un actor más conocido por su personalidad demente, marcada por la inestabilidad mental, la obsesión sexual y los arranques de ira, que por haber hecho papeles realmente memorables. Su testamento cinematográfico; rodado, escrito, producido y protagonizado por él mismo, acompañado de su mujer y de su hijo pequeño. Un film que pretende contar la vida del célebre virtuoso del violín Niccolo Paganini, presentado impúdicamente y ya desde el propio título (en lo que supone un alarde de megalomanía sin precedentes) como una especie de alter-ego de Kinski. Un personaje maldito y carente de límites morales, poseedor de una personalidad demoníaca, polémica y seductora, de un arte sublime que subyuga a las masas. Vive intensamente, por y para el instinto y el exceso... todo en él es puro sexo animal, incluso su música.
Un aborto fílmico sin precedentes, rodado por un enajenado. Una sucesión inconexa de momentos (algunos estirados sin justificación alguna ¿pero algo está justificado aquí?); Kinski folleteando, tocando el violín, paseándose, yendo en carruaje... con el incesante y machacón fondo musical de Paganini cual interminable videoclip. Si al menos el señor tuviera algo de talento, o algo que contar más allá de su propia exhibición egomaníaca, sería interesante... aunque ya por el caso de estudio que es el padre de Nastassja en sí mismo, casi que merece la pena tanto ralentí pseudo-poético y tanta agitación brusca de la cámara; no hay historia, no hay ni personajes, únicamente el loco de Kinski en sus últimos años, abierto en canal. Todo es sucio, cutre y afectado, incluso cuando parece ponerse tierno, pues ama con locura a su niño por ser lo más cercano a amarse a sí mismo.
El sentido alegato final de un alma sensible y dolorida que nunca encontró la forma de querer y de ser querida. Y un espectáculo visual risible, grotesco y deplorable, que sólo generosamente puede considerarse cine, pues también.