Dirty dancing, de Emile Ardolino
Icono de una época donde los haya, quizá el mayor hit de un Patrick Swayze seductor y bailón, forrando carpetas y provocando suspiros entre unas féminas que seguro se vieron reflejadas. Lo mejor, sobra decirlo, las coreografías de baile, la sucesión de temas celebérrimos (
Hungry eyes,
She is like the wind y desde luego
Time of my life)… en un combinado sesentero-ochentero que al principio tira de canciones de rock’n roll clásico (la primera incursión de nuestra inocente heroína en el sensual submundo de los auténticos bailarines, de marcadamente lúbrico significado), pero que rápidamente se desvía hacia sonoridades habituales de la década. Típico proceso de autodescubrimiento y paso “de niña a mujer”, así como romance de manual entre chica más bien sosa y galán macarra, aunque con recursos tan agradablemente austenianos como la trama en un entorno cerrado y concreto, los juegos de apariencias, en que cada personaje se guarda más de lo que ofrece a los demás (atención a la vieja y sus triquiñuelas) y tienen su importancia los prejuicios sociales; ella es frágil, aunque más fuerte de lo que aparenta (Baby, nombre de un ser sobreprotegido y sin idea de cómo funciona el mundo que desea transformar... cuya pureza, sin embargo, le ayudará a lograrlo), mientras que él es un perdedor vapuleado por las circunstancias que incluso se ve obligado a vender su dignidad.
El resort vacacional, con sus diversiones frívolas y ñoñas para toda la familia, un nido de hipócritas con una jerarquía muy definida (como en el caso de esos camareros estudiantes) y cada uno sin salirse del papel, aunque con los días contados ante el avance de un mundo que pertenece a la juventud, como da a entender el inquietante discurso entre bambalinas del director del hotel. Sorprende que aparezcan cuestiones tan incómodas como el aborto y la prostitución (masculina en este caso, fomentada por maduras solitarias e indiferencias maritales), con el aprovechamiento de una clase sobre la otra y una cierta crítica al amor romántico y la engañifa que éste puede suponer, cuando no al individualismo más falaz (el malo leyendo un libro de Ayn Rand, lo cual habla a las claras contra el reaganismo de cuando se hizo la peli)… eso sí, de una rebeldía que no aspira a otra cosa que a la aprobación de una autoridad paternal que en ningún momento es cuestionada (el pobre Swayze en el fondo quiere un futuro de casa, niños y perrito), que encajaría más bien con cierto liberalismo progresista (la prota, futura militante del partido demócrata casi seguro). Como mandan los cánones, el final es un chute de optimismo, cayendo las barreras sociales (qué bonito) y convirtiéndose la cosa en un
Karate Kid femenino, con su entrenamiento y su técnica especial (el famoso salto en el aire).